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La sillería del coro perteneció a la antigua Catedral.
La sillería del coro perteneció a la antigua Catedral. Óscar Costa
500 años de la Catedral de Segovia

La antigua Catedral: una joya perdida

El templo, arruinado durante la Guerra de las Comunidades, tenía planta de cruz latina, tres naves, tres ábsides, cripta, claustro y campanario

Carlos Álvaro

Segovia

Martes, 22 de abril 2025, 07:26

Parece un elemento de la mitología segoviana, pero existió realmente y gracias a la investigación que en su día realizó el recordado arquitecto José Miguel Merino de Cáceres hoy podemos hacernos una idea de su ubicación, de sus características y de su indudable belleza. Nos estamos refiriendo a la antigua Catedral de Santa María de Segovia, antecedente inmediato de la actual, que estaba situada junto al Alcázar, en el espacio hoy denominado plaza de la Reina Victoria Eugenia de Battenberg, aunque, al parecer, hubo una catedral todavía más antigua en la Alameda del Parral, a orillas del río Eresma, destruida durante la persecución arriana del año 516. De ella se sabe muy poco.

La de Santa María se erigía orgullosa en la antesala del Alcázar. Su origen se remonta al siglo XII, pues la primera noticia que se tiene de ella data del año 1117, cuando Domingo Petit, caballero de origen francés afincado en Segovia, legó parte de su fortuna para contribuir a los gastos de construcción de una nueva catedral. Fue el obispo Pedro de Agen, restaurador de la diócesis tras la dominación musulmana, quien consiguió que el Concejo de Segovia donara al Cabildo los terrenos que se extendían entre la iglesia de San Andrés y el mismo Alcázar, a fin de construir en ellos una catedral, un hospital, el palacio episcopal y un nuevo barrio, llamado La Claustra o Canonjía, aislado del resto de la ciudad por varias puertas, lo que habría de dar lugar a un espacio compacto que juntó en pocos metros el poder político y el religioso.

El reinado de Alfonso VII, el Emperador (1126-1157), fue decisivo para la construcción de la Catedral de Santa María la Mayor, que duró casi un siglo, pues fue consagrada el 16 de julio de 1228 por el legado apostólico Juan de Abbeville, si bien en 1257 volvió a consagrarse tras la ejecución de varias reformas.

La descripción que el licenciado Colmenares hace (ya en el siglo XVII) de esta Catedral permite conocer su ubicación exacta: «Su fábrica muy fuerte y una fortísima torre, la puerta miraba entre poniente y norte. Y al lado del poniente tenía las casas obispales sobre los muros y postigo, que por eso se nombraba entonces del Obispo y ahora se nombra postigo del Alcázar». En relación con su aspecto, señala María Teresa Cortón de las Heras que la Catedral de Santa María la Mayor tenía planta de cruz latina con tres naves cubiertas con armadura de madera, característica del románico segoviano, aunque en el siglo XV se abovedaron las naves y se coronó el crucero con un cimborrio. La cabecera contaba con tres ábsides sin girola, dedicados a Santa María, san Frutos y los santos Juan Bautista y Juan Evangelista. También había una cripta dedicada a san Salvador, un claustro anexo y un campanario.

El templo vivió durante la Baja Edad Media una etapa de esplendor

El templo vivió durante la Baja Edad Media una etapa de esplendor, coincidiendo con la pujanza de la propia ciudad de Segovia, clave en el comercio de la lana y de las manufacturas textiles. Pero el paso del tiempo, inexorable, acabó haciendo mella. En 1436, el entonces obispo de Segovia, Juan Vázquez de Tordesillas, lamentaba el mal estado en que se encontraba el claustro, «hundido e mobido por muchas partes», lo que empujó al prelado a solicitar impuestos y prebendas para afrontar una reconstrucción que años después reanudaría el célebre Juan Arias Dávila, obispo entre 1460 y 1497. Precisamente, de esta época datan las bóvedas de las naves, la reforma del coro –dotado con una nueva sillería de estilo tardogótico obra de los tallistas Pedro de Palencia y el maestro Juan– y varias actuaciones en capillas, órganos o rejería. Todo ello a pesar de que el rey Enrique IV pidiera sin éxito el traslado de la Catedral a la plaza de San Miguel (actual Plaza Mayor) por estar situada muy cerca del Alcázar, con el peligro que eso podía conllevar para la defensa estratégica de la fortaleza. Como bien dice Cortón de las Heras, el tiempo acabaría dando la razón al rey Enrique, porque entre 1520 y 1522, con motivo de la Guerra de las Comunidades de Castilla, la Catedral vieja acabó convirtiéndose en un campo de batalla, con los comuneros encastillados en ella y los realistas en el Alcázar y el «resultado lógico» de la destrucción parcial de la iglesia. Fue a raíz de ello cuando Carlos I despachó una cédula real en Valladolid dirigida al obispo de Segovia en la que ordenaba el traslado del templo.

El traslado del claustro, piedra a piedra

A fin de abaratar costes en la construcción de la nueva Catedral, se decidió aprovechar algunos elementos arquitectónicos de la antigua. Fueron los caso del magnífico claustro del siglo XV diseñado por Juan Guas; del coro, también del XV, realizado en maderas de nogal con los sitiales del rey Enrique IV y su esposa, la reina Juana de Portugal, y de las esculturas, pinturas, rejería, la capilla de los Cabrera o la portada de acceso al claustro.

El traslado del claustro a su emplazamiento actual se hizo piedra a piedra después de haber sido desmontado. En junio de 1524, el arquitecto del nuevo templo, Juan Gil de Hontañón, designó para dirigir la tarea a Juan Campero, lo que de facto le convertía en su aparejador. Fue una operación muy meditada porque entrañaba una enorme dificultad, pero el valor arquitectónico del claustro de Guas, realizado con piedra de calidad, la preferencia del momento por el estilo gótico de finales del siglo XV o el citado ahorro económico constituían razones de peso. También es cierto que la claustrada apenas había sido dañada durante la guerra comunera.

Campero se comprometió a desmontar, trasladar el claustro «de la misma manera que ahora está y del mismo ancho y alto», así como a costear la pérdida o rotura de alguna pieza. El traslado comenzó en abril de 1525 y su duración excedió los tres años de plazo que el Cabildo dio a Campero, pues concluyó en julio de 1529. Antes de empezar a reconstruirlo, se pagó al arenero Juan del Olmo para que extendiera arcilla y arena sobre el lugar, probablemente para que Campero dibujara un plano a escala natural sobre el que levantar las piedras.

Precisamente, las obras de construcción de la nueva Catedral empezaron oficialmente en junio de 1525 en la puerta occidental y en el lado sur, lugar donde se pretendía adosar la panda norte del claustro.

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