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El piloto de una moto fue el que le alertó. Tras adelantar al monovolumen advirtió de que el vehículo estaba ardiendo. Ni el conductor ni ... su mujer, que viajaba a su lado, se habían percatado. Pararon el coche. Ella cogió inmediatamente el bolso y una vez fuera, empezó a arder. Así se originó el que ha terminado siendo el fuego más devastador de Castilla y León en el último medio siglo y el tercero de España: el incendio de Navalacruz, que una semana después todavía se mantiene activo, perimetrado, aunque no se puede dar por extinguido.
Los medios oficiales hablan de 21.993,4 hectáreas de superficie arrasada y un perímetro de 130 kilómetros de extensión que encierra dentro un auténtico paraje lunar. La negrura del terreno hace daño, especialmente a la gente del lugar, y el polvo y el humo que todavía se levanta, hace que hasta respirar sea difícil. Los lugareños se agachan a coger la tierra con la misma intensidad en su dolor que la que pusieron para defender lo suyo; la encuentran quemada, descompuesta, negra y totalmente infértil. La superficie arrasada era el pasto del otoño para dos valles cuya actividad principal es la ganadería de extensivo, es decir, la que está suelta en el término municipal, se alimenta de pasto, forraje y algo de pienso, y se vende para carne. «Tengo unos cuantos animales que llevan días con excrementos muy oscuros», advertía Pedro San Segundo, un joven ganadero que tiene parte de su cabaña en Navalacruz y la otra en Navalmoral. Son dos de los cerca de una veintena de términos municipales afectados por el incendio. Están separados por 17 kilómetros de carretera que 'Pedrito', como se le conoce aquí, ha recorrido interminablemente entre el domingo y el martes, los tres días que mayor virulencia alcanzó el incendio.
Además de cuidar del ganado, se dedica a las máquinas excavadoras y durante esas tres primeras jornadas apenas tuvo descanso. Le llamaban para hacer cortafuegos en todos los pueblos, habilitaba caminos para que entraran las máquinas o preparaba pequeñas presas en los arroyos para que los helicópteros pudieran cargar. Con tanta actividad no le dio tiempo ni a pensar si había comido. Fue un auténtico deambular de un lado para otro, intentando llegar al mayor número posible de urgencias. Logró abrir veredas, movió ganado y orientó a los efectivos terrestres aportando su conocimiento del terreno. «He perdido entre cinco y siete kilos en tres días», dice, y lo único que le apetecía en ese tiempo era «beber leche». Se tomaba un litro para contrarrestar la sequedad que provocaba el terreno ya humeante y durante las primeras 48 horas no le dio tiempo a dormir.
Pedro San segundo, ganadero
«Ha sido demoledor», reconoce sin poder evitar que se le quiebre la voz. Contiene como puede las lágrimas en sus ojos y advierte, de nuevo sereno, que ahora hay que trabajar. «No queremos dar pena, porque somos gente luchadora y vamos a seguir». Hacen falta ayudas, reconoce, pero «no por caridad» porque sabe que en esta zona «todo el mundo va a pelear por sobrevivir».
Tampoco para Mari Carmen Martín es fácil hablar del incendio. Como todos, ha perdido la noción del tiempo y no sabe ni en qué día vive. Ha sido tanta la intensidad que las jornadas parecen haberse multiplicado por dos. Su voz se rompe cuando recuerda cómo, con la ayuda de su hijo Aaron, fueron en busca de su hermano. Es el único pastor que queda en Navalacruz y, como todos los días, estaba con el ganado en la sierra. Al percatarse del avance de las llamas consiguieron localizarle y subirle a buscar. «Las ovejas se volvían desorientadas hacia el fuego y no podíamos moverlas», recordaba el joven completando el relato que su madre no podía terminar.
Una semana después han hecho de anfitriones en una tierra molida, espesa y oscura en la que aún se mantienen esqueletos de piornos de hasta metro y medio. Antes todo eso estaba verde. Ahora es negro. Desde el vértice que une el término municipal de Navalacruz, Navarredondilla y San Juan del Molinillo se vislumbra parte del desastre. Hacer el giro completo es descubrir un paisaje de piedras oscuras en una cima por cuyas laderas se abren dos valles, el de Amblés y el del Alberche, ambos profundamente afectados tras un incendio originado por un fatídico accidente.
Mari Carmen y Aarón Martín, Vecinos de Navalacruz
Eran poco más de las diez y cuarto de la mañana del sábado, 14 de agosto. El matrimonio se dirigía hacia Ávila y tras ser alertados del incendio de su coche pararon junto a la señal del cruce, en el punto kilométrico número 39 de la N-502, en el límite entre el término municipal de Cepeda de la Mora y Navalacruz. A la derecha, una ladera de pasto, jara y matorral especialmente seca. A la izquierda, la calzada. En 17 minutos todo empezó a arder. El juzgado número 5 de Ávila ha abierto diligencias para investigar si se derivan responsabilidades o algún tipo de reclamación aunque las fuentes jurídicas consultadas descartaron, en principio, que el suceso pueda derivar en una causa penal.
De los primeros en llamar al 112 fue un bombero de Navalacruz, amigo del conductor que, como el resto de los vecinos se ha batido en cobre para atajar las llamas y abrir caminos. Después otras dos personas y al trascender que era el incendio de un coche se activó a los bomberos de Ávila, ubicados a 42 kilómetros del punto en el que empezó todo.
