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El cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, ofició el funeral en la iglesia de Santiago en Alcazarén. Henar Sastre
José Jiménez Lozano: El humanista sabio y discreto

El humanista sabio y discreto

El mundo de la política y la cultura ensalza la singularidad de la obra y la trayectoria a contracorriente del narrador, periodista, poeta y ensayista abulense

Jesús Bombín

Valladolid

Lunes, 9 de marzo 2020, 21:14

La casa de José Jiménez Lozano en Alcazarén ha sido refugio de buscadores de conversación ilustrada, de modos de descifrar el mundo bajo el prisma del intelectual humanista. Pensador independiente, ajeno a cenáculos y tribus literarias, su existencia queda marcada por una singularidad forjada más en el trato cercano que en la búsqueda de presencia pública. El mundo de la cultura y las instituciones recordó ayer al narrador, periodista, poeta y ensayista con el unánime reconocimiento a su trayectoria, enfrentándole en su despedida al protagonismo al que en vida trató de dar esquinazo.

La de Teófanes Egido era una de sus amistades más veteranas, en buena parte sustentada en el común interés por la vida y la obra de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz. «Tuve la suerte de poder seguir cómo escribía 'El mudejarillo'; era muy humilde con esas cosas y daba a consultar sus escritos a otras personas», resume el historiador, carmelita y excronista oficial de Valladolid. En torno a la mística, el erasmismo y la convivencia de musulmanes, judíos y cristianos en España hilaron buena parte de sus conversaciones.

Deslumbramiento es la palabra que el escritor leonés Andrés Trapiello más utiliza al glosar la figura de Jiménez Lozano. «Conocí a Pepe de oídas, de leerlo en El Norte siendo yo estudiante en Valladolid», rememora. «Cuando publiqué 'El buque fantasma', una novela que no hablaba muy bien de la ciudad, le pedí que me la presentara y accedió, lo que le valió no pocas críticas. Cuando publicó el diario 'Los tres cuadernos rojos' vi que esa era la literatura que yo quería hacer, sin género, muy viva, reposada».

Durante un tiempo mantuvieron una relación epistolar. Así le hizo saber de su disfrute al leer 'El mudejarillo'. «Me gustaba mucho ese castellano suyo, salido directamente del siglo XVI, cuando la lengua castellana estaba haciéndose, con un apresto de virginidad y sobriedad enorme».

Por los versos se siente hermanado el Premio Nacional de Literatura Antonio Colinas, admirador, dice, «de su escritura desde la independencia y la soledad». «Había en él una base humanista, ahora inusual, que le venía de su sólida formación en nuestros clásicos, de su sensibilidad hacia la mística y la idea de lo español como una cultura con raíces, con pasado». Al igual que el escritor en su refugio de Alcazarén, se considera Colinas «amigo de la tranquilidad y de escribir en el secreto de la casa».

Al poco de llegar como profesor de Literatura al instituto de secundaria de Íscar, Fermín Herrero trabó relación con Jiménez Lozano. «Me presenté en su casa para que me firmase unos libros, y le invité a que impartiese una conferencia a los chavales. Siempre me trató como a un hijo, mejor imposible», contaba ayer el poeta soriano, Premio Castilla y León de las Letras. «Es un escritor único, de una verticalidad de pensamiento impresionante, aparte de un sabio. Contraje una deuda impagable con él solo por los caminos que me ha abierto a través de lecturas».

Con José Noriega, editor de El Gato Gris, mantuvo el fallecido una relación especial. Desde el molino de Velliza donde Noriega elabora sus artefactos visuales y literarios colaboraron en proyectos como el de los manuscritos, que incluían sus poemas e ilustraciones de artistas. «Acostumbrado a tener que aguantar la chulería e inflexibilidad de algún joven que empieza, me sorprendió su trato afectuoso. Era una delicia trabajar con él, todo le parecía fantástico, me decía: 'Si no le gusta esta poesía, le escribo otra'». Recordaba ayer la exposición que organizaron en la galería La Maleta con sus 'collages'  así como los trabajos previos de la obra 'El atlas de las cinco ínsulas'.

A la escritora leonesa Elena Santiago la noticia de la pérdida del escritor le caló muy hondo. «Las personas como él nunca tenían que morir. Ocurre que no desaparecen porque han sido grandes, estupendos en todo su trabajo y su forma de vivir». En 2017 el cardenal arzobispo de Valladolid, Ricardo Blázquez, le impuso la Cruz Pro Eclesia et Pontifice que concede la Santa Sede «como signo de reconocimiento personal cristiano y apostólico a una obra fecunda, magistral, sustentada en la tradición humana y cristiana de Europa».

Partícipe de multitud de conversaciones de café después de la visita que muchos jueves rendía a la librería Sandoval, el escritor Gustavo Martín Garzo lamenta que últimamente le veía poco. «Me asombraba que este hombre, que no se había movido de su pueblo, tuviera capacidad para vincularse con la cultura entendida como algo universal. Era fuente de descubrimiento y gozo. Poca gente como él era capaz de ver Castilla fuera de los tópicos. Conservador en el buen sentido de la palabra, le parecía que este mundo es un desastre, que vamos cada vez a peor». En ese territorio crítico le recuerda también el editor Agustín García Simón. «Nos queda su memoria, sus libros, la imagen entrañable de quien representa la desaparición de nuestro mundo y el arrasamiento de la cultura entendida en el sentido tradicional de civilización grecolatina; gracias a él empecé a leer libros que de otra manera no habría alcanzado. Fue amigo, conversador fecundo, hombre de ironía, agudeza y, sobre todo, de gran soberanía personal, un humanista con sentido religioso y trascendente».

Como editor en Seix Barral tuvo trato con él Adolfo García Ortega, quien lo equipara con el equivalente castellano de Álvaro Cunqueiro. «Era muy espiritual, una isla dentro de la literatura española; no estaría mal que las nuevas generaciones lo conocieran en profundidad».

En Pre-Textos publicó también «un maestro como diarista», aduce el editor Manuel Borrás. «Un escritor con un hondo sentido de la libertad, lo que a mis ojos le hacía admirable». Desde diversas instancias expresaron sus condolencias el presidente de la Diputación de Valladolid, Conrado Íscar; el alcalde, Óscar Puente, Las Edades del Hombre y la Asociación de la Prensa de Valladolid. Desde la Junta de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco envió un telegrama de pésame a la familia y el grupo municipal del PP solicitará la Medalla de Oro de la ciudad.

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