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El 1 de marzo de 1947 abrieron sus puertas una docena de Escuelas de Aprendices de Renfe diseminadas por todo el territorio nacional. Cientos de adolescentes, pipiolos menores de 17 años, entraron en las aulas de Barcelona, Córdoba, León, Madrid, Málaga, Miranda, Sevilla, Valencia, Vigo, Zaragoza y Valladolid. Durante décadas, por las naves del paseo de Farnesio pasaron centenares de hijos de ferroviarios para formarse como ayudantes de oficio de talleres y depósitos de locomotoras. En Valladolid era sagrada la hora del almuerzo y a los aprendices se les conocía como 'lentejas'. Abro hilo:
↓ La Escuela de Aprendices de Renfe de Valladolid estuvo ubicada en sus inicios en dos caserones junto al túnel de Labradores -en el antiguo taller de guarnecido- y, a partir de los años sesenta, fue trasladada al Polígono de Argales. Futuros electricistas, ebanistas, torneros, montadores o mecánicos de máquinas de vapor que durante, al menos, tres años recibían formación práctica, teórica y técnica del mundo ferroviario, además de «las bases precisas de cultura general, ética profesional, formación religiosa y patriótica», tal y como establecía el Reglamento de Régimen Interior.
↓ Para la admisión de los aprendices de la primera promoción hubo una convocatoria de 615 plazas por el sistema de concurso-oposición en toda España. La mitad de las vacantes fueron para los aspirantes que obtuvieron mejor puntuación en los exámenes y el otro cincuenta por ciento se distribuyó dando preferencia a los huérfanos y a los hijos de los agentes de Renfe.
↓ Los requisitos para entrar en la escuela eran claros: ser varón, estar soltero, haber cumplido 15 años y no superar los 17. La duración mínima del aprendizaje era de tres años. Cuando finalizaba esta etapa de formación, los alumnos pasaban a la categoría de ayudante de oficio, durante otros dos años. Pasado ese tiempo, los ayudantes ascendían a la categoría de oficial de oficio. La escuela de aprendices ferroviarios fue, durante años, la columna vertebral en la que se formaron empleados de Renfe. Su formación era de tal calidad, que algunos de ellos fueron fichados en otras empresas, como Renault o Michelin.
↓ Cuando estaban en la escuela, los aprendices debían vestir un mono de trabajo de tela de mahón de color azul que facilitaba Renfe. Era un tejido de algodón muy duradero, ideal para confeccionar prendas de trabajo. Los monos llevaban en la parte izquierda del pecho un distintivo circular de paño de color caqui para los alumnos de primer curso, verde para los de segundo y azul claro para los de tercero. Sobre el paño se cosía la insignia de la escuela, una chapa redonda de latón dorado con una 'A' roja sobre una locomotora de vapor en negro y que los alumnos de Valladolid llamaban lenteja. De ahí, que los aprendices de la capital del Pisuerga se quedaran con el sobrenombre de los 'lenteja'.
↓ La primera promoción acabó su formación en febrero de 1950. En 1964, las escuelas de Aprendices de Renfe fueron reconocidas por el Ministerio de Educación y Ciencia. A partir de ese momento, los alumnos ya no eran considerados aprendices, sino estudiantes, aunque siguieron conservando este nombre. En la década de 1970, la Escuela de Aprendices de Renfe se transformó en Centro de Formación Profesional de primer grado, y los estudios oficiales de FP (dos cursos lectivos) se completarían con el Curso de Adaptación Ferroviaria, el CAF
↓ Las mujeres no ingresaron en la escuela hasta el curso 1978-1979. Seis años después se publicaría la última convocatoria de acceso. Una de las alumnas de esa última promoción –la número 38– es la burgalesa María Concepción García González, actualmente la jefa de Museología, Museografía y Exposiciones del Museo del Ferrocarril de Madrid. «En los años ochenta había un exceso de personal en Renfe como consecuencia de las mejoras tecnológicas que se iban aplicando a los procesos de trabajo. Ese fue el principal motivo de la desaparición de las escuelas», asegura Inma desde Madrid. «Tras el cierre de las escuelas, durante más de15 años Renfe no contrató a nadie, pero tampoco hubo despidos. Así se fue reduciendo notablemente la plantilla. Ahora, sin embargo, está entrando mucha gente nueva porque la plantilla está muy envejecida y hay muchas jubilaciones», explica.
