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La imagen se tomó una mañana cualquiera en la Plaza Mayor de un país en guerra. Un grupo de varones uniformados descansa en un banco (bajo, con listones de madera) en el que también se han sentado una mujer con carricoche de bebé, un jubilado con boina, otro grupillo de combatientes que aprovechan unos minutos con el sol en retaguardia. Por esa misma plaza, corazón de Valladolid, pasea un religioso de negra sotana, juegan unos niños de pantalón corto y largo calcetín. Parece que no han abierto todavía (o han cerrado ya) los negocios de unos soportales donde se anuncian el hotel Imperial, el guarnicionero Adolfo Moral, el establecimiento para todo de Castro y Compañía, donde podía comprarse desde menaje de cocina a escopetas, cartuchos y cañas de pescar.
La vida sigue, aunque sea una vida en guerra.
Esta foto es una de las cientos de imágenes que forman parte de 'El verano detenido', una crónica visual sobre la Guerra Civil en Valladolid que nace de la pasión de Luis Posadas y María José Velloso por las viejas instantáneas en papel, por los documentos que cuentan historias cotidianas, por esos vestigios de un pasado en blanco y negro de los que alguien se quiso desprender. «Durante los últimos 35 años, hemos acumulado una gran cantidad de fotos inéditas sobre el conflicto bélico en Valladolid», explica esta pareja de coleccionistas, expertos en descubrir tesoros (que otros no quisieron) en rastros, mercadillos y desvanes, en viejos cajones y modernos portales de Internet.
Allí encuentran fotografías que tal vez en algún momento estuvieron en cuidados archivos, en mimados álbumes de fotos, pero que, pasado el tiempo, perdieron para sus dueños valor. Para ellos, para Luis y María José, esos trocitos de papel son joyas. Y ahora las han engarzado en un libro en el que «el 95% del material no se había visto nunca antes en público». Algunas sí, algunas son imágenes históricas que llevan la firma de Cacho. Pero casi todas son fotos de colecciones particulares que ahora, todas juntas, ofrecen una amplia perspectiva sobre la guerra junto al Pisuerga.
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«La guerra en Valladolid duró apenas unos días», matiza el escritor Andrés Trapiello en el prólogo de la publicación. Así que estas son «fotos de la retaguardia». Por eso, asegura el escritor leonés, hay que manejarlas «con extremo cuidado». «Si nos las tomáramos al pie de la letra, pensaríamos que la ciudad se pasaba el día en la calle con el brazo en alto, mirando desfiles patrióticos y volcada en la beneficencia propagandística». Porque de este tipo hay varias estampas en el libro. En la misma portada asoma una de ellas.
Tres filas (no muy bien formadas) de soldados desfilan por una calle Santiago en cuyas aceras pasean varios vallisoletanos. Algunos se fijan en el aire marcial de los milicianos (los hay incluso que aplauden), pero hay otros también que caminan sin apenas mirar, como si el pomposo despliegue no fuera con ellos. En la ventana abierta de un mirador se asoman unas mujeres. Porque, como apunta Trapiello en el prólogo, «la vida seguía, como siempre, más o menos silenciosa».
Hay más muestras de este fervor militar por las calles de la ciudad. Actos multitudinarios en el paseo central del Campo Grande, paradas militares en Cascajares, cortejos de niños armados por Portugalete, manifestaciones frente al Palacio Real. Hay también fotografías de cientos de personas en la Acera de Recoletos y de chavales en la plaza de Martí y Monsó.
«En las fotos hay muchas mujeres, muchos niños y pocos hombres jóvenes, que están esos días en el Alto de los Leones», evidencia Trapiello, quien, entre todas, selecciona dos fotografías. En una se ve a un hombre joven con una pistola en una mano y un pitillo en la otra. «Estremece el nexo entre lo que 'sucede' en una y otra mano, entre la pistola y ese cigarro. La tranquilidad con la que le podía quitar la vida entonces a alguien sin dejar de fumar, al mismo tiempo, casi de forma distraída». La otra imagen recoge un simulacro de fusilamiento en el patio del cuartel de caballería. «Aunque se trate de una pantomima, hiela la sangre».
«Este es un libro para fijarse en los detalles», recomienda Luis Posadas, quien tiene muy claro que «las fotos hablan». Tan solo hay que pararse unos minutos a escucharlas. O sea, a mirarlas. «Encontrar fotos del propio conflicto es muy complicado», aseguran los recopiladores de tantas imágenes. En las trincheras se disparan menos cámaras que bombas y fusiles. Pero sí que se tomaron instantáneas de una vida que, pese a todo, continuaba en la ciudad.
Así, pueden verse retratos de boda a las puertas de la iglesia de San Miguel, entierros de falangistas, la Plaza Mayor llena de camiones preparados para salir rumbo al frente. Hay imágenes de enfermeras en los hospitales, de niños que recogen sus juguetes en el Ayuntamiento y de comercios abiertos en esos días de pólvora y furia. Como Castillo, tienda de gabanes y pellizas. O el almacén de menaje Viuda de G. Hortelano.
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«Una de mis preferidas, aunque está un poco borrosa, es en la que se ve un coche Fiat, por la plaza de Zorrilla, con un grupo de personas cerca que levanta el brazo, en los primeros días de la Guerra Civil», cuenta Posadas, quien ve en esta imagen un valioso testimonio del ambiente pucelano en julio de 1936.
Y junto a las fotos, almanaques, tebeos, recortables infantiles, carteles de ferias y de corridas de toros, billetes de lotería y de los sorteos de la Once, programas de cine, tarjetas comerciales, juguetes de la época, carnés y salvoconductos. La recopilación tiene su mirada puesta en los años de la Guerra Civil, pero para ofrecer una perspectiva más amplia, se analizan otros periodos históricos del siglo XX, como la Segunda República o la inmediata posguerra, también con un amplio despliegue gráfico.
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Enrique Berzal
Las imágenes se acompañan con 75 textos y cuentos en los que Velloso recopila historias que escuchó en sus casas, a sus vecinos o que ha recogido del testimonio de amigos y familiares. «He cogido muchas de estas anécdotas y, sobre ellas, me he puesto a fabular», explica. Y como base, también las imágenes rescatadas de un verano en el que, por culpa de la guerra, se detuvo la vida cotidiana en la ciudad. «El verano de 1936 trajo miles de tormentas, de rayos que destruían las verbenas, de disparos que interrumpían los sueños infantiles», cuenta Velloso. El libro, con prólogo de Andrés Trapiello, autoeditado, del que se han publicado mil ejemplares, puede adquirirse al precio de 50 euros en Margen, Maxtor, El Sueño de Pepa y varias librerías de barrio.
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Pedro Resina | Valladolid
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
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