![Guillermo Martín 'El Catarro', pasó toda su vida en el Pisuerga. Murió el 31 de marzo de 1986, a los 72 años.](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/01/17/726753758-kSQB-U210121848161113E-1200x840@El%20Norte.jpg)
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La vida de Guillermo Martín Pérez 'El Catarro' siempre estuvo ligada al Pisuerga, que se conocía como la palma de su mano, pero también al Duero y al Esgueva. Su mirada de lince le permitió desde su pequeño embarcadero en las aceñas del Batán salvar la vida a centenares de bañistas y sus conocimientos de las corrientes fueron determinantes para localizar a aquellos que fueron engullidos por el agua. «Era toda su vida. Lo último que nos dijo antes de morir es que le tiráramos al río», recuerdan emocionados dos de sus nietos Montaña y Juan Carlos Martín. Abro hilo:
↓ Cuando el 15 de agosto de 1981 Guillermo Martín Pérez 'El Catarro' comunicó por escrito a la sección 'Correo espontáneo' de El Norte de Castilla que dejaba su labor de vigilancia en las aguas del Pisuerga, los lectores no sabían que esas líneas suponían la despedida de siete décadas de dedicación altruista a salvaguardar la seguridad de los bañistas de Valladolid y a localizar los cadáveres de los ahogados. Que el último 'Catarro' se retiraba, que nadie volvería a hacer una labor humanitaria de tamañas características en Valladolid.
↓ Con los ingresos del alquiler de barcas y la venta de pescado -barbos, bogas, carpas, panchos, bermejuelas y tencas- Guillermo y su mujer Isabel lograron sacar adelante a cinco hijos. Fue, en cambio, la faceta de guardián del Pisuerga de Guillermo la que engrandeció a esta familia vallisoletana y dejó ese poso de cariño indeleble en sus nietos. «Le conocía todo el mundo. Era extremadamente generoso, en muchas ocasiones regalaba lo pescado y dejaba pasear gratis a las parejas en las barcas de madera y fondo plano que él mismo fabricaba en el patio de su casa La Paz», rememora su nieta. Y, cuando la desgracia se asomaba al río, «era el primero en acudir». Su familia desconocía por qué le llamaban 'El Catarro', pero ese apodo venía de su abuelo.
↓ Dejaba lo que estuviera haciendo. Incluso salía de la cama si estaba enfermo. Porque Guillermo tenía un don. «Si le decían la hora y el sitio en el que la víctima había caído al río, él sabía exactamente el lugar donde la corriente había arrastrado el cuerpo», explica Juan Carlos. Pero no lo podía hacer solo. Necesitaba la ayuda de remeros -en la mayoría de ocasiones sus hijos- porque él iba palpando el fondo del río con una vara de más de tres metros rematada con un gancho. «Cuando localizaba el cadáver, siempre lo llevaba bajo el agua hasta la orilla. Era muy respetuoso con ese tema», añade Montaña. «Y no pedía nunca nada –asegura su nieta–. Cuando alguien le preguntaba por el coste de los servicios siempre respondía lo mismo: 'Bastante tiene la familia como para encima cobrarles'».
↓ Si la desgracia teñía de negro otros cauces, Guillermo Martín no dudaba en hacer la maleta. Hasta Santa Cristina de la Polvorosa, en Zamora, se marchó en abril de 1979 para ayudar a localizar los cuerpos de los 45 niños y tres profesores de un colegio de Vigo que fallecieron al caer el autobús en el que viajaban al río Órbigo. Fue una catástrofe mayúscula, únicamente hubo diez supervivientes, nueve críos y un soldado al que había recogido el conductor -también fallecido- cuando hacía autostop.
↓ Guillermo aprendió de su padre, Juan Martín –el primer 'el Catarro'– a ver más allá de la superficie. Conocía las corrientes y las pozas del Pisuerga y del Duero como las estancias de su casa. Su caseta en el margen izquierdo del río, muy cerca del puente Mayor, se convirtió en un punto estratégico desde donde velar por la seguridad de los bañistas de la playa de las Moreras. «Allí nos enseñó a todos a nadar. Eran épocas en las que la playa estaba a rebosar y él siempre estaba vigilante. Salvó de morir a decenas de personas, sobre todo niños y adolescentes», explica su nieta mayor.
↓ Y de ello dan fe las decenas de recortes de prensa de sus hazañas en el río que conservó Guillermo y que hoy guarda Montaña encuadernados bajo el título 'Historia del abuelo'. Sin separar las manos del libro que narra toda una vida, asegura que Guillermo «ha sido el gran olvidado de la ciudad». «Cuando se habla de 'El Catarro' en Valladolid todo el mundo se acuerda de su hermano Marcelino [encargado por el Ayuntamiento de la vigilancia del Pisuerga, que tenía la barca de recreo en el lago del Campo Grande] pero era mi abuelo quien robaba víctimas al río o, en los peores casos, devolvían a las familias los cuerpos» de aquellos que fueron engullidos por las oscuras aguas del Pisuerga para darles un entierro digno.
