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Ocurrió hace justamente un siglo y en Valladolid coincidió con el arranque de las ferias y fiestas de la ciudad. Un golpe de Estado, perpetrado con la anuencia del rey Alfonso XIII, daba al traste con el sistema político de la Restauración y establecía una dictadura militar liderada por Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña. Era el 13 de septiembre de 1923. El drástico viraje político fue acogido por la población con expectación y tranquilidad, según la prensa, cuando todo estaba preparado para asistir, el día 15, al disparo de cohetes en la Plaza Mayor que anunciaría el primer día de ferias.
El golpe de Estado, que venía fraguándose en los cuarteles meses atrás, fue rápido y simple, lo protagonizaron los militares africanistas y no fue visto con malos ojos por el monarca. La razón principal fue el proceso de depuración de responsabilidades iniciado tras el desastre del Ejército español en Marruecos, herido en lo más hondo tras los sucesos de Annual de 1921. El informe del general Juan Picasso pidió el procesamiento de 39 militares. Los debates parlamentarios fueron agrios y los altos mandos se mostraron divididos, ya que una parte no quería que el poder civil los juzgara. Entre ellos, el general Miguel Primo de Rivera, famoso en esos momentos por haber frenado con mano de hierro los disturbios sociales en Cataluña.
La excusa de los golpistas no era otra que poner fin a un régimen político corrupto y expulsar a los políticos que lo sustentaban. El manifiesto del dictador, publicado en la prensa nacional, incidía en ello. Decía que su movimiento patriótico era «para hombres» y que quien «no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria esperamos». Se presentaba como el «cirujano de hierro» que algunos influyentes intelectuales llevaban demandando desde la crisis de 1898 para regenerar el país. Así comenzaron los siete años de dictadura, en un primer momento férreamente militar y luego, a partir de 1925, con mayor componente civil. Primo de Rivera suspendió la Constitución de 1876, estableció la censura previa, cerró las Cortes e impuso el estado de guerra.
En Valladolid todo se precipitó en la noche del día 14. El bando que proclamaba el estado de guerra fue leído por el coronel Dávila en tres lugares céntricos de la ciudad: frente al teatro Calderón, en la Plaza de Mayor y en la calle de Santiago, esquina de la plaza Zorrilla. El capitán general, Leopoldo Heredia, lo suscribió de inmediato. La población, según la prensa, acogió el anuncio con templanza y, en muchos casos, con verdadero entusiasmo, incluso «con vivas y aplausos». Los efectos no se hicieron esperar. 48 horas después era cesado Leopoldo Cortinas, al frente del Gobierno Civil hasta entonces, y sustituido por el gobernador militar de la plaza, general Manuel Martín Sedeño, que poco después será reemplazado por el comandante de Ingenieros Luis Monravá Cortadellas. Este se encargará de desmontar la estructura política provincial y renovar los ayuntamientos conforme la nueva filosofía del régimen.
El 1 de octubre, el médico José María Morales Moreno sustituía a Isidoro Villa al frente de un nuevo Ayuntamiento completamente adicto al régimen y a su partido oficial, la Unión Patriótica, creado precisamente en Valladolid. Un informe del gobernador civil, fechado en 1924 y que puede consultarse en el Archivo Histórico Provincial, señalaba que los viejos partidos liberal y conservador estaban expectantes, que aún permanecían viejos políticos en entidades locales, por lo que era preciso expulsarlos, y que el ambiente general era de conformidad con el régimen, aunque sin especial entusiasmo: «Las personas independientes ven con simpatía el nuevo régimen por haberles librado de los antiguos políticos, pero en general permanecen retraídas».
También en 1924 se aprobaba el Estatuto Municipal, que, con la excusa de regenerar las entidades locales, provocó un incesante trasiego de alcaldes. De hecho, el edil que más tiempo estuvo en el cargo durante el tiempo que duró la dictadura fue Arturo Illera, con tres años consecutivos. A él se debieron iniciativas tan destacadas como la construcción de la Escuela Normal (hoy colegio García Quintana), las primeras líneas de autobuses, la pasarela del Arco de Ladrillo y la Casa de Socorro. A Illera también le tocó lidiar con los primeros síntomas de agotamiento político de la dictadura, que en Valladolid se tradujeron en una creciente oposición estudiantil, con cierre de la Facultad de Medicina incluido (abril-mayo de 1929).
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