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Rafael Ángel García-Lozano
Viernes, 13 de marzo 2020, 07:49
Hace unos días falleció José Jiménez Lozano, quien fuera director de este diario decano de la región. Cuando esa misma mañana trataba de explicar a mis alumnos de Filosofía su personalidad y exponer a retazos su trayectoria, éstos se extrañaban de que no fuera filósofo. ... Como me harto a decirles, filósofos somos todos en tanto que queramos transitar por el camino de acercarnos a la sabiduría. Y es que don José recorrió esta vereda con honestidad, y lo hizo sobre todo con su palabra periodística y literaria, haciéndola –además– cercana a sus contemporáneos. Se nos ha ido una voz lúcida, un señor libre, un humanista discreto, un pensador a la altura de los tiempos, un renacentista en plena época de postverdad. Un hombre de autoridad quizá silenciada en medio de la soberanía de la depreciación generalizada por la verdad. Porque más que cualquier otra cosa la verdad rezuma por los poros de sus letras. Sólo basta con acercarse a ellas con la misma sinceridad de su pluma.
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Tardé en descubrir su obra, e inicié mi relación epistolar con don José hace exactamente quince años. Por entonces había leído casi exclusivamente sus artículos en prensa, algún que otro relato menor y la 'Guía espiritual de Castilla', que me cautivó. Tuve la suerte de leerla con apenas veintiséis años en plena Tierra de Campos zamorana, en Villalpando, quizá uno de los lugares donde más hondamente se puede comprender el contexto geográfico y antropológico de ese ensayo. Un relato de tanta libertad y lucidez que no puede ser sino universal. Porque su hondura no está en las descripciones de Castilla ni en la visión amable de nuestros campos y gentes, que ciertamente lo son a pesar incluso de nuestra mentalidad derrotista y lánguida. Encontré en este libro una esperanzada visión de la vida y comprensión del hombre, con sutiles reflejos del evangelio. Quizá la más honda y bella reflexión que se haya escrito sobre la hoy llamada España vaciada. Nuestros intercambios epistolares se prolongaron, hasta el punto de compartir preocupaciones sobre la deriva cultural, antropológica y religiosa de nuestros días. Cuando en abril de 2016 'Viernes del Sarmiento' concedió el III premio de poesía Treciembre a mi poemario 'El tiempo purgante', acabé trabando amistad con el poeta Fermín Herrero, que a la sazón fue uno de los miembros del jurado. Pronto Jiménez Lozano apareció en nuestras conversaciones. En julio siguiente visitamos a don José en Alcazarén, pasamos la tarde juntos, y el encuentro a tres fue una auténtica delicia. Se mostró como el laísta irredento. Con sumo afecto guardo las cartas y esa foto.
Más sobre Jiménez Lozano
Alguien escribió alguna vez de Jiménez Lozano que era un cristiano algo heterodoxo. Nada más lejos de la realidad. En él y en nuestras conversaciones epistolares encontré un elemento originalísimo sobre la relación entre fe y cultura, pues no abunda(ba)n interlocutores de peso sobre esta cuestión. En mis cartas le expresaba que, entre otras reflexiones de fondo, me preocupa también la autoconciencia de los cristianos y nuestra tímida presencia pública y social. Y sobre todo el autodestierro de la fe del mundo de la cultura y el pensamiento. Atendiendo a que la propuesta cristiana es hoy una más de las ofertas, también quizá en el mundo de la cultura, le exponía mi desconcierto por haber dejado de hablar de Dios en el ámbito cultural, y más aún dolor porque la propia Iglesia no priorice este aspecto. Don José sabía que esto era así, pero él seguía a lo suyo. Era un literato y pensador que, sin reclamar una situación pasada que algunos añoran, se lanzaba a escribir sobre el hombre, y como quien no quiere la cosa, también sobre el Dios de Jesucristo. Sin estridencias, con la discreción de su pequeña figura.
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El Norte
Enrique Berzal
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Quizá estemos necesitados de pensadores y literatos de su hondura, y más aún de su visión –esperanzada– de la realidad. Quizá necesitemos de más cartas a Tesa, más azul sobrante, más mudejarillos, más humanismo hecho palabras en la intimidad de su lectura. Sus artículos en prensa nos quedan como su magisterio de andar por casa. Se nos ha ido un literato premiado, un pensador certero, pero sobre todo un hombre lúcido. Nos quedamos sin un verdadero referente. Y nos deja en herencia la esperanza.
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