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El tesoro escondido de la calle Leopoldo Cano: de carteles históricos a botellas de colección«La gente siempre piensa en joyas, en cofres repletos de monedas de oro, en alhajas y piedras preciosas», dice Luis Posadas. Pero este coleccionista vallisoletano está convencido de que hay tesoros que, aunque de entrada no lo parezcan, pueden ser incluso más valiosos. Su cueva de las maravillas, su inesperado refugio de Alí Babá, estaba en tres sótanos olvidados de la calle Leopoldo Cano. Esta es la historia de un hostelero del Atrio de Santiago, de un proyecto de viviendas de lujo y de un tesoro escondido que ahora comienza a mostrar todo su valor.
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Jueves 21 de enero de 2021. Luis Posadas, acompañado por su amigo Javier, se adentra en uno de los tres sótanos del edificio hasta entonces casi en ruinas de Leopoldo Cano 11. Van con mascarillas por culpa de una nueva ola de la covid. Con luces frontales (una banda elástica en la cabeza) por la ausencia de electricidad. Con la incertidumbre acerca de qué se encontrarán en ese amasijos de papeles, esas columnas de carpetas, esa colección de cajas llenas de a saber qué. A primera vista, todo parece basura, material de desecho y derribo, un montón de recuerdos acumulados que hoy apenas tienen valor.
Pero nada más lejos de la realidad.
Apenas unos días antes, Luis recibió un mensaje a través de su grupo de Facebook, 'Valladolid, recuerdos e infancias', donde se reúnen apasionados a la historia cotidiana de la ciudad y su pasado sentimental. Entre esos fieles de la red social está José Luis Mayordomo, promotor especializado en el diseño y gestión de proyectos inmobiliarios. Trabajaba entonces en las obras de recuperación (con el respeto de la fachada) de un impresionante edificio histórico, construido en 1879, reformado en 1935, abandonado desde 1996. Aquel inmueble se iba a convertir de inmediato en un bloque de catorce pisos de lujo, en una rehabilitación impulsada por la sociedad promotora Guía Valladolid S. L. La restauración se haría bajo la marca Edificio Las Damas, en recuerdo del anterior nombre de la calle, una de las más antiguas de la ciudad, ubicada en el «núcleo original medieval», de acuerdo con el estudio histórico llevado a cabo por el arquitecto Eduardo Carazo. Hay registros de 1497 que ya consignan esta calle como 'de las Damas', aunque su nombre cambió al de Leopoldo Cano el 20 de diciembre de 1901.
Durante los primeros trabajos constructivos, los operarios descubrieron un arsenal documental en los sótanos. «Un auténtico bazar, un túnel del tiempo», cuentan Carazo y Mayordomo en un libro en el que documentan el proceso de rehabilitación del edificio, que está a punto ya de recibir a los nuevos vecinos y donde está prevista además la licencia para tres apartamentos turísticos.
«La bodega en cuestión, que únicamente ocupaba una parte de los sótanos, albergó desde los años 20 del siglo pasado, y hasta que se derribó el edificio, el almacén de un conocido hostelero de la ciudad», cuenta Mayordomo. Ese hostelero era Vicente García Rodilla, salmantino de Béjar que regentó el bar Jauja, en el número 7 del atrio de Santiago. García Rodilla arrendó este sótano de Leopoldo Cano como almacén, porque tenía una curiosa afición: guardaba de todo. Y ese todo, amontonado y desordenado, acababa de ser redescubierto gracias a este proyecto urbanístico.
«José Luis se puso en contacto conmigo y me dijo: 'Antes de meter las máquinas, si quieres echar ojo…'». Luis no lo dudó. Y aquel 21 de enero de 2021 se metió en las tripas de un edificio a punto de desaparecer.
Lo que se encontró, sí, fue «un auténtico tesoro». De entrada, «una enorme cantidad de cajas de madera y cartón, damajuanas para vino a granel, botellas, cristalería serigrafiada, latas de conserva intactas…». Y un innumerable número de carpetas que había que escudriñar y documentar.
