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Son 364 escalones de madera de pino (y un tramo final en metálico). «Casi uno por cada día del año», dice Rosa García Torres, la ... guía turística que a diario descubre los secretos y tesoros de la torre de la catedral. Hay que echarle tiempo y ganas para subir, peldaño a peldaño, esas escaleras de caracol que llevan hasta el cielo de la seo, hasta el mirador más privilegiado de la ciudad.
Afortunadamente, no es necesario hacer piernas porque, desde hace diez años, un elevador permite subir (y luego bajar, claro) hasta esa plataforma que, a 69 metros de altura, ofrece unas vistas impagables de Valladolid.
El ascensor de la catedral celebra estos días su décimo aniversario. El primer viaje tuvo lugar el jueves 19 de marzo de 2015. Desde entonces, más de 70.000 personas lo han utilizado. El recuento oficial habla de 70.895, desde aquella primera jornada hasta marzo de este año.
Y con varias precisiones, como recuerdan desde la concejalía de Turismo, Eventos y Marca Ciudad. La primera es que durante la pandemia hubo meses en los que no se efectuaron visitas. Estuvo cerrada del 15 de marzo a junio y luego se recuperó el programa con restricciones. La segunda, que precisamente desde la crisis de la covid se redujo el número máximo de participantes. Empezó con catorce. Ahora (aunque hay una ligera flexibilidad) el tope está en doce. Influye el límite de capacidad del ascensor, pero también la posibilidad de recorrer luego, de foma más cómoda, las tripas de la torre.
Casi la mitad de esos usuarios son vallisoletanos, calculan desde la Oficina de Turismo. El resto, turistas que eligen este recurso para descubrir un paisaje deslumbrante de la ciudad. «Desde aquí se ve todo». O casi, porque en ocasiones hay edificios que, construidos justo delante, tapan la perspectiva que se obtiene desde lo alto de la seo. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la fachada del Colegio de San Gregorio: el Palacio de Villena impide que se vea el tapiz pétreo de la principal sede del Museo de Escultura. Pero San Pablo deslumbra, Santa Cruz brilla recién restaurado, la Plaza Mayor muestra sus color encarnado y pueden también verse Fabio Nelli, las Angustias, la nueva cúpula de la Vera Cruz, el Teatro Calderón. «La Antigua es uno de los rincones que más destacan los visitantes… y los vallisoletanos suelen buscar su casa, su colegio o su barrio. Si es un día claro, puede verse hasta Cigales o Torrelago», explica García Torres.
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La visita culmina en ese mirador circular (que permite una mirada de 360 grados) a tan solo unos metros de la cúspide de la catedral, coronada por la escultura del Sagrado Corazón. En total, 82 metros de altura, casi el techo de Valladolid (solo superado por el Duque de Lerma). Pero antes, la ruta propone unas paradas intermedias.
«En la primera planta explicamos el origen de la catedral y vemos la antigua esfera del reloj», indica la guía. Es el momento para repasar algunos datos históricos. Que la construcción de la torre (con piedra caliza) comenzó en 1880 y se dio por concluida 44 años después. Que las campanas se subieron en 1884, cuando se terminó de construir el cuerpo octogonal. Que la inauguración tuvo lugar el 4 de abril de 1885 (Sábado Santo), aunque todavía faltaban la cúpula y de rematar el cuerpo ochavado. Que en 1887 se terminó la sala de campanas y hubo que subirlas hasta allí. Que en 1911 se instaló el reloj de cuatro esferas. Que en 1923 se construyó la cúpula, con la estatua del Sagrado Corazón.
A este listado habría que añadir que en 2015 se inauguró el ascensor, después de meses de debate porque fue una obra contestada en su momento por parte de la sociedad. El elevador costó 89.900 euros y formaba parte de la obra integral de rehabilitación de la torre, que supuso una inversión de 566.970 euros. El entonces alcalde, Javier León de la Riva, explicó que el presupuesto partió de un proyecto de Amigos de la Catedral, que contó con el apoyo de empresas constructoras. «Si no se destinaba a este fin, ese dinero se perdía», explicaba León de la Riva, para aplacar unas críticas encabezadas entonces por los partidos en la oposición (PSOE y Toma la Palabra) que, en plena crisis económica, consideraban que había otras prioridades. Incluso hubo una recogida de firmas en su contra.
