Julio Melón posa junto al vehículo equipado para ejercer su oficio. Laura Negro

Un afilador del siglo XXI

Oficios ·

Julio Melón, la tercera generación de una familia dedicada a esta profesión, recorre los pueblos de Valladolid, Salamanca y Zamora ofreciendo sus servicios

Laura Negro

Valladolid

Lunes, 30 de agosto 2021, 13:08

Pocas profesiones tienen un sonido tan significativo como el del afilador. Su peculiar chiflo nos transporta a lugares remotos de nuestra memoria. A nuestra más tierna infancia, cuando nos arremolinábamos con curiosidad para admirar las chispas que salían de la piedra esmeril de aquellos ... artesanos que se ganaban la vida pedaleando de pueblo en pueblo, afilando cuchillos, tijeras, hachas y otros utensilios de labranza. Aquella era una época en la que nada se desechaba y todo se arreglaba.

Publicidad

Hoy todo es distinto, aunque sigue habiendo profesionales fieles a las viejas costumbres de antaño. Julio Melón es uno de ellos. Este zamorano de 59 años es uno de los últimos de su especie. Él es la tercera generación de una familia de afiladores, y está seguro de que con él acabará la tradición. Fue comercial de óptica, hasta que un día, hace ya más de veinte años, decidió dejarlo todo por la piedra de afilar. Esa decisión cambió su vida a mejor. «Me considero un afilador del siglo XXI en la España Vaciada. Mi abuelo materno, Lorenzo González, se dedicó toda su vida a este oficio.

Nació en Esgos, en la provincia de Orense, que es conocida como 'terra da chispa', ya que de allí han salido el 90% de los afiladores del mundo entero». Entonces había mucha necesidad y él fue autodidacta. «Mis tíos y también mi padre siguieron sus pasos. Yo fui comercial muchos años, pero quise buscar una vida más tranquila. Y aquí estoy, recorriendo los pueblos. El trato con la gente es lo mejor y trabajar en esto es una maravilla», dice entusiasmado con su oficio.

Julio, que recorre a diario muchos pueblos de Zamora, Valladolid y Salamanca, cada dos meses acude puntual a su cita con sus clientes del Valle Hornija. Antaño, iba en bicicleta. Ahora lo hace en un coche totalmente equipado. «Como había visto algo de mundo, me di cuenta de que la bicicleta no era la mejor solución para desarrollar el trabajo, y como se puede ver… he evolucionado bastante», explica, mientras levanta el portón de su vehículo y muestra orgulloso su piedra de afilar y un banco de trabajo en el que no falta un detalle. «Lo tengo todo bien ordenado para sacar la mayor productividad a mis horas de trabajo. Puedo afilar una tijera en un minuto y la gente se maravilla. Los niños también se arremolinan para verme y eso me encanta», añade.

Publicidad

El sonido del chiflo siempre le precede y le sirve de reclamo. Esa melodía es su mejor legado. Cada vez que suena le recuerda a su padre, quien le enseñó todo lo que sabe. «La grabó en un estudio de radio y yo la llevo en un 'pendrive' para ponerla en la megafonía del coche. Mi padre me inició en esto y es lo que me queda de él. También tengo guardado como oro en paño su chiflo de madera de boj», dice Julio, que ha madrugado para ir a Gallegos de Hornija, donde le espera Tere Miguel, una de sus clientas más fieles. «Recuerdo cuando era muy pequeña, mi padre siempre estaba muy pendiente de la llegada del afilador. Se dedicaba a destazar y le gustaba tener los cuchillos a punto. Ahora, cuando Julio va a venir al pueblo, me avisa antes por teléfono para que tenga todo preparado», cuenta ella, mientras le entrega un montón de objetos cortantes que necesitan el toque de su afilador de confianza.

Se trata de un oficio que viene de muy antiguo. Hay constancia histórica de que ya en el siglo XIII existía en París un gremio de cuchilleros y afiladores. Una tradición que pudo llegar a España a través del Camino de Santiago. La itinerancia de la profesión se inició en el siglo XVIII, aunque se generalizó en el siglo XIX y, sobre todo, en el XX, con la incorporación de las bicicletas. Para Julio no fue fácil iniciarse en esta profesión. «Cuando empecé en esto, me escondía cada vez que llegaba a un pueblo. Me daba mucha vergüenza. Yo venía de trabajar durante 15 años en un sector totalmente diferente. Siempre iba de corbata y estaba acostumbrado a viajar mucho, hospedándome en los mejores hoteles y restaurantes. Por eso, pasar a la bicicleta fue duro. Iba a las calles en las que no había nadie y me camuflaba bajo una gorra. Me costó superarlo. Sin embargo, ahora soy muy feliz con lo que hago. Desempeño mi trabajo con una satisfacción muy grande. Para mí, mi trabajo lo es todo», confiesa Julio mientras afila unas tijeras.

Publicidad

Lo más complicado para este afilador es hacer frente al intrusismo. «En las capitales hay talleres y cuchillerías. Sin embargo, por donde yo me muevo, no conozco a ningún afilador ambulante en activo. Los 'espontáneos' son los que más daño hacen al oficio. Se ponen a afilar sin saber y lo que hacen es timar a la gente. Puede parecer un trabajo sencillo, pero no lo es. Hay que vaciar bien el cuchillo o la tijera para que el resultado sea bueno. Para esto no vale cualquiera», sentencia.

Son muchos años los que lleva recorriendo el medio rural, y lamenta que los pueblos poco a poco se vayan quedando vacíos. «Voy perdiendo clientes. Paso por los pueblos y cada vez hay más casas cerradas. En mi familia ya nadie va a seguir con la tradición. Mi hija Laura y mis nietos, Jimena y Matías, no creo que se dediquen a ello. La pandemia también ha sido un golpe muy duro. En los pueblos nadie salía. Ahora los mayores, con las vacunas se ven más liberados, pero hasta hace poco era terrible», concluye Julio Melón antes de alejarse con su chiflo para su siguiente parada, Torrelobatón.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad