Secciones
Servicios
Destacamos
El rápido avance de la digitalización, que ha coincidido en el tiempo con los años de circulación de la moneda única europea, tiene un carácter tan integral que es capaz de llegar a todo tipo de ámbitos, desde los procesos productivos al comercio y la distribución, las comunicaciones, las relaciones sociales y también, cómo no, los medios de pago. Las tarjetas de crédito y débito son anteriores al euro, pero otros sistemas digitales, aplicaciones informáticas y herramientas como el teléfono móvil o la pulsera sí han visto la luz en los últimos veinte años, en los que el dinero ha acentuado su tendencia a convertirse en algo intangible.
La pandemia, además, ha acelerado la transformación del sector financiero, con los pagos electrónicos en el centro de la metamorfosis. «Mensajes de texto, códigos QR o teléfonos móviles son medios de pago que, incluso antes de la covid-19, evidenciaban ya el cambio hacia las transacciones digitales. Una tendencia que podría llegar a desembocar, en última instancia, en una sociedad global sin efectivo», señala Javier Baixas, socio de PWC y autor de un informe sobre el futuro de los medios de pago que prevé que en 2030, los electrónicos prácticamente se tripliquen en el mundo, hasta superar los tres billones de operaciones.
«Durante el confinamiento, muchas personas han adoptado nuevos comportamientos digitales, acelerando una economía digital que prioriza el uso del dispositivo móvil y resta protagonismo al dinero en efectivo en el día a día. En nuestra última encuesta a entidades financieras, 'fintechs' y operadores de la industria de los medios de pago, el 89% coincidía en que el crecimiento del comercio electrónico se prolongará en los próximos años y que también se producirá un aumento de los pagos en tiempo real».
Noticia Relacionada
Sergio García
No en vano, según explican desde la consultora los pagos generan cerca del 90% de los datos útiles de los clientes de los bancos, una valiosa información sobre quién compra qué, cuánto y cuándo. «Todo ello está creando nuevas fuentes de ingresos para aquellas empresas de medios de pago que puedan monetizar esos datos, pero también los expone a problemas y riesgos relacionados con su privacidad», señala Baixas.
¿Hacia dónde va el futuro? Las posibilidades son tantas que es difícil hacer cábalas. «En los próximos 20 años se prevé que las monedas digitales de los Bancos Centrales –conocidas como CBDCs, por sus siglas en inglés–, junto con las criptomonedas sean la mayor disrupción en el sector financiero», comenta el experto, que pone como ejemplo de este tipo de iniciativas el lanzamiento de Diem por parte de Facebook. Otro elemento al alza son las carteras digitales o e-wallets, que permiten el almacenamiento de distintos medios de pago y el acceso a fuentes de financiación desde los dispositivos móviles. «Estas carteras serán cada vez más fundamentales a la hora de hacer pagos, como lo ejemplifica Apple Pay, el relanzamiento de Google Pay y el auge de las 'superapps' WeChat Pay y Alipay en China».
Las compras con tarjeta en España han pasado de cerca de 1.000 millones de operaciones a principios de los años 2000 a más de 4.500 millones en 2019. Mientras tanto, durante ese mismo periodo de tiempo, la retirada de dinero en efectivo se ha mantenido estable en alrededor de 900 millones de operaciones al año. A tenor de los datos, la pregunta es si todas las generaciones están sumándose a esta transición a la misma velocidad.
De acuerdo con un estudio de CaixaBank Research, en el mundo prepandemia, en 2019, la población de mayor edad retiró el mismo volumen de dinero en efectivo que el que destinó a comprar con tarjeta, mientras que el gasto con tarjeta de adultos y jóvenes ya se situaba un 30% y un 40%, respectivamente, por encima del efectivo que retiraron. «Este mayor uso de efectivo de los mayores en relación con las generaciones más mozas se ha observado en numerosos países y se debe, en buena parte, a una persistencia de hábitos –sostienen–. Sin embargo, todas las generaciones están reduciendo el uso de efectivo y aumentando las compras con tarjeta, tendencia que la pandemia aceleró de manera significativa».
La pérdida de fuerza de los pagos en efectivo es, de momento, solo presunta. Si nos atenemos a los datos del Banco de España, la retirada de efectivo de los cajeros ha crecido en 13 de los últimos 18 años. En 2002 los españoles sacaron de las terminales 82.000 millones de euros y en 2019 la cantidad había escalado a 125.188 millones. En 2020, como consecuencia de la pandemia, el total cayó de manera excepcional hasta los 102.197 millones.
Según advierte Rebeca de Miguel, delegada territorial de la OCU en Castilla y León, la proliferación de medios de pago es una cara más del prisma de la digitalización de la sociedad, en aras de la cual se toman decisiones con dudoso respeto por las costumbres y conocimientos de las personas. «El 70% de los consumidores prefieren utilizar el pago en efectivo en las compras diarias y si bien es cierto que entre los jóvenes el pago con el móvil está más extendido, como norma general el consumidor es conservador y quiere el dinero en el bolsillo». Entre otras razones, la abogada destaca la de que «existe mucha desconfianza con los sistemas tecnológicos y las posibles brechas de seguridad». «Aparte del desconocimiento de las herramientas digitales, los mayores sencillamente no se sienten seguros».
Si además nos circunscribimos a la población más vulnerable, las rentas bajas y las personas mayores, las pautas se acentúan aún más: «Siguen siendo de cartilla y monedero; en muchas ocasiones no tienen formación como para poder manejarse con los medios digitales y las propias entidades financieras los excluyen de la atención en las oficinas al restringir los horarios en los que se presta servicio personal a las primeras horas de la mañana», advierte.
