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José jiménez Lozano, Félix Cuadrado Lomas y Pepe Relieve, en el homenaje a la Librería Relieve en 2011. Henar Sastre
José Jiménez Lozano: Del 'morabito' de Alcazarén a las librerías de Valladolid

Del 'morabito' de Alcazarén a las librerías de Valladolid

'Recluido' la mayor parte de su tiempo en su domicilio alcazareño, donde recibía numerosas visitas, Jiménez Lozano frecuentaba las tertulias en las librerías Lara y Sandoval y el café en el Lyon D'Or, entre otros lugares

Lunes, 9 de marzo 2020, 20:21

Alcazarén, pequeño pueblo de la provincia de Valladolid situado en el triángulo que va de Arévalo y Medina a Tordesillas, Cuéllar y Valladolid, era algo así como el santuario laico de José Jiménez Lozano. Allí había sido destinado su padre en 1956 a causa de su profesión, y allí se instaló él, de manera definitiva, a finales de esa misma década. Desde entonces, Alcazarén y Jiménez Lozano se fundieron en una misma esencia: recogimiento, quietud, reflexión y alejamiento voluntario de los focos de la popularidad, pero también cultivo incesante de la amistad y cuidado extremo del entorno familiar, ese del que, junto a su mujer, Dora, y sus dos hijos, también formaron parte con toda legitimidad Otto, un robusto pastor alemán, y un gato al que puso por nombre Garfield.

Su casa de Alcazarén era, en definitiva, lo que su amigo Amando Represa denominaba gráficamente como «su morabito particular, frente a la chopera de un jardín de sólo césped, oteando los llanos de Olmedo o los alcores-casi 'texanos', de La Parrilla», un morabito «con su camilla placentera y una chimenea de crepitantes leños».

Esa reclusión voluntaria en la humilde localidad vallisoletana alimentó su imagen de «místico rural castellano» alejado del mundanal tráfago del glamour literario, lector impenitente dedicado en exclusiva a nutrir su bagaje cultural con la compañía de quienes verdaderamente le importaban, familia y amigos como Santiago, maestro del pueblo con quien llegó a tener una amistad fraterna. «Allá quedará, en su cueva de anacoreta cristiano-islámico, terco y fiel, tímido y vergonzoso, bueno siempre, contemplando cómo se muere la tarde por los largos pinares, o cuidando, franciscanamente, a alguna rapaz herida, refugiada en el césped de su chopera», le describía Amando Represa el mismo día en que recibió el Premio Cervantes.

En realidad, eran muchos los amigos y admiradores que se acercaban por la amplia y espaciosa casa de Alcazarén para hablar con el maestro. Todos se paraban frente a los estantes repletos de libros y contemplaban fotografías como las de la poeta americana Emily Dickinson, la pensadora francesa Simone Weil, el Nobel japonés Yasunari Kawabata y la escritora sureña Flannery O'Connor; una casa desde cuyas ventanas podía verse el cielo de Castilla con la ayuda de un telescopio estratégicamente situado.

«Cuando fui a verle a Alcazarén tardó tres horas en invitarme a una taza de café. Nos metimos en tal vorágine de recuerdos (nuestros tiempos en El Norte de Castilla) y de todas esas pasiones que van unidas a las ideas, al periodismo y a la literatura que se le olvidó invitarme a café. Porque para Pepe lo material no tiene más interés que el de servir a esa otra vida que va de la lectura a la escritura de la memoria al presente y de éste al pasado en una incesante búsqueda de explicaciones», recordaba el escritor y periodista César Alonso de los Ríos cuando el abulense recibió el Premio Cervantes.

Y de esta manera rememoraba el abogado Carlos Gallego Brizuela la impactante visita que le hizo en 1973: «Cuando llegamos a Alcazarén me sorprendió que dejara lo que estaba haciendo y nos dedicara toda la mañana para ofrecernos una conversación que, desde la más absoluta humildad, abría un universo deslumbrante con las más variadas referencias culturales, en cuyas redes quedé atrapado para siempre». Y al igual que Gallego y De los Ríos, centenares de personas visitaban al escritor en su fortín de Alcazarén para departir durante horas de lo humano y lo divino, casi siempre paseando por los pinares cercanos.