2025
2012
Diez años después, el ascensor es uno de los atractivos turísticos de Valladolid. La Oficina de Turismo ofrece hasta 43 visitas semanales durante los meses de verano (de julio a septiembre). Hay ascensos matutinos, de media tarde («las horas del atardecer son preciosas») y también nocturnos, para disfrutar del Valladolid iluminado por Ríos de Luz (el programa de alumbrado ornamental). El resto del año, hay 29 horarios a la semana. Cada trayecto dura 55 minutos y cuesta 12 euros (diez para mayores de 65 años y menores de 18).
El Arzobispado no tiene cifras concretas que confirmen si la posibilidad de ascender a la torre ha incentivado los accesos turísticas al conjunto de la catedral, pero sí que han percibido un incremento de turistas en la seo durante los últimos años.
«Hay muchos que repiten. Gente que viene a ver la ciudad a diversas horas del día. O personas que quieren hacer más fotos desde el mirador. Incluso tenemos aficionados a la ornitología que vienen aquí para ver mejor los pájaros». Los viajeros conocen Valladolid de un vistazo. «Hay muchos turistas recién llegados, alumnos de intercambio...». Los pucelanos, descubren una ciudad inesperada: «Llaman mucho la atención las terrazas, las azoteas, los patios de luces o la trasera de muchos edificios que desde aquí se pueden ver y a pie de calle son invisibles. Valladolid es un plato hondo, es muy llano (salvo Parquesol), y como la catedral está en el centro de la ciudad, puede verse todo».
El ascenso incluye una parada especial en la sala de las diez campanas, antes de que los participantes en la ruta puedan asomarse y pasear por este curioso mirador, que cuenta además con un sistema para evitar que se posen las cigüeñas. «Esto es muy importante. A lo largo de la historia hemos tenido muchos problemas de conservación por culpa de las aves», reconoce Fidel Marcos, el torrero de la capital. Tiene 83 años y es el guardián de este tesoro pucelano.
Después de una larga trayectoria laboral como probador de coches en Renault, desde hace más de dos décadas es la persona que se encarga del mantenimiento de la torre de la seo. Viene aquí todos los días. A menudo se cruza con los grupos de turistas, mientras se afana en cambiar bombillas y fluorescentes, limpiar el entorno, garantizar que todo está en perfecto estado de revista. «Desde luego, trabajo no falta», dice Fidel mientras se acerca a la placa que, en lo alto de la torre, recuerda el año (1923) en el que se colocó la escultura del Sagrado de Corazón. «Aquí me tiré varios días, para recuperar el color de las letras, que se había perdido por completo por culpa de sol», explica. Él también se encargó de fabricar las escaleras de madera (cuatro peldaños) que permiten acceder al mirador. O de colocar la alcayata para sujetar la puerta mientras las visitas toman fotografías desde lo alto de la torre. O de idear un sistema para evitar que se acumule agua en los días de mucha lluvia.
«Hace diez años, cuando restauraron el interior de la torre e instalaron el ascensor, esto pegó un cambio absoluto». Lo que hoy es un espacio limpio y ordenado era hasta 2015 un entorno complicado, sucio, con el suelo lleno de los excrementos de las palomas. «Y luego las cigüeñas, que traían aquí de todo, desde las gomas de los chupetes a tiras enormes de tocino». «Yo he quitado kilos y kilos de palomina con una pala y un saco», recuerda Fidel, quien ahora tiene que compartir el privilegio de subir a la torre con miles de personas.
«Antes aquí no venía nadie. Recuerdo que un día, vino un arzobispo, creo que fue don Braulio Rodríguez (ejerció entre 2002 y 2009), y me dijo que le encantaría subir a la torre, que no lo conocía. Aquello entonces era muy complicado. Allí no iba nadie, era complicadísimo. Yo siempre tenía una llave de repuesto arriba del todo, por si se me olvidaba, para que no me tocara bajar. Pero las palomas o algo habían tirado la llave y no había forma de encontrarla. El arzobispo tuvo que esperarme hasta que bajé las escaleras para coger otra llave y poder salir al balcón».
Su labor es ahora importante para mantener en perfecto estado de revista un reclamo turístico que ha cumplido esta semana los diez años en Valladolid y que ofrece unas vistas deslumbrantes de la ciudad.
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