Borrar
El escritor abulense, en sus años de periodista. El Norte
José Jiménez Lozano: perfil y biografía

Periodista heterodoxo, escritor de la conciencia

Abulense de Langa, José Jiménez Lozano estudió Derecho pero se dedicó al periodismo guiado de su vocación literaria, dirigió El Norte de Castilla y ganó el Premio Cervantes

Lunes, 9 de marzo 2020, 14:23

La pasión por la escritura y una confesada desilusión ante un ordenamiento jurídico que no podía compartir condujeron a José Jiménez Lozano al trepidante mundo del periodismo. Ocurrió a mediados de los años 50, después de haber desistido de ganarse la vida por medio de la abogacía.

Nacido el 13 de mayo de 1930 en la localidad abulense de Langa, un pueblo de la Moraña que limita al norte con el término de Arévalo, este místico de las letras y el periodismo se crió en un ambiente familiar presidido por la humanidad de Sofía Lozano, 'directora espiritual' de sus primeras aficiones literarias, la presencia protectora de Eugenio Jiménez, secretario del Ayuntamiento, y la no menos decisiva influencia del abuelo materno. Más que leer, lo que solía hacer de niño era, según su propia confesión, escuchar. «La infancia te salva, como una película protectora, de los golpes de la vida. Hay que tratar de ser fiel a la simplicidad y a la sencillez. El caso es no echar esa 'piel de búfalo' que nos vuelve insensibles», afirmaba en 1992, con ocasión de haber recibido el Premio Nacional de las Letras.

«Mis padres me dieron una educación convencional de clase media, probablemente llena de paternalismo y de todos otros defectos y traumas, que tanto entretienen hoy a psicólogos y pedagogos»

De la caridad de Sofía Lozano, mujer profundamente religiosa, da cuenta la bella costumbre de acoger en el hogar a refugiados de una guerra civil cuyo recuerdo y consecuencias marcaron sin duda la vida del escritor: «Mantengo en la retina una calle entera de Madrid: la de Segovia, bajo el Viaducto, llena de camisas rojas; también de grupos de jornaleros con hoces amenazantes, y unos hombres con las manos atadas con sogas y calzados con unas alpargatas blancas de lengüeta amarilla, gentes llorando. Pero, en el oído, tengo aún la memoria de noticias terribles, que tenían que ver con que llegase al pueblo un coche, o 'la camioneta'. Oía historias como la de mi madrina de bautismo, que se había enfrentado a los fusiladores que trataban de impedir el llanto de la madre de una de sus víctimas (...) y luego oía otras historias sobre muertos casi siempre, o de gentes que se ocultaban, o eran llevados a la cárcel».

Aún más, aquella infancia en Ávila, que siempre recordó como una especie de paraíso clausurado, vino presidida por la querencia paterna a aliviar el sufrimiento de los derrotados: «Mis padres me dieron una educación convencional de clase media, probablemente llena de paternalismo y de todos otros defectos y traumas, que tanto entretienen hoy a psicólogos y pedagogos; pero tengo clara una cosa: en medio de aquella posguerra civil, llena de odio y violencia, con pobreza solemne y aplastamientos, aprendí la misericordia por los que sufrían, que implicaba ayudarles de inmediato como se pudiese y, desde luego, la escucha también de lo que tenían que decir», confesaba en 2002.

José Jiménez Lozano realizó los estudios primarios en su pueblo natal, «en una menesterosa escuela rural» que, sin embargo, significó para él un excelente entrenamiento en todo lo relacionado con el ansia de saber. Del bachillerato elemental, cursado en Ávila, rememoraba «las peleas con latines, griegos, Reconquista, Cervantes, Aristóteles», una pelea de la que salió airoso: «Gracias a esas peleas, a la revelación de esos textos y lo que significan y arrastran consigo, se vive después». Cursar como alumno libre el bachillerato superior en el Instituto Zorrilla de Valladolid acentuó su autodidactismo y potenció su pasión por la literatura. En aquellos años, el aspirante a abogado leía de todo y de forma un tanto anárquica: literatura francesa, los románticos ingleses, novela rusa, escritores españoles del XIX y del 98...