En último caso, De Miguel reclama el derecho de los ciudadanos a «no querer acostumbrarse a lo digital y seguir eligiendo el efectivo».
Noticia Relacionada
Por otro lado, lamenta los supuestos en los que esa libertad de elección se vuelve casi imposible. «En la llamada España Vaciada ya comprueban que la furgoneta-cajero es un servicio en retirada». El país entró en la era del euro a partir de 2002 con un parque de 49.876 cajeros automáticos. En 2008 se alcanzó el máximo histórico de 61.714 y a partir de entonces comenzó un proceso de retirada que deja el total en 2020 en 49.481 terminales, prácticamente una vuelta al punto de partida.
Respecto a las posibilidades, ventajas e inconvenientes que ofrecen / esconden nuevos medios de pago como Bizum o las aplicaciones del teléfono móvil, la representante de la OCU señala que «la inmediatez, agilidad y comodidad que proporcionan no debe servir para bajar la guardia, porque cada vez son más los casos que llegan al servicio de reclamaciones de usuarios que sufren estafas al introducir los códigos de seguridad».
En otro orden de cosas, la OCU recomienda que independientemente de que se pague con dinero en metálico, de plástico o digital «cualquier transacción con dinero de por medio quede acreditada porque «todo lo que no está documentado esconde riesgos». «De cara a posibles denuncias, los consumidores deben saber que ante una denuncia a Hacienda, ésta empieza por eximir al denunciante».
Desde entidades financieras como Unicaja Banco sostienen que «el escenario de futuro está abierto». Manuel Rubio, director territorial de Castilla y León Sur, comenta que «el uso del teléfono móvil está ya generalizado, parece que es una extensión de nuestra propia mano. Allí donde hay un móvil puede haber dinero». Pero advierte: «A cambio sólo debemos extremar las precauciones y desde el banco estamos permanentemente informando a nuestros clientes sobre pautas a seguir para detectar posibles fraudes».
«La transformación en medios de pago es constante. Las inversiones que realizamos los bancos en tecnología y en seguridad son cuantiosas y redundan en beneficio de nuestros clientes», añade.
Por mucho que sean los que más crecen y los que con defensores más poderosos cuentan, a fecha de hoy al dinero electrónico y a los pagos digitales aún les queda un largo camino por delante si la meta perseguida es la desaparición total de billetes y monedas. Bien lo saben en el sector del comercio tradicional, uno de los mayores bastiones del efectivo y donde incluso se podría realizar un estudio sociológico del consumidor.
Especial Veinte años de la llegada del euro
Laura Negro
Marco Alonso
Sergio García
Con sus trece comercios, sobre todo en la capital y repartidos por todos los barrios, Monedero puede ser un observatorio privilegiado para conocer el grado de implantación de los medios digitales de pago. Es extraño que haya algún vallisoletano que nunca haya entrado en una tienda de esta empresa familiar dedicada desde 1939 a la venta de lencería y ropa interior. A Rafael Monedero le preocupa la brecha que amenaza a los más mayores con el aislamiento comercial. «Lo vemos a diario, sobre todo con la población más envejecida: los clientes más mayores no se manejan con las tarjetas para el gasto en las tiendas, ya que las ven como algo reservado para grandes desembolsos» explica. «El cambio mental de la peseta al euro fue duro, pero fue bien. Este otro, entre ciertos colectivos, no lo sé». En realidad sí lo sospecha: «Veo preocupante el riesgo que hay de discriminación por edad; disponer de efectivo debe ser un derecho de los consumidores y una obligación nuestra hacer que lo puedan utilizar», defiende.
Se trata de unas costumbres que repiten un patrón: «Si comparamos los barrios más populares y los que tienen gente más mayor, como puede ser La Rondilla o el Centro, con los que tienen más gente joven y rentas más altas, como Parquesol, diría que el uso del pago digital supone el 30% en los primeros, frente al 70% en los segundos». Eso sí, «los más jóvenes, ni siquiera usan ya la tarjeta, lo hacen todo con el móvil, el reloj o la pulsera».
Para este comerciante vallisoletano son los poderes financieros los que «nos empujan a ello por sus propios intereses». Entre las prácticas para favorecerlo caben desde la promoción de tarjetas de pago de todo tipo entre sus clientes hasta la rebaja de las comisiones por el pago con datáfono para que los comerciantes lo abracen; así como la creciente desertización de zonas sin cajeros automáticos. «Recuerdo cuando decíamos: pago mínimo con tarjeta, 1.000 pesetas. Ahora estamos cobrando hasta dos euros».
«Creo que estamos en los inicios de un proceso que nos traerá nuevos medios, con las tarjetas como una etapa de paso que un día dejará de funcionar pero no para volver al dinero físico, sino para evolucionar a otros sistemas móviles», vaticina.
Si bien no están dentro de la moneda única, los países nórdicos son los más proclives a la desaparición del dinero físico. El Gobierno danés quiere que en 2030 sus ciudadanos puedan vivir sin monedas ni billetes y en Suecia y Noruega, las transacciones en efectivo apenas suponen ya entre el 5% y el 10%. Los defensores de una sociedad sin dinero en metálico resaltan lo fácil que sería erradicar la economía sumergida, cuánto se ahorrarían las empresas en personal de seguridad, cómo las autoridades podrían controlar mejor el blanqueo de capitales o cuánto disminuiría el número de robos.
De momento, el riesgo de un aumento en los fraudes y estafas relacionados con los pagos electrónicos y el rechazo que produce una posible exclusión financiera de quienes no se adaptan al sistema digital son los principales diques de contención para una mayor hegemonía de la digitalización en todo tipo de pagos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.