«Recuerdo que hace veinte años, en los servicios de desarrollo comunitario de los Ceas (centros de acción social), solo tenía una niña inmigrante en el grupo. Hoy, dependiendo del barrio, son más del 50%», dice Teresa Pérez, subdirectora del Servicio de Intervención Social del ... Ayuntamiento. Por aquella época, Accem comenzaba a trabajar con personas migrantes y solicitantes de protección internacional en Valladolid. «En 2006, teníamos un piso de acogida y dos trabajadores. Hoy son cientos de plazas y casi 90 trabajadores», asegura Diego Cebas, coordinador de Accem Valladolid. «El perfil de las personas migrantes ha cambiado mucho en estos últimos años, las ONG tenemos que adaptarnos constantemente a las nuevas realidades», certifica María Miranda, técnico de Red Íncola.
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El salón de grados de la Facultad de Derecho ha acogido este miércoles, en el marco de la Semana Intercultural, una jornada técnica que ha abordado los nuevos modelos migratorios y cómo en los últimos años ha variado el perfil de la persona extranjera que llega a Valladolid para labrarse un futuro mejor.
De entrada, las grandes cifras. En Valladolid viven 52.884 personas nacidas al extranjero (con datos actualizados al 1 de abril de este año). En 2002 eran 12.271. Hoy suponen el 10,06% del total de los habitantes de la provincia. Uno de cada diez residentes vallisoletanos ha nacido en otros países. Pero este porcentaje sube hasta el 22% entre quienes están entre los 25 y los 34 años. La media de edad de la población extranjera está por debajo de la de la autóctona. El 21,1% de los foráneos tienen entre 30 y 39 años (en ese tramo de edad, son el 8,93% de los nacidos en España). Por el contrario, apenas el 0,71% de los extranjeros tienen más de 80 años (cuando ese porcentaje, entre los de cuna española, es del 8,48%).
Muchos de los nacidos en el extranjero han adquirido ya la nacionalidad española. A 1 de abril de 2024, los residentes con nacionalidad extranjera en la provincia eran 37.985. Entre 2013 y 2022 (últimos datos disponibles) han adquirido esta condición de españoles 8.200 personas en Valladolid. Destacan los llegados de Marruecos (1.811), República Dominicana (1.628) y Colombia (1.268).
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¿Y de dónde han llegado estos vallisoletanos procedentes de otros países? El dato oficial más reciente (servido por el INE) corresponde a 2022. En aquel momento, las comunidades más nutridas eran la marroquí (5.080 personas), la colombiana (4.426) y la rumana (4.322).
Sin embargo, este perfil ha empezado a cambiar y Colombia se ha situado ya en el primer lugar de procedencia. A finales del siglo XX y principios del XXI, la mayor parte de los ciudadanos llegados a España emigraban desde Marruecos o países del este (Bulgaria y Rumanía). En muchos casos, llegaban al país con contrato de trabajo desde sus lugares de origen. Las causas de la migración eran fundamentalmente económicas. «Ahora, los principales países de origen son Colombia, Venezuela, sigue Marruecos y Perú», cuenta María Miranda, de Red Íncola, quien recuerda que muchos ingresan en el país como turistas, pero con la intención de quedarse aquí. A los tres meses de estancia, se considera que están en situación irregular y la mayoría solicita asilo o protección internacional como una solución para resolver su día a día. «Y eso que muchos, cada vez más, desisten porque tardan meses en conseguir una cita».
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«Hay una gran cantidad de solicitantes de asilo, sobre todo de Colombia y Venezuela», evidencia Alberto Sánchez, jefe de la Oficina de Extranjería, quien recuerda que el 90% de estas solicitudes se deniegan. El año pasado, se presentaron 1.798 solicitudes de protección internacional en Valladolid. En el caso de las de permiso de residencia, pasaron de las cerca de 4.000 en 2021 a las 7.500 de 2023.