En 1951 comenzó la carrera de Derecho en la Universidad vallisoletana, que compaginó con la asistencia, como oyente, a algunas clases de Filosofía y Letras. Licenciado en 1956, decidió trasladarse a Madrid con la intención de preparar oposiciones a judicaturas. «Estuve una temporadita en el bufete de Gil Robles, llevando recados de un sitio a otro, el tiempo justo para darme cuenta de que no me atraía ser abogado». En efecto, esa experiencia como pasante y la extrema severidad del Código Penal frustraron sus expectativas: «No es que en el Código no encontrase ningún delito, como escribió Javier Pérez Pellón, lo que me parecía exagerado era lo que se refería a la seguridad del Estado», confesaba.

Periodista

Si se decidió entonces por el periodismo fue, fundamentalmente, «porque me tiraba la literatura», confesaba. Matriculado en 1957 en la Escuela Oficial madrileña, el abulense ya había colaborado en revistas universitarias como 'Cisne' y 'Escolar' y se había dado a conocer por sus colaboraciones en 'Destino' y en 'Informaciones', pero sobre todo en El Norte de Castilla. En Destino escribió 'Cartas de un cristiano impaciente', letras de matiz existencialista compartidas con José Luis López Aranguren, y en el periódico vallisoletano sustituyó al sacerdote José Luis Martín Descalzo en la agustiniana sección 'La ciudad de Dios'. Defensor de un cristianismo ecuménico y fascinado por la heterodoxia española, sus artículos eran todo menos convencionales, buscaban sacudir la conciencia del lector, incomodarle sin caer en la moralina al uso. Suponían un contrapunto, repleto de religiosidad, de aquel nacionalcatolicismo ramplón que legitimaba la dictadura franquista.

La redacción de El Norte de Castilla, con Jiménez Lozano y Miguel Delibes, en la década de los sesenta. El Norte

Ya entonces había establecido su residencia en Alcazarén, un pequeño pueblo vallisoletano situado a 34 kilómetros de la capital, donde había sido trasladado su padre en 1956 y donde residiría hasta su muerte, acompañado hasta el final por su esposa Dora, madre de sus dos hijos, y su gato Garfield. En Alcazarén recibía a amigos y jóvenes escritores prestos a aprender de su experiencia, con los que departía paseando por los pinares cercanos. Podría decirse que este pueblo vallisoletano se amoldaba a la perfección a su modo de ser y de instalarse en el mundo, humilde y discreto, amante de la quietud, la reflexión y el silencio, enemigo de la popularidad. También Miguel Delibes fue testigo de ello: «Pepe Lozano vive retirado en un pueblecito de Valladolid, Alcazarén, con sus casas de adobe, su barro, su trigo y su pobreza. También algún pino que otro para disfrazar la aridez. Allí estudia, escribe, allí trabaja: - Oye, Pepe, ¿por qué́ no te vienes aquí a Valladolid? - Por ahora, no interesa».

Otro de sus grandes amigos, el que fuera director del Archivo General de Simancas, Amando Represa, señalaba, con ocasión del Premio Nacional de las Letras otorgado a Jiménez Lozano en 1992, que «nuestro hombre, en menosprecio de ciudad y alabanza de aldea, ha refugiado su intimidad, como un anacoreta de la pluma o un extemporáneo «neo-mozárabe», en su morabito particular, frente a la chopera de un jardín de sólo césped, oteando los llanos de Olmedo o los alcores-casi «texanos» de La Parrilla».

El periodismo se convirtió en su única actividad profesional a partir de 1962, año en que obtuvo el título de periodista; fue entonces cuando Miguel Delibes, que entonces dirigía El Norte de Castilla, reforzó su colaboración semanal en el periódico. La llegada de Jiménez Lozano y de otros colegas como Francisco Umbral, Manuel Leguineche o César Alonso de los Ríos formaba parte de un relevo generacional buscado voluntariamente con objeto de combinar calidad literaria, madurez profesional y talante liberal: «Traía un aire candoroso, puesta la risa, una voz levemente chillona y una cabeza formidablemente equipada (de lectura e ideas)», recordaba en 1989 el mismo Delibes, quien destacaba de él su «cierto ensimismamiento de sabio distraído» pero, sobre todo, su «rigor intelectual y una cierta disconformidad con el catolicismo imperante».

