![Muere José Jiménez Lozano: La esperanza en la palabra](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202003/13/media/cortadas/pepecervantes-k2IF-U100505826033iy-624x385@El%20Norte.jpg)
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«¿Por qué se escribe? Probablemente porque no se sabe y no se puede hacer otra cosa; porque desde pequeño empezaste a frecuentar el mundo que está en los libros, te encontrabas a gusto con él, te parecía más verdadero que el mundo ... real y, un día, de repente, tú también echaste a andar por ese camino y ese oficio hasta que te decidiste a hacer un libro y decir; 'esta es la clase de sillas o zapatos que salen de mi obrador'», escribió José Jiménez Lozano. De su obrador salieron 82 títulos, el fruto de seis décadas alimentando imprentas, y aún hay alguno en el horno. Una vida armada en torno a la palabra, que fue labor, curación, entretenimiento, acariciada tanto en la escritura como en la 'parleta'. Y a pesar de los desencantos con el 'gallinero' del mundo, cada mañana se enfrentaba a su pensar, que era su escribir, porque «algo hay que trabajar», porque allí seguía, intacta, su esperanza.
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El periodismo fue su sueldo y acató los límites, sin embargo, como 'escribidor' todo estaba permitido, hasta sacar a los personajes de la Biblia. Del «Rióse Sara para sus adentros», del 'Génesis', a recrear su vida con sus telas y collares en 'Sara de Ur', una de sus más deliciosas «ficciones verdaderas». Antes de Mesopotamia fue la abadía de Port-Royal en 'Historia de un otoño', y después sería 'El mudejarillo' y las 'Precauciones con Teresa' (ahora recopilados ambos por Confluencias en un único tomo). El mudejarillo no es otro que Juan de Yepes, un frailecillo enjuto y latizo paisano suyo con el que el lector viaja por la España del XVI. Tanto Juan como Teresa han pasado a ser santos, aunque Jiménez Lozano les cuenta en sus gripes y hambres, en sus celdas y problemas con el poder temporal, en la intrahistoria tan ajena a su trascendencia posterior. Cuando publicó 'Precauciones con Teresa' (2015) describía así su proceso de escritura: «Por ejemplo cuando escribía 'Sara de Ur' yo no sabía cómo se llamaban las plantas ni los azulejos. Luego lo busqué en los auxiliares de la Biblia. Si no lo hubiera hecho, en la narración de esa mujer no judía, casada con un jeque que cuidaba ovejas y se reía del faraón, hubiera aparecido Alcazarén. Cuando escribo no leo, luego resuelvo esos problemas. Lo importante es coger el aire, que el hilo esté bien». La última de sus 27 novelas es 'Memorias de un escribidor', fábula que retoma al personaje de 'Maestro Huidobro' en la que ironiza sobre el mundo literario y la España actual.
Oyente entusiasta de las conversaciones ajenas, atento observador de los flecos de la realidad, la escritura corta de los cuentos era el entrenamiento de fondo de su pluma, junto con los dietarios. Por cierto, que en uno de ellos cuenta que entró en una librería castellana en la que pidió 'El mudejarillo' y le respondieron: «Aquí no tenemos esa clase de libros en menoscabo de San Juan de la Cruz». Ese texto fue llevado al teatro en forma de monólogo por la actriz Isabel Ordaz.
Trece son los libros de relatos. Entre los primeros, 'El grano de maíz rojo' (Premio Nacional de la Crítica, 1988). El último es 'La querencia de los búhos' (2019). Por curioso y alegórico, destacamos 'El domingo por la tarde', uno de los 28 relatos de este volumen. Una pareja de la Guardia Civil se para en un puente ante la estampa de un ciudadano que recoge libros del cauce del río. Los acaba de tirar él mismo con la intención de suicidarse después, pero al sentir que, abiertos en el agua, le pedían auxilio había comenzando a recuperarlos. El desesperado es un profesor rumano, que ha perdido su trabajo como antes le ocurrió con su familia. Y empieza a hablar de los rusos, de los franceses al meterlos de nuevo en su saca, y los guardias se asombran de que exista alguien cuya vida dependa de los libros. El cuento es un apéndice de la idea de Jiménez Lozano sobre el libro como exponente sensible de civilidad; así como sean tratados, así lo seremos como especie.
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Y de las «ficciones verdaderas» a las verdades ficcionadas. Antes de llegar al ensayo más ortodoxo, hay dos obras de transición. La primera es 'Guía espiritual de Castilla' (Ámbito, 1984), un conjunto «de glosas y confidencias que pueden surgir espontáneamente al peregrinar por esta tierra, disfrutar sus bellezas artísticas y evocar su memoria histórica», anunciaba Lozano. El escritor abulense descubrió en Berlanga 'la Capilla Sixtina de Castilla', con su huella africana y su influencia oriental, los 'fauves' castellanos viven en las «ilustraciones prepicassianas»de los beatos, los dos románicos –de piedra y de ladrillo– y sigue ruta por el poso de la historia en la meseta en una extraodinaria narración.
'Ávila' (1988) fue publicada por destino dentro de la colección Nuestras Ciudades. Es un canto de amor del escritor a su primera capital en el que intentó trascender los tres tópicos que la determinan «las murallas, el frío y la cuna de Santa Teresa» y que contó con ilustraciones de Pedro Sainz Guerra.
El ensayo mayúsculo que demostró sus dotes como historiador e investigador fue 'Los cementerios civiles' (Taurus, 1978), reeditado tres décadas después por Seix Barral. Lozano estudia los enterramientos fuera de las tapias del camposanto, allá donde se depositaban los cuerpos de ateos, casados por lo civil, suicidas, homosexuales, masones,... todos aquellos a los que la Iglesia negaba su bendición. En un país de «catolicismo biológico», el que se posee por el simple hecho de ser español, amanecen los liberales del XIX y comienzan a reclamar tumbas laicas, los 'corralillos'. El libro documenta la «aventura espiritual» de la heterodoxia española que aspiraba a una cristiandad sin Iglesia.
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Sus artículos periodísticos han sido recogidos en cinco libros, el último de 2017, 'Buscando un amo' (Rialp). Escritura para «la mera reflexión y acompañamiento» del lector, Lozano liga historia con actualidad para distinguir ganga y mena bajo la «plancha homologante de la modernidad». Quien solo estuvo «en el potaje más que como garbanzo común» ridiculiza a los «especialistas en politiquería» y recuerda que la alegría de vivir existe a pesar de todo. La constatación de ese gozo se vierte en su poesía. Sirva como muestra 'El precio' (Renacimiento, 2013), antología a cargo de Enrique García-Máiquez. Atardeceres, árboles desnudos, historias, la sensualidad de los cuerpos... «todo esto hay que pagarlo con la muerte/ Quizá no sea tan caro», escribió.
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