De aquellos motivos inicialmente económicos y laborales, se ha pasado hoy a otros perfiles de migrantes, que escapan de los versos tipos de violencia: conflictos, guerras (el caso de Ucrania es evidente), ataques contra la diversidad sexual o extorsión. «Este caso es habitual, como funcionarios que ven en sus países de origen cómo sus familias son amenazadas o pequeños comerciantes o empresarios a los que les empiezan a pedir dinero con riesgo para su integridad si no pagan», explica María, quien recuerda que, no obstante, la primera razón para emigrar es «la falta de oportunidades, la necesidad humana de mejorar». Pero quienes llegan, sobre todo de América Latina, no son precisamente las personas en más extrema pobreza, sino en muchos casos integrantes de la clase media («con ciertos ahorros, aunque muy pronto se les acaban») y que han tenido la oportunidad de salir, porque tenían dinero para pagar el billete de avión.
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Son personas «formadas e informadas». «En Red Íncola hacemos sesiones informativas con los recién llegados (cerca de doscientas nuevas personas cada mes). En la última reunión, con veinte asistentes, solo uno tenía estudios primarios (había trabajado en la construcción), el resto eran ingenieros, empresarios con tiendas de ropa 'on line', médicos, auxiliares de enfermería o farmacia. También hay muchos psicólogos, trabajadores sociales, líderes comunitarios… Son personas con títulos y experiencia que, al llegar a España, sobre todo durante los tres primeros años, tienen que aceptar trabajos con menos cualificación: cuidados, hostelería, reparto a domicilio o construcción». También detectan las ONG que trabajan con estos colectivos que llegan a España con mejor información sobre los recursos sociales disponibles o los trámites que deben seguir para homologar sus títulos.
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De todos modos, alerta Diego Cebas, «no hay que centrar el discurso migratorio solo en la fuerza de trabajo. Si hacemos eso, si solo nos fijamos en la migración como una respuesta para cubrir determinados empleos, veremos que hay sectores de la población que quedan fuera, como las personas sin estudios, que no conocen el idioma, que tienen problemas físicos o de salud, los niños o los que ya están edad de jubilación. ¿No tiene derechos estas personas que no son 'económicamente rentables'», se pregunta Cebas, quien recuerda que el debate migratorio debe enfocarse hacia el respeto de los derechos humanos. Del mismo modo, advierte sobre la paradoja de ver las personas migrantes como una solución para la despoblación, cuando en determinados territorios no hay servicios de calidad. «No vale primero con repoblar y luego abrir colegios o un centro de salud. El camino debería ser el contrario, crear las condiciones reales de vida en los pueblos para que haya gente interesada en vivir allí», sugiere Cebas.
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Desde las ONG detectan también como los flujos de migración suelen venir acompañados de dramas personales y familias rotas. A finales del siglo XX, la llegada a España solía ser por parte de familias enteras. Durante los primeros años del siglo XXI, vinculado con la burbuja inmobiliaria, fueron más habituales los desembarcos de personas solas (varones, fundamentalmente). Ahora se da un fenómeno mixto, en el que llegan muchas familias al completo, pero también otras con los hogares deslavazados. Por ejemplo, «madres que llegan a España con sus hijos mayores (para favorecer sus estudios) y que han dejado a los pequeños al cuidado de sus abuelos, o que han venido con los pequeños y dejado a los mayores allí». Esto genera «niveles de estrés y de duelo migratorio» muy altos, apunta Miranda, quien destaca los temores vinculados con cómo afrontar la reagrupación familiar, cómo enviar dinero a casa o cómo vivir aquí, cuando acceder a una vivienda es cada vez más complicado.
En esos hogares rotos están también los jóvenes (especialmente varones) que salen de África en patera y que, después de una estancia temporal en Canarias, son trasladados a la península. Es el caso de los 395 migrantes (sobre todo de Mali y Senegal) acogidos por Accem durante el año pasado en Medina del Campo.
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Y un fenómeno más, que puede explicar el porqué de Valladolid como ciudad de destino. «Es un fenómeno que se detecta en toda Europa. La migración hace unos años se dirigía especialmente hacia las grandes ciudades y ahora se suele mirar hacia ciudades de mediano tamaño, como Valladolid, donde hay posibilidades de empleo, pero el coste de la vivienda y de la vida diaria no es tan elevado como en Madrid, por ejemplo», dicen desde las ONG.
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