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El Campo Grande puede considerarse el principal pulmón verde que ha tenido Valladolid en su historia más reciente, siendo el espacio natural y de esparcimiento más importante de la ciudad hasta que su crecimiento saltara los límites físicos de la tercera cerca, cogiendo el testigo, en cierto modo, de lo que fue el Prado de la Magdalena en etapas precedentes. Sin embargo, la ocupación humana de su entorno y la propia historia de la gestación del parque debe llevarnos a momentos anteriores, definiéndose un ámbito singular que merece la pena conocer más en profundidad.
Algunos noticias algo imprecisas, recogidas primeramente por Antolínez de Burgos, que alude al hallazgo de mosaicos y varios enterramientos, y más tarde por Juan Agapito y Revilla y Federico Wattenberg, refieren la posible existencia de un pequeño asentamiento de época tardorromana, localizado en un espigón fluvial formado por la confluencia del ramal meridional del Esgueva y del curso del río Pisuerga, y que se concretaría, según el plano actual, en el extremo más meridional de la calle María de Molina (antiguamente denominada como de la Guariza o de la Boariza), en su confluencia con los terrenos del cuartel de la Academia de Caballería. Sin embargo, no hay datos arqueológicos precisos al respecto de este posible asentamiento rural y las diferentes intervenciones urbanísticas realizadas en las últimas décadas no han aportado vestigios al respecto.
Mejor documentada es la utilización de una parte importante de los terrenos que posteriormente conformarían el Campo Grande como área cementerial, toda vez que hay atestiguadas, al menos, dos necrópolis. Una de ellas ya fue comentada en un capítulo precedente, al mencionar que el barrio mudéjar de Santa María empleó como camposanto, durante el siglo XV y hasta el edicto de 1502, un solar situado junto al camino de Simancas, el cual a partir de 1563 pasaría a ser ocupado por el convento del Carmen Calzado. Las excavaciones arqueológicas practicadas durante la reforma del Hospital Militar para su rehabilitación sacaron a la luz varios enterramientos asociados a esa ocupación funeraria, además de las cimentaciones del cenobio.
El segundo cementerio, bastante más extenso que el anterior, correspondía a la comunidad judía. De este grupo poblacional hay constancia histórica de dos aljamas o juderías en el Valladolid medieval, ocupadas entre el siglo XI y finales del XV. La más antigua se encontraría en las proximidades del Alcázar Real, más concretamente en las inmediaciones de las calles Zapico, General Almirante y El Val; mientras que la segunda, derivada directamente de las consecuencias que supuso la aplicación del Edicto de Catalina de Lancaster, de 1412, que obligó a las minorías étnicas a agruparse, se localizaría en el barrio de San Nicolás, próximo al Puente Mayor y en el entorno de la plaza de los Ciegos y el eje formado por las calles Isidro Polo y Lecheras (en el callejero actual aún se mantiene la calle Sinagoga en esa barriada).
Según calculan algunos especialistas, a mediados del siglo XV, la comunidad hebrea contaría con unas 1.200 personas. Consecuentemente, debieron de tener varios lugares en los que se enterrara a sus fallecidos, uno posiblemente situado en las inmediaciones del Puente Mayor, del que no hay datos concluyentes sobre su emplazamiento, y otro coincidente con el cementerio de Recoletos, que sí está registrado arqueológicamente.
Fue excavado en el año 2002, como consecuencia de los hallazgos documentados durante las obras de urbanización de la Acera de Recoletos y del antiguo paseo de carruajes. Se llegaron a documentar unos 75 enterramientos, conformados por fosas simples, excavadas en las gravas naturales, orientadas de poniente a naciente y con formas tendentes a trapezoidales u ovaladas.
Las tumbas se organizaban en hileras o calles, sin que se registraran signos de reutilización, aspectos que reflejan el respeto que la comunidad tenía hacia sus muertos, siendo bastante probable que su última morada estuviera señalizada en la superficie, seguramente mediante estelas, las cuales no pervivieron al paso del tiempo. En su interior se disponía el cadáver, habiendo constancia del empleo de ataúdes y tapas sencillas de madera. Los finados se colocaban en posición de decúbito supino, con las extremidades superiores paralelas al tronco del cuerpo y las inferiores estiradas, estando acompañados por un mínimo ajuar, consistente en pendientes, colgantes y cuentas de collar, realizados en bronce, plata o azabache.