«Traía un aire candoroso, puesta la risa, una voz levemente chillona y una cabeza formidablemente equipada (de lectura e ideas)»

miguel delibes (1989)

El abulense, en nómina como redactor de El Norte desde diciembre de 1964, también formó parte del equipo fundador de 'El caballo de Troya', famosa sección que años más tarde coordinó: «Lo mío era más un periodismo de mesa, no a pie de calle. Lo mejor que aportaba el periodismo era el sentido de realidad, te presentaba un mundo mucho más ventilado e interesante. Ahora el periodismo es otra cosa, la situación es más desventajosa que antes. Junto al compañerismo, El Norte me permitía hablar no sólo de aspectos técnicos, también de literatura y política».

De aquellos años destacó su labor como corresponsal en el Concilio Vaticano II (fue uno de los pocos seglares invitados), fruto de la cual fueron unas interesantes crónicas que reflejaban el cúmulo de esperanzas suscitadas por dicho evento en los ambientes católicos más tolerantes y abiertos. Su 'Cristiano en rebeldía' (1963), primer ensayo publicado sobre esta temática, da buena cuenta de dicho talante: «José Jiménez Lozano es el más reciente de los redactores [de El Norte] y quizá el colaborador de más densidad filosófica», escribía José Altabella en 1966; «alertado por los grandes problemas sociales y teológicos de la Iglesia, animado de un espíritu crítico y un entendimiento revisionista de los valores espirituales de nuestro tiempo, sus artículos en El Norte de Castilla y en Destino, de Barcelona, vienen despertando gran interés en un sector de vanguardia, entre aquellos que se preocupan de las corrientes modernas del catolicismo actual».

Desde 1971, año en que publicó su primera novela ('Historia de un otoño'), Jiménez Lozano compaginó de forma brillante el periodismo y la literatura, no en vano llegó a ganar el Premio Nacional de las Letras (1992) y el Premio Cervantes (2002), entre otros muchos reconocimientos. Además, en 1985 y 1986 dirigió los Cursos de literatura que en Segovia organizaba la Universidad Menéndez Pelayo, al tiempo que participaba en diversos foros y congresos internacionales sobre la especialidad. También por entonces participó junto al sacerdote José Velicia en la creación y puesta en marcha de Las Edades del Hombre, inaugurada en la Catedral de Valladolid en 1988.

Especializado en editoriales y comentarios de noticias internacionales, en 1978 fue nombrado subdirector de El Norte de Castilla, puesto en el que se mantuvo hasta diciembre de 1992, cuando sustituyó a Fernando Altés en la dirección del rotativo. Pero Jiménez Lozano fue siempre un director atípico, nunca terminó de creerse del todo sus funciones ni ejerció una autoridad especial: «Es mejor no tomarse estas cosas muy en serio», afirmaba con ironía; «A mí no me molesta la persona autoritaria en el sentido en que debe ejercer una autoridad, lo que sí me molesta es la persona ordenancista. El Norte era una cosa de gente que se entendía y se llevaba muy bien, tampoco tenía yo que ejercer una autoridad, digamos, especial».

Jubilado en 1995, siguió colaborando con El Norte de Castilla hasta 2005. En 1997 donó su biblioteca, compuesta por cerca de 10.000 volúmenes, y su fondo documental a la Fundación Jorge Guillén. «Me molesta envejecer», le confesaba a Gurutze Galpalsoro en 1998; «la vejez es un mal, lo que cabe esperar es que sea lo más benigno posible y ojalá se le concediese a uno algún suplemento de alma, algo así como un adensamiento de ella y que no fuera invadida por el amargor, la envidia y el egoísmo, que son enfermedades de viejo, sino que me concediera la suficiente dosis de ironía y lucidez, de generosidad y alegría. Me gustaría ser un viejo incordiante y misericordioso».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elnortedecastilla Periodista heterodoxo, escritor de la conciencia