El recorrido en coche desde la capital se prolonga durante media hora pero el protocolo dice que en los casos de fuego en vehículos y viviendas son ellos los que tienen que intervenir. Cuando llegaron, «nosotros actuamos en el vehículo y luego en el monte. No miramos si era un incendio forestal o no», explica Alberto Pato, portavoz de este colectivo en el Ayuntamiento de Ávila. Eso significa que en el momento en el que arribaron las llamas ya habían cruzado la acera.
«Serían entre las once y cuarto y las once y media de la mañana» cuando Juan Sánchez, un vecino de Navarredondilla que se dirigía hacia Hoyos del Espino, pasó por ese mismo lugar. «El coche estaba estacionado y había tres o cuatro guardias civiles, un camión de bomberos y estaba todo el mundo hablando, no hacía nadie nada y el fuego estaba empezando», denunciaba con rabia. Poco después «llegó un helicóptero, sí, pero de reconocimiento y no vimos nada más».
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Sobre esa misma hora se aproximaba también a la zona el alcalde de Navalacruz, Benigno González. «Vi el humo y me acerqué hasta allí. Me quedé a 300 metros de donde estaba el coche y comprobé que estaba ardiendo el monte». Debía haber ya algún efectivo en la zona porque el alcalde avisó a un vecino del pueblo para que orientara a los desplegados y pudieran meter un camión en la parte más alta de la ladera, hacia donde avanzaba el fuego, con el ánimo de poder pararlo allí. Recuerda al menos una brigada antiincendios y «creo que descargando otro helicóptero», asegura, pero inmediatamente temió por el avance de las llamas.
Benigno González, alcalde de navalacruz
El viento, que soplaba con mucha fuerza, y el exceso de calor, complicaban las primeras actuaciones. «Le dije al alcalde de Solosancho, que se acercó también allí: 'si esto no lo paran aquí, vete corriendo a tu pueblo que llega hasta allí». Y así fue, como comentaron días después por teléfono. Las llamas obligaron a desalojar esa misma noche a los vecinos de dos de los anejos de ese pueblo (Robledillo y Villaviciosa) y horas después, otros dos más: Riofrío y Sotalbo con su anejo, Palacios.
Los efectivos desplegados en la zona no lo pudieron parar a pesar de las advertencias del alcalde que les recomendó hacer un cortafuegos que cruzara de forma trasversal a la dirección del fuego y que atravesara el monte. Se acercó al puesto de mando, «serían las ocho de la tarde», puntualiza. Le dijeron que lo tenían contemplado pero no se llegó a hacer. Él insistió: «O ponían más medios o no lo paraban». La respuesta que le dieron en ese momento era que «no podían mandar más efectivos aéreos porque podrían tener un accidente entre ellos». La velocidad a la que se propagaba era infernal (rachas de hasta 70 kilómetros por hora) y además el incendio se había bifurcado ya en varias lenguas y era complicado actuar. «Hablando con la gente de la UME nos dijeron que nunca habían visto un incendio tan rápido», explicaba el portavoz de los bomberos de Ávila.
Lo que ocurrió después ya es conocido: más de un millar de personas trabajando durante cuatro días, una treintena de medios aéreos, dotaciones procedentes de varias comunidades autónomas y tres noches de pánico en los municipios afectados con desalojos incluidos. A eso se suma un número de casas quemadas, todavía sin cuantificar, animales muertos (a Pedro, el ganadero de Navalacruz, se le han muerto dos terneros) y un fuerte golpe para los que viven allí.
Mari Carmen luce todavía en sus brazos los arañazos que le provocaron los cortes de la maleza. Como otros muchos vecinos de Navalacruz que se quedaron, su afán era evitar a toda costa, la noche del martes 16, que se destrozase todo. «Se ha vuelto a ver la unión», decía emocionada antes de implorar que «esto no se olvide». Ahora viene lo peor. La tierra luce negra y su propuesta es ararla para que la ceniza actúe de abono y se mezcle en el suelo. Entiende que de esta forma se evitarán las corrientes negras cuando lleguen las lluvias y todo vuelva a estar peor. Implora además agilidad administrativa para que se puedan construir pequeñas retenciones de agua, «que podamos hacer charcas y no nos pongan tantas pegas», ejemplifica. «No nos pueden dejar en el olvido porque el mal va a durar varios años», advierte.
De momento, a corto plazo, el asunto del fuego sigue siendo todavía el tema de conversación. Algunos de los muchos vecinos que cerraron las segundas residencias y se fueron con las primeras llamas han vuelto este fin de semana al pueblo. En el bar luce aún el cartel, escrito a mano sobre un folio en blanco, en el que se recuerda a «todos los que estén participando en el fuego (que) en este establecimiento tienen comida y bebida gratis».
Aún quedan efectivos en la zona, retenes de vigilancia y muchos de los 'otros' luchadores contra el fuego, los vecinos que han dejado la piel como los profesionales. Esos a los que quedan todavía muchos días de pelea, que se sienten desbordados por los gestos de solidaridad pero que insisten, insisten, insisten en que esto no se puede olvidar.
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