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Integrantes de La hueta sin puerta trenzan ajos en La Victoria. José C. Castillo

La red social

El huerto de La Victoria que cultiva amistades en Valladolid

La huerta sin puerta se convirtió hace doce años en la primera experiencia comunitaria para el cultivo de hortalizas en la ciudad y hoy es una red ecológica y social que implica a diversos colectivos del barrio

Domingo, 7 de julio 2024, 08:40

Esta tarde toca trenzar ajos. «Ponle un poco más de lavanda», sugiere Begoña Recio, mientras sus habilidosas manos preparan uno de estos ramilletes que luego se reparten en las fiestas del barrio. La labor tiene lugar a última hora de la tarde, cuando el calor ... ya está en retirada y puede celebrarse a la sombra este corro de hortelanos de La Victoria. A tan solo unos metros, la ciudad extiende sus alfombras de asfalto, su parqué de cemento, sus moquetas de hormigón. Pero aquí, en este rinconcito de Valladolid, a estas alturas del Paseo del Jardín Botánico, el campo se asoma a la ciudad. Hay bancales y regaderas, azadas y cubos, semilleros y palas. Este terreno, que un día fue solar baldío, lleno de piedras y cardos, es hoy un huerto que suministra acelgas y borrajas, alcachofas y frambuesas. «Lo que más nos cuesta es la hortaliza de fruto. Hay que dedicarle mucho tiempo para sacar tomates o pimientos. Aunque la calabaza y el calabacín se dan algo mejor», dice Guadalupe Martín, una de las integrantes de este grupo de apasionados que cultiva La huerta sin puerta, el primer huerto comunitario que germinó en Valladolid.

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Todo comenzó al amparo del 15-M. «Cuando el movimiento decidió salir a los barrios, se nos ocurrió la idea de compartir un huerto», explica Santiago Campos, quien, junto a Petu, fue uno de los impulsores de la iniciativa, que desde el primer momento cautivó a una docena de colectivos del barrio (asociaciones vecinales, ampas, grupos de mujeres y de scouts...). Presentaron el proyecto al Ayuntamiento, entonces gobernado por Javier León de la Riva (PP).

La huerta sin puerta

La huerta sin puerta es el primer huerto comunitario de Valladolid. Nació en el año 2012, al amparo del movimiento 15-M, como un proyecto colectivo para recuperar unos terrenos públicos sin uso. La idea era convertir una parcela abandonada, llena de tierra y malas hierbas, en una zona de labor, que implicara a vecinos y colectivos del barrio. Varias cosechas después, esta inicaitiva reúne a una treintena de colaboradores que comparten las tareas de cuidado y cultivo de un huerto en el que se han plantado hortalizas, frutos rojos, flores y plantas aromáticas (como lavanda, menta o romero). Este huerto fue inspiración para otros que florecieron en varios barrios de la ciudad.

La idea era utilizar unos terrenos municipales abandonados para cultivar en ellos hasta que se encontrara un destino para su explotación urbanística. El Consistorio dijo que nanai. Pero la idea de La huerta sin puerta ya era imparable, así que decidieron ocupar esta parcela, en una situación que el Ayuntamiento consideró «alegal» hasta que, cuatro años después (2016), por fin se llegó a un acuerdo para el uso hortícola y comunitario.

Todo aquello ocurrió, al principio, en 2012. Los frutos de la primera cosecha se repartieron a través de Cáritas y de las parroquias del barrio. Las posteriores, se distribuyeron también en iniciativas solidarias como Entrevecinos o La Molinera. Gran parte de lo recogido, sirve para organizar las meriendas de hermandad en las que participan los hortelanos. Una treintena de personas forman parte del grupo más activo en la plantación, cuidado y recolección. Begoña Recio es la coordinadora del grupo, la encargada de hacer las convocatorias. Y eso que ella, dice, no tenía mucha idea de cómo cuidar un huerto.«No tengo pueblo ni balcón. De hecho, a mí el campo no me gustaba. Yo era una urbanita total. Pero en la agricultura he descubierto una afición para estar más tranquila, para darme cuenta de que la tierra es vida, de que el campo es necesario y nos lo estamos cargando».

