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El comando de Valladolid que rescata a los perros que nadie quisoHay perros –como Tuco, como Bresla, como Nena– a los que nadie hasta ahora quiso. Animales que fueron abandonados en la calle, vendidos sin miramientos, negados por la familia que un día con ellos jugó. Hay mascotas que, de un momento para otro, sin más excusas que el 'me cansé', son expulsadas de un hogar que tal vez nunca conocieron como tal. Hay perros que vivieron una vida perra. Y aquí el tiempo verbal importa, el pasado es relevante, porque aquellos perros que nadie quiso, aquellos que fueron olvidados o abandonados, viven ahora un futuro prometedor, con suerte un presente feliz.
«Nuestro objetivo es desaparecer, que no existamos», dice Isa Herrero, presidenta de Defaniva, una de las protectoras que trabajan en Valladolid para destrozar ese pasado de maltrato y malquereres en el que, por desgracia, tantos perros se ven envueltos cada año. «No me cabe en la cabeza, pero todavía hay personas que abandonan a sus perros, que les pegan palizas. Hay mucha gente con muy poca empatía en la sociedad», asegura Isa. Y por eso, aunque no quisieran, desde Defaniva tienen que llevar a cabo su labor, de manera desinteresada, sin ayudas ni subvenciones públicas, tan solo con el apoyo económico de sus colaboradores, de los amigos de los perros que participan en las quedadas solidarias que celebran una vez al mes.
«Venimos de unos momentos muy duros. El año pasado, rescatamos tres cachorros de la perrera provincial. Los pobrecitos tenían parvo, una enfermedad vírica muy contagiosa y altamente letal. Tuvimos que ingresar a los tres, pero sola una sobrevivió». El coste del veterinario y la hospitalización supuso una factura de 7.000 euros. «Es verdad que recibimos una importante donación desde Hawaii, de una persona conocida de la protectora. Sin ese dinero no habríamos podido sobrevivir, porque fue un gasto muy importante del que ahora estamos intentando remontar». Cada año, Defaniva gestiona cincuenta adopciones en Valladolid («como mucho setenta»), busca hogares de acogida para un número mucho mayor y se involucra en el rescate de otros tantos.
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¿Rescate? «Así es como llamamos cuando intervenimos para salvar a un perro que está solo en la perrera o que sabemos que alguien está a punto de abandonar». Hay un submundo en Internet de perros que son tirados como colillas, vendidos como chicles, mercancía como un vestido usado en Wallapop. Hasta hace unos meses –hasta la entrada en vigor de la Ley de Protección Animal– un pozo habitual para enterarse de estos tejemanejes eran los portales de anuncios por palabras. «Ahí era habitual ver mensajes del tipo: vendo boli bic y regalo perro», cuenta Leticia Sanz, colaboradora de Defaniva desde 2016. Cuando alguien de la protectora se entera de este tipo de anuncios, se presenta al vendedor como un posible comprador interesado.
«Nunca solemos decir que somos de una protectora. No porque no nos vayan a dar el perro, sino para evitar discusiones. Hay veces que escuchas auténticas barbaridades y tienes que poner caras para no descubrirte», asegura Leticia. En ocasiones, pagan. «La mayoría de las veces, el dueño está deseando dar las camadas». Ahora, con la nueva ley, estos anuncios se hacen de forma clandestina y velada en las redes sociales. En muchos casos, dicen desde Defaniva, son cazadores que ya no quieren esos perros que en algún momento les hicieron tan felices con sus perdices. En otros, son particulares a los que el perro ahora les estorba en casa.
«Hay casos que, después de estar 24 horas con el animal, no lo quieren porque les genera estrés. Y hasta buscan un parte médico para defenderlo», cuenta Isa, quien recuerda otras situaciones habituales. Parejas que en cuanto llega un bebé a casa echan al perro. Dueños que dicen que el can ha crecido demasiado y ya no pueden con él. «También hay casos comprensibles, como el de personas enfermas o ya muy mayores que no pueden atender al animal», aseguran desde la protectora, donde resaltan el papel terapéutico que también cumple una mascota. Isa Herrero hizo un máster en Psicopedagogía. Su trabajo fin de máster versa sobre canoterapia. «Está demostrado que relaja, que educa en responsabilidad, que evita el aislamiento y la soledad...».
La sociedad protectora Defaniva nació en el año 2011 para promover la defensa animal en Valladolid y Palencia. En 2013, se separaron y Valladolid continuó un camino que se revitalizó hace cinco años con la entrada de la nueva directiva, formada por seis mujeres. Cuentan además con una red de colaboradores y voluntarios que ofrecen su casa como hogar de acogida. Su objetivo es lograr el cuidado responsable de los perros. No reciben subvenciones. El pago de alimentos y tratamientos veterinarios de perros acogidos corre por cuenta de la protectora.
Una vez rescatado el perro, se le busca una familia de adopción. En muchos casos, hasta que ese momento llega, es necesaria una casa de acogida que se haga cargo del animal hasta que se encuentra un hogar apropiado para él. Noelia Rubio es una de esas madres de acogida. Por su hogar han pasado seis animales. Ha llegado a tener tres a la vez. Uno de ellos, Bill, se quedó para siempre. «Llegó a mi casa durante la covid, nos hicimos mucha compañía y ya no imaginé mi vida sin él». Eva Berganza es una institución en la acogida, con más de treinta perros en su memoria. «De todos te encariñas, aunque con algunos se genera un vínculo más intenso y especial. Y hay perros que vienen con mucha mochila y necesidades especiales: lactantes, con enfermedades graves... Algunos se han muerto antes de encontrar su familia definitiva», cuenta Eva, quien explica que la protectora cuenta con cerca de diez personas que ejercen como casas de acogida, «y siempre hacen falta más».
El siguiente paso es hallar quien esté dispuesto a adoptar. Para ello, hay encuentros de los integrantes de la protectora con los futuros adoptantes y quienes los han tenido acogidos. «Es importante ver que las necesidades de unos y otros coinciden, para que no se produzca un nuevo abandono», explican. Manu Galán adoptó a Nena en octubre de 2022. Una podenca. «Mis amigos siempre habían tenido estos perros, que son un poco como yo, vivarachos en la calle, pero en casa, sofá, peli y manta». Cuenta que de pequeño, con 6 años, solo tuvo un perro en su casa de Galicia durante una semana, un cachorro de pastor alemán que le dejaron de forma temporal, «pero lo recuerdo a la perfección». Dice que al llegar a vivir a Valladolid, solo, se vio con la necesidad de más compañía y que, cuando le hicieron fijo en la empresa, se decidió. «Prim ero estuve como casa de acogida, para ver si congeniaba, pero al poco tiempo, el 22 de diciembre, el día de la lotería, ya tuve claro que la quería adoptar», cuenta Manu.
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