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«Llevábamos pasamontañas. No teníamos instrucciones de matarla. Yo no la toqué. Pero esos dos son unos asesinos», remachó, antes de ser conducido de nuevo a la prisión de Villanubla donde, como otros cuatro integrantes de la organización criminal a quienes se atribuye el asalto ... frustrado con homicidio de la plaza de la Circular, permanecen, por orden judicial, bajo estrecha vigilancia ante el riesgo que corren. Anton A. M., que compareció como todos ellos ante la titular del Juzgado de Instrucción 3 de Valladolid el 12 de diciembre de 2019, ha sido el único que ha reconocido su participación y, aunque su abogada le aconsejó que no siguiera hablando para no incriminarse, relató, con ayuda de una intérprete de búlgaro, su versión del chapucero asalto que coprotagonizó la mañana del 17 de octubre de 2018.
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El encargo del robo se gestó en una discoteca de Cuéllar (Segovia), un lugar de encuentro para la numerosa población de origen búlgaro que reside en esa comarca de Tierra de Pinares, la mayoría, temporeros agrícolas. Anton A. M. fue captado, sostiene, por otro compatriota búlgaro, Emil, a quien debía 500 euros de alquiler, cantidad que se duplicó por la demora en el pago del préstamo. El 'intermediario' del golpe le reclamó varias veces el dinero y le acosó tanto, aseguró, que su mujer , embarazada, llegó a perder el bebé que esperaba.
Este vecino de Campaspero, de forma reiterada, señaló que se vio forzado a participar en el golpe para saldar la deuda. «Me dijo que tenía la solución de cómo devolverle el dinero». A sus otros dos compinches «los dos Gabrieles», a quienes señaló como los asaltantes que entraron con él en la vivienda de María, les conoció el día de los hechos. Al parecer, también tenían que saldar sus propias deudas con Emil captó a los tres para ejecutar el asalto de la Circular.
A las diez de la mañana del 17 de octubre de 2018, el día de autos, Emil recogió a Anton en la bodega en la que trabajaba, una explotación cercana a Aranda de Duero (Burgos), rememoró el 'arrepentido' a preguntas de la jueza instructora. En un Renault Megane Scenic azul verdoso oscuro –que está a nombre de su mujer–, se trasladaron a Valladolid y, ya en la ciudad, se dirigieron «a un local forrado de aluminio por fuera». Dentro había cinco hombres esperando: sus compatriotas búlgaros Gabriel L. K. y Gabriel E. K. (cuñados), Alec A. L. (el único en libertad condicional), Adso A. I. y un español, el dueño del local, quien les comentó que lo iba a convertir en una clínica dental. Rubén A. R., el protésico dental vallisoletano identificado por la Policía en agosto pasado como la persona que propuso el asalto, les dijo que conocía a la señora de la casa y que sabía dónde guardaba el dinero, que había vendido un piso y que allí tenía 100.000 euros.
Allí fue donde perfilaron el plan que, según el detenido, consistía en «disfrazarse como gente del correo». Luego, el resto esperó en el local mientras Emil y Adso se fueron a un chino para comprar lo necesario: una caja de cartón, guantes, pasamontañas y cinta americana. «Adso y el español tenían el plan preparado: cómo se iba a entrar y cómo se iban a hacer las cosas. Nadie nos dijo que había que matar a la persona». La idea, aseguró, era sencilla: llamar abajo, al telefonillo del portal número 9, y decirle a la mujer del primer piso que tenían que entregarle un paquete en persona, para subir y entrar.
Desde el local del dentista se desplazaron a la Plaza Circular en dos coches. Los asaltantes iban en el coche de Emil, y le precedía el otro vehículo con los 'cerebros' del asalto, el español, que conducía un coche muy pequeño (un Smart blanco y amarillo con manchas negras), y Adso, quien iba guiando a los otros a través de llamadas al teléfono de Emil. Adso les avisó con una llamada cuando entró en el portal y les estaba esperando dentro, a los «dos Gabrieles» y a él.