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↓ Inma García González hizo el examen para entrar en Renfe con tan solo 13 años y llegó a Valladolid con 16 para cursar el CAF, en la especialidad de Instalaciones de Seguridad Eléctricas. «El horario lectivo en la escuela era el mismo que el de los trabajadores, de siete de la mañana a tres de la tarde. Las prácticas las hacíamos en la estación de Valladolid, en la de Medina del Campo y en la de Venta de Baños (Palencia)», rememora Inma. «Cuando comencé a trabajar, en 1986, nuestro taller estaba ubicado en la nave que está justo detrás del puesto de circulación en la estación de Valladolid Campo Grande. Es un edificio enorme con el tejado en diente de sierra y que aún existe. Recuerdo que asábamos sardinas en la estufa de carbón con la que se calentaba la nave. En los primeros años no había ni vestuarios, ni baños para mujeres».
↓ «Durante 14 años mi trabajó consistía en el mantenimiento de las señales eléctricas (semáforos) del tren, de los pasos a nivel y de los motores que accionaban los cambios de aguja del tramo de Medina del Campo a Valladolid y de Venta de Baños hasta la estación de Corcos-Aguilarejo. Como fui la número dos de mi promoción, me concedieron una beca que me permitió trabajar media jornada y estudiar Derecho por las tardes», recuerda Inma. La Licenciatura fue el trampolín para que en el año 2000 pudiera acceder a un puesto en el Museo del Ferrocarril de Madrid, donde ya lleva 23 años.
↓ En la Escuela de Aprendices de Valladolid también se formó Jesús Gregorio. Fue uno de los alumnos de la 33 promoción. «La primera en la que hubo mujeres (tres)», recuerda este vallisoletano lleva la friolera de 45 años trabajando en Renfe. «Ahora estoy en Valladolid, pero he trabajado en León y La Coruña». «Todos entrábamos en la escuela porque nuestro padre trabajaba en Renfe o era jubilado de la compañía. Recuerdo que la asignatura de Tecnología y la parte práctica la seguíamos haciendo en el taller de Farnesio dos días a la semana y la teoría -dibujo, matemáticas, historia o lengua- se impartía en las instalaciones del polígono de Argales», explica. Y la hora del almuerzo seguía siendo sagrada. «Nosotros ya no calentábamos el bocadillo en la estufa, íbamos a un bar que había en la escuela a media mañana», asegura Jesús Gregorio, que sigue manteniendo relación con los compañeros de clase y que guarda muy buenos recuerdos de aquellos tres años de formación.
↓ La Escuela de Aprendices de Valladolid recibió su última promoción en 1983 y finalizó su actividad en 1986, año en que Renfe clausuró todas sus escuelas. El primer edificio de la Escuela de Aprendices de Valladolid, ubicado en la confluencia de la Avenida de Segovia y el túnel de Labradores, también tiene su historia. Fue derribado en 2016 por su avanzado estado de deterioro. La nave, que primero perteneció a la Compañía del Norte y posteriormente a Renfe entre 1947 y 1969, había sido el cocherón de lonas, las dependencias donde llegaban vagones de mercancías o coches de viajeros. En este edificio el Gobierno de Italia fabricó cañones y munición durante la Guerra Civil Española. En 1960 la escuela pasó al Polígono de Argales, donde actualmente se encuentra el Colegio Internacional.
↓ El 20 de febrero de 1856 llegó a Valladolid un telegrama en el que se anunciaba la decisión de que el ferrocarril pasaría por la ciudad. En 1861 se instalarían los Talleres Centrales de la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España, que fueron durante casi un siglo el principal centro laboral de la ciudad del Pisuerga. La existencia de los talleres benefició a la puesta en marcha de la escuela de aprendices. Tal fue la importancia de esa escuela que, en la segunda mitad del siglo XX, algunas industrias se establecieron en Valladolid por la calidad de los profesionales que esa escuela formaba.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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