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La Catedral guarda entre sus muros alguna que otra leyenda que ha arraigado en el imaginario popular. Mercedes Sanz de Andrés, historiadora del arte y guía del templo, nos sumerge en cuatro tradiciones que mezclan devoción, superstición y curiosidades del pasado.
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«El pueblo viene a pisar la piedra», señala Sanz de Andrés. En el pavimento del templo, delante de la capilla de San Pedro, hay una pequeña piedra blanca, un triangulito minúsculo situado en la intersección de las baldosas. «Está tremendamente desgastada porque todo el mundo viene a pisarla y pedir un deseo». Aunque su origen es incierto, esta tradición está tan enraizada que atrae a visitantes de todos los lugares.
«Los canónigos dicen que es una superstición, pero es que hay gente que viene solo a eso», añade. Incluso un segoviano residente en Finlandia, devoto del Cristo Yacente, suele hacer el viaje periódicamente para rezar y pisar la piedra. «No sé en qué momento empezó esta devoción, pero el pavimento lo demuestra: está muy gastado por el uso. Hasta décimos de lotería pasan por él».
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Otra leyenda envuelve la escultura de san Frutos, patrón de Segovia, obra que Felipe de Aragón realizó a finales del siglo XVII y corona la puerta de la Catedral por donde todo el mundo accede. «Es una tradición bonita que Pepe Diviú y la Cofradía del Paso de la Hoja pusieron de moda en los ochenta», expone la historiadora. La creencia dice que en la medianoche del 24 de octubre, víspera de su onomástica, san Frutos pasa una hoja del libro que lleva en la mano. «Cuando termine de pasarlas, se acabará el mundo. Es el libro de la vida».
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Aunque poética, la historiadora ve en ella un mensaje más profundo: «Si pestañeamos, no vemos cómo pasa la hoja y tenemos que esperar al año siguiente. Entretanto, lo que pasa es la vida». La portada misma, inspirada en el monasterio de El Escorial y con una huella clara de Juan de Herrera, contrasta con el gótico del templo. «Chirría estéticamente, pero en el siglo XVII el gótico era impensable. Es un diseño clásico que encaja en su contexto», aclara.
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Menos conocida es una lapidita colocada en las escaleras de la puerta de San Geroteo, al pie de la Catedral, que dice: «Aquí murió un hombre el 4 de agosto de 1685. Rueguen a Dios por él». Y tiene una cruz votiva. Al parecer, era un obrero que cayó desde un andamio durante la construcción de la capilla de los Ayala Berganza. «Muchas veces se dice, sin rigor histórico alguno, que durante las obras de este tipo de construcciones morían muchos trabajadores. Y no es cierto. Accidentes desgraciados hubo, como pudo ser este, pero los maestros de obras solían ser muy escrupulosos con la seguridad porque se enfrentaban a graves consecuencias si alguien fallecía durante el trabajo. Una muerte accidental manchaba su expediente. A Juan Gil de Hontañón le ocurrió con dos obreros durante la construcción de la Catedral de Salamanca. En el cuerpo de campanas hay otras dos cruces votivas», explica Mercedes Sanz de Andrés.
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El pararrayos de la Catedral fue el segundo que se instaló en Segovia «El de la Base Mixta fue el primero, lógico por la presencia de explosivos, pero la Catedral lo tuvo antes que el Ayuntamiento», precisa la historiadora. Los rayos siempre han amenazado el edificio. Lo ocurrido en 1614 siempre estuvo muy presente. «No fue el único rayo que cayó, aunque sí el más destructivo, pero todos causaban daños que costaba mucho reparar. Antes de que existiera el pararrayos, no se sabía qué hacer para proteger la torre. En el octógono superior se llegaron a colocar reliquias y oraciones a la Virgen para proteger el companario. Daban las gracias por el levantamiento de la torre y pedían resguardo contra los rayos».
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