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A la derecha, una panorámica vista desde la torre de la Catedral, y al izquierda, detalles arquitectónicos del interior del monumento. Rodrigo Ucero

El hilo

El ascensor de la Catedral de Valladolid que muestra secretos a 70 metros de altura

El viaje por la campana de origen desconocido, el reloj parado a las ocho y veinte y «el milagro» tras la caída de una de las torres aguarda a los visitantes en el interior del monumento

Carolina Amo

Valladolid

Sábado, 27 de julio 2024, 08:38

En la puerta del Archivo Diocesano, que no en la que da de lleno a la Plaza de la Universidad (muchos se suelen confundir), espera con una sonrisa Rosa García, guía turística de la torre de la Catedral. Tras ella, ocho personas con una sonrisa más grande si cabe salen a la calle comentando la visita. «Disfrutad porque es precioso», adelanta una turista. Es el tercer grupo del día y apenas sin pausa Rosa ya está invitando al cuarto a adentrarse entre los muros de piedra que frenan por completo los 36 grados de la calle. La visita ha comenzado. Abro hilo:

↓ El frescor del ambiente y unos escalones invitan a subir hasta un ascensor acristalado, según Rosa, «una obra de arte hecha elevador», que permite recorrer cada lugar de la torre sin perder detalle, y que sí, es obligatorio subirlo. Las puertas automáticas se abren y dan paso al primer cuerpo de torre donde la guía ya comienza a introducir los primeros datos. «En la planta baja hemos dejado el templo, que es muy alto y se ha aprovechado en forma de Archivo Diocesano», explica la guía. El principio de la visita se ubicaba en la única torre que conserva la Catedral, también denominada como «la inconclusa», ya que se encuentra sin terminar. Pensada por Felipe II para ser la más grande de Europa «solo se construyó hasta aquí», señala Rosa en el cronograma, «un 40/45% si nos ponemos generosos», apunta. Fue Juan de Herrera quien diseñó de primeras una Catedral enorme, pero los problemas de financiación hicieron que esta nunca se llegase a terminar. «Vamos, que el dinero no llegó», añade la guía.

Rosa García, guía turística de la torre de la Catedral.

↓ Sin torres en el altar, sin crucero y con unas puertas que deberían haber sido las principales y no aparecen, aunque sí estaban proyectadas en la maqueta. La puerta principal de la catedral se ubica entre lo que tendrían que haber sido las torres de los pies. Una puerta, que se abre en verano y en grandes fiestas de la iglesia «por aquello del frío». Y por motivos energéticos se construyó otra puerta más, la de la plaza de la Universidad que data de 1960. ¿Y por qué?, pues para evitar que el frío entrase de lleno y que así los oficios dentro de ella fueran un poco más cómodos. «De las dos torres que tenemos, la que primero edificaron fue la de la torre del evangelio. Y a la torre izquierda se le llamó 'la buena moza'», explica Rosa sin perder hilo.

↓ La de la buena moza tiene historia. Construida entre 1703 y 1709 y formada sobre uno de los ramales del río Esgueva, que casualmente pasa por uno de los nervios de la torre. «Hay que añadir que los cimientos estaban hechos de piedra caliza y que con un lecho de río pasando por ahí los defectos aparecen de inmediato», comenta. Y tan rápido, porque la habían finalizado de construir en 1709, y en 1725 ya la estaban arreglando. Este no es el único episodio de mala suerte que le espera a la torre. Unos años después, en 1755, estaba por venir el terremoto de Lisboa que sacudió prácticamente a la Península. La torre no cayó con el sismo, pero sí que se llenó de grietas que tuvieron que arreglar. «Aquí aparece el famoso Ventura Rodríguez, (arquitecto de la puerta de Alcalá), que encinchó la torre. La puso una serie de cadenas cada ciertos metros que impedían que los cuerpos de la torre se separaran y cayeran», apostilla Rosa. Y vaya que sí funcionó, pero eso no quitó las humedades.

Torre de la Catedral de Valladolid. A. Mingueza

↓ El torreón parecía librarse de un derrumbe hasta que el 31 de mayo de 1841 se produjo una tormenta en la que un rayo cayó muy cerca. La atalaya se desmorona al completo y la catedral se queda sin campanario (y un campanario es imprescindible para una iglesia). La caída podría haber causado daños, pero más allá de los materiales no se cobró ninguna vida. «Fue un auténtico milagro. Al campanero le dio tiempo a salir y su mujer Valeriana apareció después de 30 horas entre escombros prácticamente ilesa», explica. La visita vuelve a su cauce, y Rosa se fija en una de las joyas de la torre, la escalera de caracol.