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Contó Anton el reparto de papeles. Adso llamó desde fuera diciéndole a María Aguña Martín, de 73 años, que tenía un paquete para ella. Mientras uno de los Gabriel se agachaba al lado de la puerta y el otro, con la caja de cartón tapándole la cara. Ellos hicieron la 'entrega' porque «hablan mejor español, para que no sospechara». El declarante, un hombre de una complexión mucho más fuerte que los otros tres, se escondió junto a la escalera.
Fue la propia María quien abrió la puerta. Los dos Gabrieles la empujaron y tumbaron en el suelo para inmovilizarla, mientras que Anton, aseguró, se dirigía al interior de la vivienda en busca de «la caja fuerte, que estaba detras de un cuadro». Sus compinches, dijo, eran «más ágiles» para sujetar a la propietaria del piso y uno de ellos, el más alto, «es más agresivo». El más bajo llevaba la cinta americana. Antón asegura que les advirtió por el camino de que «no hemos hablado de matar a nadie ni nada de eso porque llevábamos los pasamontañas, la mujer no iba a reconocernos».
Relató que fue subir el volumen de la televisión porque la mujer estaba gritando. Luego s revolvió todas las estancias de la casa en busca de la caja –que, como era pequeña, se la tenía que llevar sin abrir–, mientras que seguía oyendo a María pedir socorro porque uno de los Gabrieles, «el más bajo» le estaba dando puñetazos mientras el otro la sujetaba. «Yo regresé donde estaban y les dije, no hemos venido aquí a pegar, a matar a la gente. Estamos con los pasamontañas, no nos puede reconocer». No vio, quien amordazó a la víctima. Cuando discutían, sonó dos veces el timbre del telefonillo.
«Estuvimos allí quince minutos», resumió el sospechoso. Pasadas las 13:00 horas salieron despavoridos por las escaleras del portal «porque alguien estaba llamando al piso». Cuando se fueron, asegura, «la mujer respiraba», pero no salieron inmediatamente a la calle. Vieron «a dos personas mayores» y esperaron hasta que se fueron. Primero salieron «los Gabrieles», corriendo para alejarse de la Plaza Circular, y él, que no conoce la ciudad, les siguió en su huida, todavía con el pasamontañas puesto, «porque estaba asustado». En el piso se dejaron, olvidada, la caja del falso envío postal.
Uno de los asaltantes tenía que llamar al intermediario, Emil, cuando terminaran, para que fuera a recogerlos. Así fue, aproximadamente a un kilómetro del lugar del crimen. El prestamista se enfadó porque había salido mal. «Para apaciguarle, Gabriel le enseñó dos o tres anillos de la señora», recuerda Anton. Se dirigieron hacia un parking, donde se les sumó el coche en el que viajaban el español y Adso, que se situó detrás de ellos. «Entonces, cuando nos bajamos, empezamos a discutir los dos Gabrieles y yo porque no había caja fuerte ni nada de lo que habían dicho».
Antes de dispersarse, informaron a sus dos cómplices de que habían dejado a la señora atada y amordazada y Emil regañó a «los Gabrieles» por haber golpeado a la mujer. Eso asegura el único que ha reconocido en sede judicial haber participado en el crimen. En sus antecedentes, resaltó su defensora, consta una sanción por conducir sin carné y un expediente por malos tratos en el ámbito familiar.
Durante la inspección ocular del lugar del crimen, los investigadores hallaron en el suelo del cuarto de baño una caja de cartón que no cuadraba. Era la misma que, en los videos de las cámaras de seguridad cercanas, llevaba uno de los Gabrieles. Este elemento y el tipo de ropa que llevaban los sospechosos, como las muy caras y singulares zapatillas rojas de Le Coq Sportif de Anton, han sido vitales para identificar a los tres hombres de la banda criminal que fueron los ejecutores del asalto frustrado. En el caso de este sospechoso, su espectacular tatuaje en un lado de la cara, entre la sien y la mandíbula, que ostenta en fotografías subidas por él mismo a su cuenta de la red social Facebook, ha servido para colocarle las esposas y ponerle a disposición judicial. Por estos delitos de robo con violencia en casa habitada y haber provocado la muerte a María Aguña, así como su participación en organización criminal, los seis presuntos implicados se enfrentan a penas de prisión que oscilan de cinco a veinte años.
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