Como ocurre con otros cementerios judíos, el de Valladolid estaba situado al exterior de la ciudad, en una pequeña elevación próxima al río Esgueva y junto a los caminos de entrada a la villa por el mediodía. En este caso, debió tener una amplia superficie, por cuanto se extendía a ambos lados del camino, relacionándose con él, muy probablemente, las noticias de enterramientos que Antolínez de Burgos mencionara erróneamente como romanos. La fecha final de su utilización es la de 1492, cuando se produce la expulsión de los judíos del Reino de Castilla, vendiéndose las tierras en 1497. Tras enajenarse, la zona fue nivelada y cubierta con diferentes aportes de tierras. En el pavimento actual se han colocado diferentes placas, con textos en hebreo y castellano, que rememoran a las personas que aquí se inhumaron.
En paralelo a esa utilización funeraria, hay noticias que mencionan cómo durante la Edad Media se organizaron en este pago diferentes justas y torneos, alguno de ellos presidido por el monarca Alfonso XI en el siglo XIV, además de celebrarse los duelos entre caballeros, actividades que llevarían a dar el apelativo de Campo de la Verdad a estos terrenos.
Como bien analiza María Antonia Fernández del Hoyo en sus estudios sobre el Campo Grande, el nombre está relacionado con la existencia, durante el Medievo, de un ejido o campo comunal, colindante con el caserío y donde la población llevaba a cabo tanto actividades agrícolas, para lo cual era habitual la creación de eras, como ganaderas, con la guarda de animales y reses.
La imposible enajenación de ese espacio comunal, dado que era un bien de y para todos los habitantes de la villa, determinó el mantenimiento esencial de su forma y extensión, la cual llegó incluso hasta al Espolón Viejo junto al Pisuerga, y la consecuente construcción de edificios en su perímetro desde los primeros siglos de la época Moderna. Su extremo septentrional se encontraba enfrente de la puerta del Campo, perteneciente a la segunda muralla y erigida a comienzos del siglo XIV, junto a la cual había un puente de igual denominación que salvaba el curso del río Esgueva, y desde el que partían dos caminos, uno hacia Simancas, que sería el origen del actual paseo de Zorrilla, y otro hacia Laguna, que con el tiempo se convertiría en el paseo del Príncipe y la carretera de Madrid.
Desde finales del siglo XV y comienzos del XVI se asiste a la expansión de la ciudad hacia el sur. De esta forma, se van definiendo con mayor precisión los límites del espacio que conocemos como Campo Grande. Ejemplo de esa configuración es la creación del barrio de la Vellotilla, más conocido como de las Tenerías, surgido de la parcelación y venta en 1515 de unos terrenos propiedad de Alonso Niño, Merino Mayor de Valladolid. Se creó una barriada con parcelas de tamaños similares, cuyas fachadas daban al camino de Simancas, el cual con el tiempo pasaría a denominarse Acera de Sancti Spíritus, alusión que refiere al monasterio de igual nombre que se levantó entre 1520 y 1530 unos centenares de metros más al mediodía, y que perduraría hasta su derribo en 1963. Este nuevo vial es lo que hoy en día se corresponde con el primer tramo del paseo de Zorrilla.
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Ese crecimiento urbanístico mantuvo en su parte central el pago comunal del Campo Grande, pero en el resto de su perímetro se fueron levantando construcciones de cierta relevancia, principalmente edificios religiosos u hospitalarios, además de casonas privadas. De esta forma, en el costado oriental se encontraba, en primer lugar, el Hospital de la Resurrección, institución que aprovechó en 1553 el inmueble en el que anteriormente había estado la mancebía, siendo ampliado en los siglos siguientes al agruparse en el mismo otros hospitales de la ciudad, acabando su existencia en 1890, cuando fue derribado y sobre su solar edificada la Casa Mantilla.
