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Grabado del siglo XIX que representa el auto de fe de octubre de 1559 en la Plaza Mayor. ARCHIVO MUNICIPAL
Los luteranos de Valladolid que inspiraron 'El hereje'

25 años de 'El hereje'

Los luteranos de Valladolid que inspiraron 'El hereje'

Las zozobras y angustias de aquel grupo liderado por Agustín de Cazalla, en el que no faltaron mujeres, revelan el ansia por un cristianismo más auténtico y humano

Enrique Berzal

Valladolid

Viernes, 3 de noviembre 2023

En 1557, año en el que Miguel Delibes sitúa el preludio de 'El hereje', el conventículo luterano de Valladolid estaba a punto de caer en las garras del Santo Oficio. Ya entonces, como ha escrito Bartolomé Bennassar, Lutero había muerto y había sido sustituido por Melanchton en Alemania, mientras que Calvino se encontraba en Ginebra. El contexto histórico de la gran novela del vallisoletano ha sido objeto de conjeturas. Aunque Marcel Bataillon rebajó el alcance herético del grupo vallisoletano asimilándolo, como mucho, a los alumbrados y erasmistas, José Tellechea Idígoras, principal estudioso del tema, no dudó en calificarlo como «un genuino brote de protestantismo en España», junto al de Sevilla.

La triste fama se la ha llevado -y se la sigue llevando- Agustín de Cazalla, cuya morada se encontraba en la calle que hoy lleva su nombre, pero el grupo luterano de Valladolid no puede entenderse sin la llegada a esta ciudad de Carlos de Seso, un veronés de linaje ilustre que había servido en los ejércitos de Carlos V antes de contraer matrimonio con Isabel de Castilla, sobrina del obispo de Calahorra, con la que se afincaría en Villamediana, provincia de Logroño. Devorado por las dudas y el ansia de profundizar en los rincones más punzantes del alma, atento a las ideas y las lecturas que venían de Europa, en 1545 entabló una estrecha relación con Bartolomé de Carranza, futuro obispo de Toledo que ya en el Colegio vallisoletano de San Gregorio, en torno a 1527, había mostrado cierta inclinación por proposiciones que los guardianes de la ortodoxia considerarían heréticas.

En sus recurrentes viajes a Italia, Seso contactó con el grupo calvinista de Verona, lo que acrecentó su angustia ante cuestiones tan relevantes como la justificación por la fe o la existencia real del purgatorio. Fue nombrado corregidor de Toro y luego, en Valladolid, sede de la Corte, se asentó en el entorno de la plaza de Fabio Nelli. Su cargo le permitió contactar con personajes variopintos que llegaban de Europa con nuevas ideas. Uno de ellos era Agustín de Cazalla, que fue canónigo en la Catedral de Salamanca, había estudiado con Bartolomé de Carranza y durante años ejerció como predicador en la Corte de Carlos V, en Flandes.

Carranza, el más preparado del grupo, había conocido el luteranismo en Alemania, y en compañía de Seso y de su hermano Pedro, que ejercía como párroco en Pedrosa, fue reclutando adeptos a las nuevas ideas, debatiendo en secreto sobre temas como la justificación por la fe, el purgatorio, la eucaristía, el sentido de las indulgencias, el celibato, la confesión como sacramento o la existencia de ministros de la Iglesia, entre otras cuestiones. En aquel grupo, formado por cerca de 40 personas, figuraban fray Domingo de Rojas, el bachiller Herrezuelo, Leonor de Vivero (madre de Agustín y de Pedro), sus hijas Constanza y Beatriz, Ana Enríquez, María de Rojas, que era monja en Santa Catalina, varias religiosas cistercienses del convento de Nuestra Señora de Belén y devotos parroquianos de Pedrosa. Todos ellos tejieron una tupida malla de comunicaciones, misivas, papelillos y encuentros secretos, aun sin saber que la Inquisición los vigilaba.

La delación que condujo a la caída del conventículo aún no está clara. La versión más jugosa, y si se me apura más periodística, hace responsable a la mujer del platero Juan García, quien, intrigada por las continuas salidas nocturnas de su marido, y pensando que se trataba de una infidelidad, le siguió una noche hasta descubrirle en pleno conciliábulo en la casa de Leonor de Vivero. Para Menéndez Pelayo, sin embargo, fue Catalina de Cardona, aya de Juan de Austria, quien delató a Cazalla al comprobar la herejía de sus palabras durante una predicación.

Apresamiento

Tras el apresamiento de Cazalla, en marzo de 1559, devino la caída de todo el grupo. En vano trataron de huir buscando la frontera con Francia Carlos de Seso y fray Domingo de Rojas. Todos fueron conducidos a las distintas cárceles de la Inquisición, principalmente a la que se hallaba junto a la iglesia del Salvador, en la actual calle de Fray Luis de León. La lista de mujeres no era escasa, como han resaltado Asunción Esteban Recio y Manuel González. Sobresalen Beatriz y Constanza de Vivero (hermanas de Agustín de Cazalla), Francisca de Zúñiga, Mencía de Figueroa, Ana Enríquez, María de Rojas, Juana de Silva, Leonor de Toro, Catalina Román, Isabel de Estrada, Juana Velázquez, Catalina Ortega, y siete monjas del monasterio de Nuestra Señora de Belén: María de Miranda, Catalina de Reinoso, Francisca de Zúñiga, Felipa de Heredia, Margarita de Santiesteban, Catalina de Alcaraz y Marina de Guevara.

Los dos autos de fe (21 de mayo y 8 de octubre de 1559) que alimentan la tercera parte de 'El hereje' fueron, junto con los de Sevilla de 24 de septiembre de 1559 y 22 de diciembre de 1560, los más relevantes del siglo XVI. Leídas públicamente las condenas en la Plaza Mayor, los ajusticiamientos se realizaron en la llamada Puerta del Campo, a la entrada del actual Campo Grande. La inmensa mayoría de los condenados abjuraron de sus opiniones, por lo que murieron a garrote y sus cadáveres fueron arrojados a la hoguera. Entre los 14 calcinados el 21 de mayo de 1559 figuraban Agustín y Francisco de Cazalla, Constanza del Vivero y los huesos de Leonor de Vivero, pues, fallecida años antes, fue desenterrada para la ocasión en San Benito. Y entre los 13 quemados en el auto de octubre estaban Carlos de Seso, su mujer Isabel y fray Domingo de Rojas.

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