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Iglesia de Santiuste de Pedraza. E.R.A.
La bestia humana

La bestia humana

Segovia, crónica negra ·

Le encomendaron cuidar de Rufino, un niño de 6 años cuñado suyo, pero lo maltrató hasta la muerte. Julián Martín, labrador de Santiuste de Pedraza, pagó sus bajos instintos en el cadalso. Este es el relato de un suceso escalofriant

Carlos Álvaro

Segovia

Martes, 5 de abril 2022, 00:06

El fiscal lo comparó con el célebre caso del «Chato de El Escorial», que horrorizó a España entera, y en la prensa, el periodista Miguel de Zárraga escribió que ni Octave Mirbeau pudo idear algo semejante para su «Jardín de los suplicios». El asesinato del niño Rufino Revenga y la consiguiente ejecución de su verdugo, Julián Martín «Pitoto», constituyen uno de los episodios más espeluznantes de la crónica negra local.

Ocurrió en marzo de 1901. En torno al día de San José, Julián remataba a su indefenso cuñadito y culminaba una macabra obra de meses, el tiempo que empleó en infligir al pequeño Rufino terroríficos martirios. Los médicos que estudiaron el cadáver y realizaron la autopsia comprobaron que la criatura tenía el abdomen cruzado de pinchazos, las manos y los pies ulcerados y los brazos repletos de quemaduras. ¿Cabía más crueldad y ensañamiento?

Julián Martín y Martín, un labrador de 25 años vecino de Santiuste de Pedraza, recibió de su suegro un delicado encargo: cuidar de Rufino. Era el mes de octubre de 1900. El padre del niño, pastor de oficio, debía conducir sus rebaños hacia tierras extremeñas, tarea que le obligaría a permanecer alejado de casa una larga temporada. Como compensación, el hombre pagó a Julián con varias fanegas de trigo y centeno, un cerdo y algo de dinero en metálico para los gastos de manutención del pequeño, que solo tenía 6 años de edad. El pastor marchó tranquilo, con la confianza de que el chiquillo quedaba en buenas manos, al amparo de su hija y su yerno.

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Pero nada más lejos de la realidad. A las pocas jornadas, Julián comenzó a maltratar a Rufino. Lo hacía de espaldas a su esposa, en el campo, lejos de casa, bajo amenazas y presiones. El despiadado sujeto obligaba al rapaz a ejercer la mendicidad de puerta en puerta para ganarse el sustento. Apenas le daba de comer y de continuo le propinaba dolorosos castigos físicos. Un día, cuando regresaban de arar, Julián la emprendió a varazos y puntapiés con la indefensa criatura después de que al niño se le cayera la rienda.

Cuesta creer que la esposa del agresor no advirtiera lo que estaba pasando, y que tampoco exigiera a su marido poner freno a los malos tratos, pero transcurrieron semanas, meses, y el chiquillo seguía sometido a la férrea disciplina de su cuñado. En marzo de 1901, el niño llegó al final de su calvario. Los tormentos rebasaron el límite de lo humanamente soportable: el labrador llegó a aplicar unas tenazas al rojo vivo sobre los brazos, las piernas e incluso los órganos genitales del pequeño. El pobrecito Rufino no aguantó el martirio y murió a consecuencia de los pinchazos que el monstruo le asestó en el vientre valiéndose de unos objetos punzantes. Los médicos atribuyeron el fallecimiento a una peritonitis traumática aguda. Miguel de Zárraga lo relató en el «Diario de Avisos de Segovia» con descarnado realismo: «Aunque tarde, los jueces de la tierra tuvieron noticias del crimen, y el cadáver de la infeliz criatura fue estudiado por los médicos: era un guiñapo de carne podrida, plagada de erosiones, quemaduras y morados cardenales. Candentes varillas abrieron surcos en la piel del niño; tremendos golpes tiñeron su cutis violado; sus manitas, su vientre y sus piececillos sintieron el rasgar de los clavos que manchó la sangre...»

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El artículo periodístico de Zárraga, titulado «La bestia humana», levantó una gran polémica. El «Diario de Avisos» lo publicó el 4 de marzo de 1902, el mismo día en que daba comienzo el juicio por jurados en las salas de la Audiencia Provincial de Segovia. La defensa del procesado se lo tomó muy mal. El abogado Clemente García Zamarriego comenzó su intervención con una enérgica protesta contra el articulista, al que acusó de predisponer al jurado popular y de añadir una piedra más en el camino de la vida del «infeliz» Julián. «Si el autor buscó un tema para un artículo, le resultó de mal gusto literario, y si le buscó para agravar la pena de un delincuente no fue noble, puesto que hay un tribunal de derecho para medir y juzgar», denunció García Zamarriego, que basó su defensa en demostrar que el presunto autor del crimen nunca tuvo intención de acabar con la vida del menor.

Las sesiones se celebraron los días 4 y 5 de marzo de 1902. Había transcurrido casi un año de la muerte del desdichado niño, pero el caso cobró en la opinión pública un vigor inusitado. Por la sala desfilaron numerosos testigos. Todos coincidieron en señalar a Julián como único responsable de las torturas. También lo hizo la mujer del detenido y hermana del fallecido, que compareció ante el tribunal vestida de negro y con un bebé en los brazos. Lucía Revenga acusó sin reservas a su propio esposo:

-«Mi marido es el causante de la muerte de mi hermano; se lo llevaba al campo para maltratarlo», afirmó con rotundidad.

El médico Benito Ballesteros, que llegó a reconocer a Rufino en alguna ocasión avisado por la esposa de Julián, aseguró que el pequeño le confesó, preso del pánico, que su cuñado lo maltrataba. El informe forense y las declaraciones de los testigos confirmaron lo que Miguel de Zárraga había relatado con anterioridad y dejaron sin efecto las alegaciones de la defensa. El jurado condenó a muerte a Julián Martín y Martín, alias «Pitoto», y éste recibió la noticia del fallo con absoluta frialdad.

Aunque la sociedad segoviana se movilizó para conseguir el indulto, el reo fue ejecutado a garrote vil en la mañana del 17 de enero de 1903, en uno de los patios de la prisión provincial. Desde que el Tribunal Supremo confirmara la sentencia, en los últimos días de 1902, los periódicos informaron con detalle y por entregas de todo el ritual que conllevaba la ejecución, así como del estado del preso, un hombre joven y robusto que mantuvo hasta el final la esperanza en la clemencia del rey. Cuentan que cuando el verdugo se disponía a cumplir con su triste cometido, Julián volvió hacia él los ojos y le dijo:

-Dame una buena muerte.

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