↓ En este caso es de madera de pino completa (que es lo que se produce en esta tierra). «Tiene 364 escalones y está dividida en dos partes, aunque el campanero dice que son 365, tenemos una pequeña discordancia», bromea. La escalera servía para facilitarle la vida al torrero campanero, ya que a veces existían días durísimos protagonizados por los mareos. Tras la aclaración Rosa se dirige a uno de los protagonistas de la sala, una esfera de reloj. Una de las primeras que pertenece al reloj. De origen francés y con cuatro esferas que dan a la calle. «Originariamente era de madera y metal, pero esos materiales con frío y calor se deterioraron y caían al suelo de la calle. Entonces, para evitar accidentes en los años 70 se sustituye por una pieza metálica del mismo tamaño», aclara García. El ascensor acristalado sube otra planta más hasta el corazón del torreón, el campanario.

Escaleras de caracol de madera de pino. R.Ucero

↓ La arteria de la estructura acoge ocho campanas, cinco de Bilbao, dos de Valladolid y una de origen desconocido. Ahora, son electrónicas y no voltean, es decir, los yugos están fijos para evitar daños en el muro. Pero antes se giraban de mano de campanero. Y no una ni un par de veces, el trabajo era intensísimo, tenía que llamar a oficios, dar las horas, avisar de eventos, bodas, bautizos, fallecimientos. «El lenguaje manual de campanas español es patrimonio cultural y material de la humanidad», esclarece. El campanero también protegía a la ciudad, las campanas tenían esos toques de índole civil, aviso de tormenta e incluso de inundación. Y el más famoso es el toque de incendio que aquí en Valladolid se llama arrebato. La curiosidad va más allá, pues cada barrio tenía su propio código para que la gente supiese dónde ir de manera altruista y solidaria.

Vista cenital de las campanas de la Catedral. R.Ucero

↓ Las campanas rodean la estructura y cada una tiene su nombre dedicado a un santo. «Aquí se las encomiendan todas a Jesucristo», añade. Lo que más llama la atención es la campana desconocida, una que, según cuenta Rosa, probablemente fuese de muestra y, como en algunas ocasiones «lo provisional se convirtió en un para siempre». Más allá de esta incógnita se sitúa la campana que comparte nombre con la catedral: Nuestra Señora de la Asunción que cuenta con un yugo enorme, ya que su peso es de 1.100 kilos. Y por si algún curioso se lo pregunta, la más grande de todas es la que se sitúa detrás del ascensor, la del Sagrado Corazón, la única que comparte nombre con la vocación, «2.032 kilos de puro bronce».

Campana de origen desconocido. A.Mingueza

↓ Como si se estuviese dentro del cuento infantil de Roald Dahl en Charlie y la fábrica de chocolate, el ascensor vuelve a abrirse para ir al plato fuerte del torreón, el mirador. Un tintineo de llaves, un par de vueltas y un haz de luz interrumpe la oscuridad del interior. Una subida de cuatro escalones y por fin lo más esperado, ver un Valladolid a 70 metros de altura a 365 grados. «Tenemos suerte de que sea llana, desde aquí se pueden ver hasta algunos pueblos», indica Rosa. La colegiata, La antigua, calle santiago, San Pablo, San Martín, el cerro de San Cristóbal. Decir todo, es todo. Y al mirar hacia arriba, justo de cara al sol, la escultura de 11 metros del Sagrado Corazón. Los casi 39 grados de fuera hacen que Rosa se de prisa en su explicación. Sin embargo, las altas temperaturas no han frenado las visitas al torreón. «He subido con ventisca con unos señores de Almería que querían subir ese mismo día. Este invierno hemos llegado a subir con 80 kilómetros de viento», recuerda. Tras un paso por el reloj de 1890, cuyas esferas dan al exterior y en donde una de ellas permanece parada a las 8:20 por un problema de logística, la visita llegaba a su fin.

Panorámica de una parte de Valladolid vista a 70 metros de altura. R.Ucero

↓ Rosa no podía irse sin explicar lo que tenía delante. «Esto es una matraca de iglesia. La tradición recoge que en la Semana Santa no se tocaban campanas, ya que la música estaba prohibida en esas fechas. Entonces, para llamar a oficios se utilizaban matracas, sobre todo, en Viernes Santo», introducía. Ese día se celebraba el oficio de tinieblas. La iglesia se quedaba completamente a oscuras y solo la iluminaba el tenebrarium, un candelabro grande triangular con quince velas, siete a cada lado y una en el centro. El sacerdote las iba apagando una a una a medida que avanzaba el oficio y cuando solo quedaba una encendida (la vela María) la quitaban y la escondían detrás del altar. Y con el templo a oscuras la gente hacía ruido con lo que fuese para imitar el terremoto. La matraca comenzó a sonar, y con tan solo el traqueteo de una, los visitantes se podían hacer una idea del estruendo que se formaba. «De ahí viene la famosa frase de: me estás dando la matraca», sonríe.

Una matraca de iglesia utilizada especialmente en Viernes Santo. R.Ucero
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