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Quedaba, a primera hora de la mañana, un gran trozo de sábana, de trampantojo, desplegado sobre la entrada principal del Palacio de Santa Cruz. A ... las 10:30 se había programado un acto y los asistentes aún tuvieron que utilizar esa entrada lateral que tiene poco de práctica. A las 12, sin embargo, con el rector y otras autoridades académicas presentes, dos operarios desabrocharon desde el balcón las cinchas que sujetaban la tela y quedó al descubierto la fachada de Santa Cruz. Un año después. «Ha sido un año de intenso trabajo, de delicado trabajo, se ha extendido más de lo previsto, como suele ser habitual, y más en estos casos en que hay que ser muy respetuoso con un patrimonio histórico y artístico como este», se congratulaba el rector, Antonio Largo. La UVA ha sufragado íntegramente los 665.000 euros que ha supuesto la intervención.
«La semana pasada se produjo también el traslado del Cristo de la Luz, que ya está a disposición de quienes quieran pasarse por el Palacio para disfrutar de él», añadió. La talla de Gregorio Fernández ocupa así su lugar habitual en la capilla de la entrada. Y lo hace, como la fachada, justo a tiempo para una Semana Santa que volverá a vivir en este emplazamiento uno de sus momentos más icónicos, el de la procesión del Encuentro. Como, evidentemente, la propia procesión del Cristo de la Luz entre el palacio y la Plaza de la Universidad. Momentos impactantes que se reproducirán ante una fachada sin trampantojos, pero también sin la suciedad que en años anteriores impedía disfrutar de la belleza del monumento y que, además, amenazaba la integridad de una piedra muy delicada.
Pero la restauración no solo permite contemplar mejor todos los detalles, especialmente los que esconden los relieves de piedra, sino descubrir secretos que permanecían guardados a simple vista. Eduardo González Fraile, que ha supervisado la obra, explicaba que se podría hablar de una «restauración inmersiva». Tan a fondo que ha permitido descubrir pasajes de sus más de quinientos años de historia de los que apenas hay documentación. «Este edificio ha sufrido muchas más restauraciones de las que nosotros pensábamos», señalaba. Y los técnicos e investigadores han aprovechado los trabajos para intentar saber el porqué de algunos de los retoques del pasado. «Hemos tenido bastante suerte en ver que había capas que no merecían la pena reponerse porque estaban ya sobre suciedades históricas y no tenían ningún valor», dice a modo de ejemplo.
Pero también se han encontrado con que las rejas, «las verjas de las balconadas», cuenta Eduardo González, «vienen de un tratado francés [de arquitectura] que es el de D'Aviler. Ventura Rodríguez, que tiene una trayectoria como arquitecto muy próxima a la de D'Aviler, en homenaje a este arquitecto francés hace esta balconada».
Y hay más cosas que se irán publicando a medida que se documenten y verifiquen conforme a los cánones científicos. «Nos tenemos que meter en cada una de las épocas a ver de dónde sacaban estos intervinientes estas decisiones», señala el catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la UVA. «Hay cosas que no nos cuadran de la heráldica», explica. «Ahí tenemos un escudo con un capelo y unos bordones con borlas», dice, y señala al escudo que preside la verja central. Las mismas borlas que aparecen en la escena que se ve inmediatamente debajo, con un leve tono rojizo sobre la piedra ocre de la fachada. O casi. Porque no son las mismas. En la verja aparece el capelo, ese sombrero de ala ancha de color rojo. Y de él se desprenden las borlas rojas, que quedaban colocadas sobre el pecho. En el caso de un cardenal, son 15 a cada lado del sombrero. En la escena de piedra en la que el Cardenal Mendoza aparece arrodillado ante Santa Elena de Constantinopla se cuentan, efectivamente, las quince borlas de uno de los lados. Pero en el escudo de la verja no. «Para un cardenal como el cardenal Mendoza es increíble que eso, que lo ha montado Ventura Rodríguez, tenga borlas de obispo, es decir, que no tiene las cinco filas de borlas que debe tener», explica González Fraile. El de obispo es verde -aquí se han dejado rojas, como el capelo-, pero con seis borlas a cada lado. Que son las que aparecen en el escudo de la verja. Un escudo en el que aparecen cuatro letras: «A. M. G. P». Que significa «Ave María Gratia Plena». Pero que también se corresponden en parte con las iniciales de Pedro González de Mendoza, nombre del cardenal.
Este y otros detalles llevan a González Fraile a proponer «un itinerario de visita al palacio a través de estos emblemas, para ver cómo esta heráldica nos puede guiar y a la vez nos puede decir qué ha ocurrido en cada época». Que a veces, añade, no es más que una cuestión de falta de dinero, o porque se han aprovechado elementos de otro lugar.
No son las únicas investigaciones que ha permitido este trabajo de restauración inmersiva que apunta el arquitecto. «Hemos contado con la empresa Trycsa, de las mejores, y con un equipo de la propia universidad» experto en la restauración científica. «Analizar en el laboratorio, ver qué está pasando con los materiales… Eso lo hemos tenido con el departamento de Física de la Materia Condensad, con Javier Pinto». También se ha contado con el restaurador Carlos Sanz, «Ha habido una conjunción de equipos impresionante», concluye González Fraile. Una conjunción que ahora, un año después, no solo muestra una fachada limpia, una fachada en la que se aprecian mucho mejor los detalles que la convierten en algo único, sino en un punto de inicio de nuevas investigaciones de gran valor.
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