Ermita de Santa María Magdalena de Saldaña de Ayllón.
Pollo muerto no pía
Segovia, crónica negra ·
La noche del 15 de diciembre de 1891, cuatro individuos dirigidos por una mujer de 63 años entraron en la casa de don Pedro, el párroco de Saldaña de Ayllón. El hombre no sobrevivió a los golpes que recibió
Quedaron en el páramo y se encaminaron con sigilo a la aldea. La Salvadora llevaba puestos unos pantalones y una chaqueta de hombre que le había proporcionado Paulino. Eran las once de la noche y hacía un frío de mil demonios. Cuando llegaron a la casa del cura, la vieja, a la que todos apodaban la «Comendanta», trató de entrar por el ventanuco del fregadero, pero el hueco era tan angosto que Paulino tuvo que arrancar la madera del marco con un escoplo. Una vez dentro, la mujer abrió la puerta a los demás y los cinco se dirigieron a la habitación en la que dormía la criada guiados por el cabo de una vela. La chica se despertó sobresaltada:
-«¡No me hagáis daño!», les suplicó.
Entre Paulino y Francisco la colocaron boca abajo y la amarraron fuertemente. Después, los intrusos accedieron a la alcoba del sacerdote, que no despertó hasta que le pusieron la mano encima, pues estaba algo sordo. Tras un forcejeo, consiguieron sujetarlo y atarlo a los varales del cabecero de la cama, con los brazos en cruz.
-«¡Muchacha, muchacha!»
Aturdido por los golpes, don Pedro no sabía lo que realmente estaba pasando. La Salvadora, fuera de sí, increpaba al pobre hombre mientras lo golpeaba, posiblemente con el escoplo:
-«¡Ya no me va usted a reñir ni a insultar más!», gritó la «Comendanta».
-«¿Qué va a usted a hacer? ¡No hemos venido a eso!», zanjó Paulino.
En realidad, si los cómplices se lo llegan a permitir, la mujer se hubiera cebado con su víctima de manera inmisericorde.
El robo, que era el verdadero motivo del plan, comenzó cuando don Pedro estaba controlado. Carlos utilizó el escoplo y un hacha para descerrajar los cajones de la cómoda y una arqueta. Los delincuentes fueron echando el dinero en una alforja: un talego de ochavos morunos, céntimos de la cara al revés, piezas de dos cuartos, algunas onzas... y poco más. Los cuatro esbirros descendieron las escaleras con rapidez y esperaron a la Salvadora en el vestíbulo. La puerta de la casa estaba cerrada. La anciana se había encargado de echar la llave previamente. La mujer tardó unos minutos en bajar y cuando lo hizo, abandonaron la vivienda. En el páramo se repartieron el botín, al parecer a partes iguales. A cada uno le correspondieron alrededor de 30 duros y algunos reales en calderilla.
Irene, la criada, dio la voz de alarma en cuanto comprobó, tras desatarse, que don Pedro estaba gravemente herido porque tenía sangre en la cara y debajo de la cabeza. El hombre, de 73 años, murió a los dos días a consecuencia de los golpes que había recibido. Sufría varios cortes en la cara y una fuerte contusión sobre el ojo derecho, causa directa de la congestión cerebral que le desencadenó la muerte.
El pueblo amaneció sobresaltado y los periódicos locales publicaron lo sucedido a los pocos días. Fue el teniente de la Guardia Civil Manuel España quien logró capturar a los autores, cinco individuos en total, cuatro hombres: Francisco Arranz Benito, de 40 años, Paulino Martín Gil, de 39, Carlos Pastor Sancho, de 38, y Gregorio Martín Gil, de 36; y una mujer: Salvadora Gil Coloma, de 63 años. Paulino y Gregorio eran hermanos y sobrinos de la «Comendanta», que pasó a la historia como la instigadora y principal responsable del crimen. La presencia de una sexagenaria entre los sospechosos impactó sobremanera a la sociedad segoviana. Nadie daba crédito.
Los detenidos permanecieron prisioneros en la cárcel de Riaza hasta el comienzo del juicio por jurados, que tuvo lugar en la Audiencia Provincial de Segovia del 8 al 11 de agosto de 1892, nueve meses después del suceso. Los juzgados se quedaron pequeños para albergar a tanto público, ansioso de verle la cara a Salvadora Gil Coloma. Ésta se presentó ante el juez tal cual era, y aunque negó haber matado al cura, mostró una frialdad pasmosa durante el interrogatorio. El periodismo la describió con precisión: «Su tipo no predispone en su favor, su aspecto es casi miserable. Viste falda negra muy usada, pañolón pardo, delantal negro con ramos blancos y cubre su cabeza pequeña y en la que brillan muchas canas, un pañolillo negro con franja y lunares morados».
La vista de la causa dejó claro que la «Comendanta» actuó movida por la venganza y la codicia. Durante mes y medio había servido en casa de don Pedro Sanz, el párroco de Saldaña. La relación entre ambos nunca fue buena, hasta el punto de que el sacerdote decidió hacerse con los servicios de otra muchacha, la Irene, y despedir a la anciana unos días después, el 4 de diciembre de 1891. Cuando la Salvadora abandonó el hogar del cura, se cuidó mucho de decirle a la nueva sirvienta que por las noches dejara la ventana del fregadero y la puerta de la sala abiertas para que pudiera oír al señor si éste la llamaba. Sabía muy bien lo que quería.
La Salvadora regresó entonces a su pueblo, Castillejo de Robledo, donde persuadió a cuatro hombres, dos de ellos sobrinos suyos, para robar a su antiguo amo, pues sabía que tenía «muchísimo dinero» y conocía las costumbres y la morada del sacerdote como la palma de su mano. «Tantas veces nos repitió lo mismo y tanta era nuestra miseria, que arrastrados por aquella mujer y por las promesas que nos hacía, de acuerdo todos, nos fuimos a Saldaña la noche del 15 de diciembre», declaró en el juicio Carlos Pastor, uno de los procesados. Paulino Martín, por su parte, desveló que la vieja albergaba intenciones que iban más allá del robo: «Pollo muerto no pía», aseguró que le dijo la mujer antes de cometer el delito.
El tribunal condenó a los cinco malhechores a morir a garrote vil y en público, ejecución que tendría que haberse verificado en la villa de Riaza si la reina no hubiera firmado el indulto. Éste llegó finalmente en mayo de 1893 y los criminales salvaron el pellejo «in extremis», cuando Segovia entera daba por hecho el fatal desenlace.
Equipo de Pantallas, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández, Mikel Labastida y Leticia Aróstegui
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