Es a lo que se ha dedicado Luis Posadas durante los últimos meses. El resultado es impresionante. «Hay innumerable documentación desde los años 20 (hace un siglo) hasta la década de los 70. Este hombre de la cafetería Jauja lo guardaba todo. Allí tenía casi su archivo particular, donde conservaba, por ejemplo, las facturas del pescado que compraba en el mercado del Val». Durante años, por Valladolid se corrió la voz de que allí, en Jauja, se servían las mejores gambas a orillas del Pisuerga. Una carta de precios (de abril de 1961) desvela que el café costaba cinco pesetas, la Coca-Cola, seis, la caña de cerveza, 2,5, un cubata, 14. «Entre los objetos que allí encontramos había muchísimas botellas». De vino, ron, cinzano. «Muchas también de cerveza, que son de las más cotizadas por los coleccionistas». Pero, sobre todo, había papeles. «Hemos retirado más de mil kilos de papel, hemos hecho más de 40 viajes en una Nissan para retirar el material», cuenta Posadas. Estaban las facturas, sí. Pero también alguno más importante para la intrahistoria pucelana. El bar era, en aquellos años, un gigantesco tablón en el que se anunciaban los principales eventos que tenían lugar en la ciudad. Si un colectivo organizaba, por ejemplo, una prueba deportiva, colocaba un cartel en las cristaleras del local. Si la ciudad estaba en fiestas, así se anunciaba desde la puerta o el escaparate. Durante días, los carteles anunciadores permanecían colgados en las paredes de Jauja y luego, Vicente García Rodilla, en lugar de tirarlos, de arrojarlos a la basura, los despegaba cuidadosamente, los plegaba, los doblaba, los metía con suerte en una carpeta y los llevaba hasta su almacén de la calle Leopoldo Cano.
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Es así como ahora, muchas décadas después, Posadas tiene entre sus manos carteles de las fiestas de septiembre de 1950 (con dulzainero y tamboril frente a la Casa Consistorial). O un póster de la tercera edición (marzo de 1958) de la Semana Internacional de Cine Religioso, el germen de la actual Seminci. O del décimo concurso de arada celebrado en Valladolid. O del centenario de San Pedro Regalado. O de las fiestas de la primavera (del 12 al 20 de mayo de 1945). O del cuarto concurso provincial de ganados (celebrado en septiembre de 1944). O del primer gran premio de ciclismo Nuestra Señora del Rosario, que el 30 de agosto de 1964 se celebró en La Farola «Estos carteles son fundamentales para conocer mejor el pasado de la ciudad, porque en muchos casos, cuentan con anuncios de los patrocinadores, lo que nos ayuda a rescatar del olvido tiendas y negocios de aquellos años». Por ejemplo, en los márgenes de ese cartel de la carrera ciclista se anunciaban Pescados Cheli, en la calle Aurora, o la fábrica de pastas y mantecadas Martín Bravo, en La Esperanza 18.
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Hay más tesoros. Como la placa que indicaba el lugar del teléfono público que allí estaba a disposición de los clientes del bar. O los paipais publicitarios que repartían Calzados Arce (en la calle Santiago 66) y la droguería Sapela (en la plaza del Carrillo). También guardaba este hostelero cajas de Bombones Uña, de chocolates de Eudosio López, de una fábrica local de dulce de membrillo, de la caramelera Castellana (en Veinte de Febrero 6) o del aceite de oliva La Antigua (con la torre de la iglesia como logotipo). Y anuncios con las actuaciones que se programaban en la pérgola del Campo Grande o de los bailes que se convocaban en las piscinas Samoa. Vicente García, además de esta cafetería Jauja en el Atrio de Santiago, explotaba la concesión del bar de la pérgola, la gruta del Campo Grande y de esas piscinas, para las que obtuvo las correspondientes adjudicaciones municipales, que también se conservan. «¿Quiere usted pasar un rato agradable? ¿Quiere usted disfrutar de una temperatura ideal? Asista a este hermoso recinto, el más ameno de todo Valladolid», decía uno de los pasquines de la «gran terraza» de la pérgola, con su «servicio esmerado» de bar, que anunciaba las actuaciones de Mari Nieves Hidalgo (a las 20:00 horas) y Pilarín Arana (a las 23.00).
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En ese cofre de tesoros había también fotografías, con Vicente y sus amigos de paseo por la Acera de Recoletos, en las terraza del Campo Grande o de otros grupos en la plaza de toros y durante una romería en Carmen de Extramuros.
Y dentro de una caja de zapatos, tarjetas de visita de varios negocios de Valladolid, como los Almacenes Allúe Pons y Compañía, que ofrecía 'Tejidos del reino y extranjeros (sic)', en la calle Mendizábal 2, 4 y 6. También el taller de grabado litográfico Huerta y González, en la calle Constitución. O la fábrica de licores, jarabes y aguardientes de Anastasio Yéboles y Hermano, en Cigales. O El Cielo, el «gran almacén de novedades» de la calle Lonja. O la «gran sastrería» que Abelardo R. Vicente tenía en Victoria, 21. O la fábrica de chocolates Dimas Alonso, con tostadero de cafés en Maldonado 2. O la «gran fábrica de sombreros movida a vapor» de Dativo García, en Santiago 43. O La Necesaria, el almacén de calzado «venta al por menor» de la calle Santiago 59.
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«Son auténticas preciosidades, historia viva del comercio de Valladolid», asegura Posadas, el coleccionista que encontró un tesoro en un sótano condenado al derribo en la calle Leopoldo Cano.
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Pedro Resina | Valladolid
Fermín Apezteguia y Josemi Benítez
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