A continuación estaba el convento de los Agustinos Recoletos (que daría nombre a la calle colindante), cuya existencia se prolonga entre 1606 y 1836, al que seguían los conventos de religiosas de Jesús y María (1583-1864) y el de las Dominicas del Corpus Christi (siglo XVI-1884). La Acera de Recoletos sufriría una importante transformación a finales del siglo XIX con la desaparición de los conventos y la construcción de modernas viviendas promovidas por la burguesía local, al compás del propio desarrollo urbano que propició la apertura de nuevas calles, caso de las de Colmenares y Gamazo, constituyéndose esta segunda en el principal eje vial que comunicaba la plaza del Campillo de San Andrés con la estación del ferrocarril.
En el lateral meridional del Campo Grande estaban el convento de Capuchinos, cuyos terrenos fueron aprovechados tras la desamortización para crear la plaza de Colón y construir la estación ferroviaria y sus instalaciones anexas. Junto al anterior se encontraba el convento de Nuestra Señora de la Laura (1606-1998); la iglesia y el hospital de San Juan de Letrán (1550-actualidad); el convento de los Agustinos Filipinos (1743-actualidad), que se erigió sobre unas casas de familias nobiliarias; y, por último, el convento de frailes del Carmen Calzado (1563-1930), en cuyo solar se levantaría el Hospital Militar.
Finalmente, en el lateral occidental se edificó el Hospital de San Juan de Dios o de los Desamparados (1591-1922), junto al cual se levantó en 1847 un edificio proyectado como presidio modelo, con una singular planta octogonal, con galerías de dos pisos, que tras su reforma entre 1852 y 1855 pasaría a convertirse en la primera Academia de Caballería. Fue destruido por un gran incendio en el mes de octubre de 1915. Sobre los terrenos de los dos anteriores se construyó, entre 1921 y 1929, el actual edificio de la Academia de Caballería, siguiendo el proyecto redactado por el capitán de ingenieros Adolfo Pierrad, y siendo en la actualidad la construcción arquitectónica más destacada de la plaza de Zorrilla.
Por lo que respecta al propio Campo Grande, su carácter de espacio abierto y comunal propició que se mantuviera durante varios siglos sin urbanizar. Entre las distintas finalidades que tuvo debe mencionarse su empleo como ubicación de las horcas para ejecutar a los condenados y de las hogueras donde se quemaron a los herejes proclamados por la Inquisición, así como de emplazamiento de una plaza de toros provisional tras el incendio de 1561. Se conoce la existencia de alguna fuente vinculada a la traída de aguas de Argales, un crucero y el humilladero del Cristo de la Luz, una pequeña capilla frecuentada por los devotos para hacer rogativas e implorar por la caída de lluvias, la cual estuvo en pie entre finales del siglo XV y 1809, cuando fue derribada por los franceses. La utilización del espacio abierto por esas tropas, y sobre todo por la revista de tropas que tuvo Napoleón en 1809, llevaron a que el pago fuese conocido con el nombre de Campo de Marte.
A finales del siglo XVIII se traza un primer plantío, según el proyecto de Francisco Valzanía, que quedó reflejado en el plano realizado por Diego Pérez Manrique en 1788. En el mismo se desarrolla un área de esparcimiento bien estructurado, con calles y plazas circulares, trazadas a partir de hileras de olmos, en las que se disponía mobiliario y elementos ornamentales.
En los años 30 del siglo XIX se rediseñan algunos de los paseos y se instalan diferentes fuentes, de las que perdura la dedicada a Neptuno, mientras que en la década de los 70 de esa misma centuria, por iniciativa del alcalde Miguel Íscar, se desarrolla el proyecto del arquitecto Ramón Oliva, y el ajardinamiento encargado a Francisco Sabadell, que da la forma con la que hoy en día conocemos el Campo Grande.
Junto a su destacada arboleda y la presencia de diferente fauna, deben destacarse varias construcciones que ha tenido el parque, como son los casos del estanque con sus barcas, la cascada con una gruta donde se colocaron unas estalactitas procedentes de las cuevas de Atapuerca, el templete de la música o el edificio del Teatro Pradera, que se mantuvo frente a la plaza de Zorrilla entre 1910 y 1967.
El Campo Grande se remató en sus extremos septentrional y meridional con sendas plazuelas, donde se colocaron las estatuas de dos insignes personajes, el escritor José de Zorrilla (1900) y el marino Cristóbal Colón (1903).
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