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Tampoco Lidón Martínez había tenido un contacto estrecho con las plantas y semillas. «Mi experiencia hortelana era nula. Pero desde la ventana de casa veía la huerta, el trabajo que hacían aquí y un día, hace ocho años, me animé y bajé». «¿Puedo echar una mano?», preguntó. La respuesta fue evidente: claro que sí. «Aquí nunca sobran manos. Siempre hay algo que hacer. Cuando no estás regando, estás desbrozando.Y aunque mi colaboración es 'hiperesporádica', he aprendido mucho, desde la temporada de las especies a cómo limpiar alcachofas», apunta Lidón, quien añade que lo más importante que se cultiva aquí son amistades.

«Yo no conocía a la gente del barrio. Cuando empezamos con el huerto, llevaba poco tiempo viviendo en Valladolid (venía de Salamanca) y esto me sirvió para hacer amistades», cuenta Guadalupe, para subrayar el apellido con el que nació este proyecto: comunitario. «Implica a muchas personas en el barrio y ha ayudado a hacer red entre varias asociaciones», apunta Teresa Sánchez. Por ejemplo, los alumnos de los colegios de La Victoria no solo visitan estas tierras de labor, sino que también han recibido inspiración para crear sus propios huertos escolares. Ha habido acciones compartidas con Red Intras o Fundación Personas. Se ha invitado a la vecindad del barrio a llevar su basura orgánica a los composteros, de los que luego se obtiene abono para el huerto. En invierno, época con menos tarea en los bancales, se han organizado talleres de hortelanos, para saber, por ejemplo, cómo afrontar las plagas. Y además, de aquí han nacido experiencias culturales como una compañía de teatro leído con la que comparten nombre: la huerta sin puerta.

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«La huerta ha sido también un enganche para organizar actividades culturales, como cuentacuentos, talleres de ganchillo...». Una de las que más éxito tuvo fue una lectura dramatizada y, desde entonces, se han organizado más, hasta el punto de que un grupo de labriegos ha formado ese grupo estable de teatro. Entre sus montajes, la lectura dramatizada de cuentos de Allan Poe o, recientemente, de 'El lector de Julio Verne', la novela de Almudena Grandes.

La iniciativa sirvió también para recuperar hace un lustro un invernadero hasta entonces abandonado en el Paseo del Jardín Botánico. La instalación se levantó durante los años 80 y primeros 90, cuando florecieron las escuelas taller. Pero, después, el invernadero se abandonó hasta que, finalmente, se consiguió recuperar como recursos para el barrio, que es utilizado por colectivos como Intras, FundaciónPersonas y la asociaciones vecinales LosComuneros y Puente Jardín.

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En definitiva –cuentan los integrantes de La huerta sin puerta, mientras no dejan de trenzar ajos– este proyecto ha servido para fortalecer lazos entre asociaciones deLa Victoria, para fomentar las relaciones de amistad entre sus participantes... y para reivindicar una mirada ecológica y sostenible hacia la ciudad. «Es una forma de traer un poco del campo a la urbe», evidencia Santiago Campos, quien recuerda que sirve también para mostrar todo ese trabajo que hay detrás de la cadena alimentaria. «Detrás de lo que llega a nuestro supermercado hay mucha labor, un trabajo no siempre reconocido ni valorado. Y además, es una forma de permanecer vinculados a la tierra y de ser conscientes de los problemas a los que esta se enfrenta». La huerta sin puerta de La Victoria fue, hace doce años, la avanzadilla de otros huertos comunitarios que florecieron en los barrios, como Pajarillos, La Rondilla, Belén o incluso Villa del Prado, que llegó a tener el suyo propio.

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