
500 años de la Catedral de Segovia
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500 años de la Catedral de Segovia
El rayo que cambió Segovia un tormentoso día de 1614Quinientos años de existencia dan para mucho. Y quienes vivían en Segovia el 18 de septiembre de 1614 jamás pudieron olvidar lo ocurrido aquel jueves en que un rayo procedente de una aterradora tormenta eléctrica arruinó el chapitel de la torre de la Catedral. El relato de Diego de Colmenares, que entonces tenía veintiocho años, es esclarecedor. No revela el cronista si fue testigo del extraordinario suceso, pues por aquel entonces ejercía de párroco en Valdesimonte, pero no hay duda de que sus fuentes eran de primerísima mano.
La torre de la Catedral pertenece a la primera etapa constructiva. Su edificación empezó en 1527 con los cimientos y concluyó en 1568 con la erección del puntiagudo chapitel. Una vez levantado el campanario, el Cabildo encargó a Juan del Pozo el modelo de chapitel, y la madera de los pinos de Valsaín fue la elegida. El remate de la torre iba a tener un gran parecido al chapitel de la Catedral de Toledo. En abril de 1568 se compró la madera y en agosto de ese mismo año se pagaron a Antonio Asenjo 40.000 maravedíes por la veleta y la cruz que remataban los 108 metros de la torre, contando los 25 últimos del chapitel, que verdaderamente era la parte más vulnerable de un edificio todavía en construcción, debido a la falta de sistemas de conducción.
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Desvela Colmenares en su 'Historia de Segovia' (1637) que la tormenta que cambió el perfil de Segovia empezó después de la oración de aquel 18 de septiembre de 1614, cuando «tocó un rayo en el chapitel de nuestro templo catedral». Y continúa el licenciado: «El enmaderamiento era grande para sostener el mucho plomo que le cubria: estaba muy seco; al punto comenzó á arder la madera, y derretirse el plomo. Convocóse toda la ciudad, procurando defender las campanas; y solo peligró la del relox, derretida con el fuego. Cerró la noche con mucha escuridad y vientos: y cuando nuestros ciudadanos, fatigados y lastimosos, miraban el chapitel de la torre abrasado en media hora, comenzaron á arder los enmaderamientos de los tejados del templo, donde el rayo habia bajado. Creció la confusión, y el concurso de obispo, prebendados, religiones, nobleza y pueblo. Abrióse el templo y sagrarios para sacar toda la plata y ornamentos con tropel confuso; temiendo todos que se abrasara hasta los cimientos, porque el fuego crecia, y los vientos soplaban tan furiosos y revueltos que derramaban las brasas y tizones por toda la ciudad; y muchas se hallaron en la ribera». Sin embargo, en medio de tan «pavorosa» confusión, un copioso aguacero tomó el relevo de la tormenta seca y el fuego se extinguió, aunque se produjeron algunas inundaciones en el interior del templo.
Todas las iglesias de la ciudad sacaron el Santísimo Sacramento para misericordia y clemencia «a tan grande castigo», y el pueblo entero recurrió a los ruegos a san Frutos. Afortunadamente, no hubo víctimas ni daños personales pese a que fueron muy numerosos los segovianos que acudieron para ayudar a salvar del fuego la recién construida Catedral. Al parecer, uno de los canónigos «se despeñó de una de las primeras ventanas viendose cercado por todas partes del fuego», pero ni siquiera se lastimó.
A la mañana siguiente, con la luz del sol, los estragos en la nueva Catedral eran bien visibles. Cantidades de cenizas y carbón cubrían los tejados colindantes y de la torre ya solo se alzaban los cuatro botareles góticos que rodeaban (y lo siguen haciendo) el chapitel en su base. El Concejo ofreció ese mismo día la madera de su pinar de Valsaín para las obras de reconstrucción y, unos meses después, el 3 de febrero de 1615, el Cabildo recibía un cargamento con 360 pinos. También se solicitó al rey Felipe III la aprobación de impuestos para sufragar los gastos de la restauración: las aportaciones populares ascendieron a 13.000 ducados, aunque las donaciones y limosnas continuaron durante varios años. En el espacio que el antiguo chapitel dejó se levantó una nueva estructura que había diseñado el arquitecto barroco segoviano Pedro de Brizuela, que conservó los cuatro botareles góticos sobre los que se apoyaba la estructura de madera y se levantó un cuerpo octogonal, cubierto por una media naranja y cupulín. La torre cobraba así el aspecto que tiene ahora.
La torre de la Catedral fue la primera de Segovia en disponer de pararrayos, pero hasta que el invento de Franklin llegó, hubo algún que otro episodio que causó verdadero miedo. El 2 de julio de 1809, a las once y media de la mañana, un rayo impactó en la veleta de la torre, rompiéndola por medio y ocasionando desprendimientos de la cornisa del segundo cuerpo del campanario. En ese momento, el templo acogía la eucaristía y el susto fue tremendo porque el rayo bajó «en forma de culebrilla» por la torre hasta alcanzar la capilla de San Blas, donde destrozó parte del retablo y derribó piedras de la bóveda. A los pocos minutos del primer rayo, otra sacudida derribó la bola de la veleta de la torre, que cayó en la casa del notario Domingo Segura, en cuyo tejado ocasionó numerosos desperfectos.
Más recientemente, en el año 1978, un cortocircuito en el cuadro eléctrico a raíz de una tormenta hizo sonar algunas de las campanas de la torre. Eran las dos de la madrugada y el sobresalto de la población fue mayúsculo, según recoge la prensa.
En el archivo de la propia Catedral se encuentra documentado otro fenómeno natural que amenazó la estabilidad del templo. El terremoto del 1 de noviembre de 1755 que arrasó, entre otras poblaciones, la ciudad de Lisboa, dejó una huella todavía visible en la Catedral de Segovia, pues el temblor desplazó bloques de sillería de hasta doce centímetros y abrió una enorme grieta en el muro superior de la nave del Evangelio, aunque recientes restauraciones la han disimulado mucho. Entonces no existían los sismógrafos, pero los científicos estiman que el terremoto alcanzó entre los 7,3 y los 8,5 grados.
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