El Norte

Eso no quiere decir, ni mucho menos, que el de Langa evitara la capital vallisoletana o que solo la frecuentara para presentar sus libros, impartir conferencias o, sobre todo, cumplir con sus responsabilidades profesionales derivadas de su trabajo en El Norte de Castilla. Esto último, ciertamente, hizo de la sede del decano de la prensa otro de sus lugares de referencia: cuando fue fichado por Delibes, allá por 1956, y más aún después de pasar a formar parte de la plantilla, nueve años después, la figura recogida de Jiménez Lozano, con ese aire de cierto despiste o ensimismamiento, se hizo un hueco de admiración y respeto entre los colegas que compartían lugar de trabajo en la calle Duque de la Victoria, esquina con Montero Calvo. Ahí tenía su sede El Norte de Castilla desde principios del siglo XX, y de ahí no se movería el periódico hasta que en 1995, precisamente el mismo año en que Jiménez Lozano se jubiló, estrenó la sede actual del Polígono de Argales.

Lo cierto es que el abulense nunca llegó a ejercer como periodista al uso en cuanto a horarios se refiere: «He sido un periodista que no ha tenido que fichar», reconocía siempre. Ni siquiera cuando tuvo responsabilidades de dirección, de 1978 a 1992 como segundo de Fernando Altés y entre 1992 y 1995 al frente de El Norte, suspendió esa rutina semanal consistente en escribir los editoriales y otros cometidos periodísticos en su casa de Alcazarén y no frecuentar en exceso la redacción. Es de sobra conocido que cuando dirigía El Norte delegaba muchas de sus funciones en María Eugenia Marcos e Íñigo Noriega, y que su única cita inexcusable en el periódico eran las reuniones del «Consejillo».

Pero además de ser la sede física de su lugar de trabajo durante casi 40 años, Valladolid era también el lugar de sus tertulias literarias. Ya cuando dirigía la librería Lara, en Fuente Dorada, propiedad de la empresa editora de El Norte de Castilla, celebraba en ella una tertulia semanal, informal y a modo de rebotica, a la que no faltaban amigos como José Velicia, sacerdote fundador de Las Edades del Hombre, el que fuera director del Archivo de Simancas, Amando Represa, y los catedráticos Alfonso Guilarte y Santiago de los Mozos. Una tertulia que más tarde, ya cerrada 'Lara', trasladaría a la librería 'Sandoval', en la Plaza del Salvador.

La rutina finalizaba hacia las 19:30 horas, cuando, cargado de bolsas de la compra, recorría el camino de vuelta hacia la Estación de Autobuses para subirse al coche de línea que lo llevaba hasta Alcazarén

En aquellos años –mediados de los 90-, cumplía rigurosamente el rito viajero de trasladarse en coche de línea desde Alcazarén hasta Valladolid para, una vez llegado a su destino en la Estación de Autobuses, pasear hasta el centro de la ciudad en busca de las librerías más importantes, pues eran su lugar de culto y encuentro con los lectores. Solía tomar café y una botella de agua en el Café Lyon D'Or, en la Plaza Mayor, muchas veces en compañía del escritor y periodista Ernesto Escapa, entonces director de la editorial Ámbito.

A continuación, parada obligada en Sandoval, donde a menudo dejaba la cartera si tenía algún compromiso, para regresar a las pocas horas y firmar libros de fieles lectores que aguardaban su llegada. Otra de sus librerías de referencia, también desaparecida al igual que Lara, era Isis, en la calle de López Gómez, esquina con la Plaza de Cervantes. La rutina finalizaba hacia las 19:30 horas, cuando, cargado de bolsas de la compra, recorría el camino de vuelta hacia la Estación de Autobuses para subirse al coche de línea que lo llevaba hasta Alcazarén.

En los últimos años, sin embargo, ya bastante quebrada su salud, restringió drásticamente sus viajes a Valladolid capital. Los hacía con cuentagotas, cada vez más esporádicamente –en invierno muy pocas veces- y ya no en transporte público sino en vehículo particular, con alguno de sus hijos o con amigos. «Venía a la librería pero ya no celebraba tertulias», recuerda Miguel, gerente de 'Sandoval', «solía hablar con amigos y sobre todo con universitarios y otras personas que estaban haciendo trabajos sobre su obra».

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