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↓ Y sin cobrar nada a las familias, ni recibir compensación alguna por parte del Ayuntamiento cuando salvaba a los bañistas de las corrientes del río. Rescates con nombre y apellidos. Como el de Félix Callejo, un niño de nueve años que se cayó al río en marzo de 1959 y que Guillermo devolvió a sus padres sano y salvo. O el del joven Santiago Gutiérrez López, que se golpeó con una piedra al tirarse al agua en el Batán el 24 de junio de 1967 y fue rescatado inconsciente pero con vida por 'El Catarro'. Había días en los que había varios percances, como el 10 de julio de 1966, cuando «a pesar de estar en tratamiento médico» salvó la vida a dos muchachos, Luis Arquero Moreno y Mariano Sarrate Rodríguez. En otras ocasiones, como anotaba Guillermo al margen de las noticias, la familia le daba una gratificación. A 1.500 pesetas (a repartir entre cuatro) ascendió la propina de los allegados de José Velasco López después de 42 días de búsqueda del cuerpo del joven de 26 años en el Pisuerga.
↓ También localizó el cadáver de Ernesto Saravias Jurado, un estudiante de Medicina llegado a Valladolid desde El Salvador. La desaparición del joven fue seguida por la prensa nacional. En un principio se barajó la hipótesis del secuestro, porque el muchacho había recibido ese mismo día un cheque de 6.000 pesetas de sus padres. También se dijo que habían visto al salvadoreño «acompañado de una gitana de perteneciente a una tribu acampada en el río». Solo el hallazgo del cuerpo por Guillermo Martín y su hermano Juan, el 27 de abril de 1960, cuatro meses y medio después de la desaparición, confirmó que el universitario, nublado la oscuridad de la noche y unas copas de más, confundió el camino de vuelta al hotel Castilla y acabó ahogado en el río.
↓ Pero, a pesar de la popularidad que tuvo en vida Guillermo en Valladolid, su familia nunca ha sentido el reconocimiento por parte del Ayuntamiento. «Ni siquiera nos dieron el pésame cuando falleció, el 31 de marzo de 1986, ni nadie se acercó al tanatorio el día del funeral en la parroquia de La Victoria, dos días después», aseguran sus nietos. «Tampoco han cumplido con la moción propuesta por el concejal de Alianza Popular Miguel García Muñoz y aprobada en pleno por el Consistorio liderado por Tomás Rodríguez Bolaños de poner el nombre de Guillermo Martín 'El Catarro' a una calle de Valladolid», se lamenta Montaña. El único homenaje que consiguió este popular salvavidas fue la Cruz de la Orden Civil de Beneficencia, con distintivo negro y blanco en el año 1967 gracias a una suscripción popular promovida por el Diario Libertad. Costó 10.775 pesetas. «Y el grado de sargento que se ganó a pulso después de pasar por filas en la Guerra Civil Española», añade Juan Carlos.
↓ Las obras de ampliación de la zona de la playa de las Moreras –conocida como playa del Batán desde su inauguración en 1951– dejó durante meses paradas las barcas de Guillermo y la arena fue arrinconando la caseta de remos. Llegaba una época, los años setenta y ochenta, en la que las parejas dejaron de buscar la intimidad de las barcas y las familias ya no pasaban la tarde en la orilla. Los vertidos de fábricas como «la de Nitratos de Castilla, conocida como Nicas» iban agotando la pesca y ensuciando el agua. Y el Consistorio seguía desatendiendo las peticiones de este avezado pescador sobre la limpieza del río y la manera más eficiente de evitar muertos. La gota que colmó el vaso fue la negativa a una licencia para poner un puesto de refrescos que permitiera a Guillermo seguir junto a la orilla.
↓ Así que se fue alejando del Pisuerga, aunque nunca del todo. Sus últimas palabras, ingresado en el hospital Río Hortega, fueron 'llevadme y tiradme al río'. Porque el río fue su vida, porque al río le robó muchas vidas. Montaña y Juan Carlos se alegran de que el Ayuntamiento le haya dedicado un paseo a su hermano Marcelino, también de que a Luis -otro miembro de la saga familiar- le recuerde una placa en el lago del Campo Grande, pero siguen sin entender por qué el reconocimiento institucional nunca le llegó a su abuelo, «la persona más generosa del mundo» y el último 'Catarro' de Valladolid.
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