Radiografía del Duque de Lerma, así es el edificio más alto de Valladolid

Ya se divisa en el horizonte. Como ese faro en el mar que dice: «Que sepa usted que está llegando a Valladolid». Un indicador de regreso a casa, de punto y final a esas vacaciones bañadas en el Cantábrico que todo vallisoletano ha hecho al menos una vez en su vida y que terminan con la mirada en el Duque de Lerma desde la avenida de Burgos. Es la bienvenida a la ciudad desde el norte. Es el edificio más alto de Valladolid. 23 plantas y una elevación de 87 metros que además le otorgan la medalla de plata en la clasificación de alturas residenciales en Castilla y León. Ocupó el primer puesto hasta 2009, cuando la torre de la Rosaleda, en Ponferrada, coronó la comunidad. Desde fuera, cualquier vallisoletano reconoce el edificio, sus ventanas y ese gris que se mimetiza con la niebla en las mañanas de otoño. Pero el interior solo lo conocen sus inquilinos.

Un amplio recibidor se abre al visitante que entra al bloque desde la puerta principal. Hay una secundaria, en el frontal orientado al Puente Mayor, además de las de los garajes. Suelo de mármol blanco y, en el centro, la figura de una estrella que también se asemeja al dibujo de una brújula marina. En la pared destaca un escudo de piedra macizo, el del propio Duque de Lerma. Un símbolo que también se encuentra en otros puntos de la ciudad, como en la fachada de San Pablo, donde en concreto hay dos, cada uno flanqueado por ángeles. El del edificio tiene una firma: Miguel Rioseco. Sin embargo, los inquilinos del bloque no saben concretar quién es este autor ni cuándo llegó la obra a su recibidor.

Dentro viven más de 250 vecinos y en total hay 120 viviendas repartidas a lo largo de 20 plantas, sin contar el bajo y la primera, donde se ubica una mutua. La 22 se reserva al tendedero de los inquilinos y a las calderas, mientras que en la 23 permanece cerrado un espacio destinado a albergar un establecimiento hostelero. Pese a lo que se podría pensar desde el exterior, los negocios que hay dentro son mínimos. Solo uno, un médico maxilofacial. El resto, son todo hogares, con la excepción de la mutua Asepeyo, que ocupa dos plantas del edificio incrustadas en el recibidor, pero que no tiene conexión directa con las zonas residenciales.

La mayoría de los inquilinos, en torno al 60%, viven de alquiler, pero también quedan algunos de los primeros propietarios, que compraron su vivienda al poco de inaugurarse el bloque. Fue la inmobiliaria Rosaleda la encargada de vender las propiedades en aquel entonces. «Se vendieron rápido y todavía, cuando un vecino se va, esa casa se vuelve a ocupar en poco tiempo», destaca Benito Aguado, el presidente de la comunidad de vecinos del emblemático edificio y uno de sus primeros propietarios.

A pesar del vaivén que se puede esperar con tantos vecinos, es un edificio tranquilo. Sobre todo por la posibilidad de acceder desde los garajes a las plantas residenciales, sin pasar por las zonas comunes. También hay escaleras, claro, pero los ascensores mandan. Los inquilinos son en su mayoría personas jóvenes que viven de alquiler, con un perfil amplio donde caben desde funcionarios, médicos o abogados y que conviven con los primeros propietarios, ya jubilados. El contraste se observa en cada puerta, entre las típicas alfombrillas negras y otras con personajes de series de televisión y películas, como una de Darth Vader u otra con Luffy, protagonista del anime 'One Piece'. El portero de la comunidad es José Antonio Ojeda, quien conoce el edificio al dedillo y quien está a cargo de que todo vaya en orden en el Duque de Lerma desde hace casi 20 años.

Hay cinco ascensores en el Duque de Lerma. Uno para los trabajadores de la mutua, dos para que los vecinos lleguen a sus casas y otros dos para disfrutar del paisaje. Estos últimos son panorámicos, con una cristalera desde donde, según se asciende, el horizonte de Valladolid se va ampliando y se descubre todo el centro de la ciudad. Tienen una velocidad de un metro por segundo, lo ideal para no perderse nada de las vistas. A esas alturas, los ojos engañan. La perspectiva hace que la iglesia de San Martín esté pegada a San Pablo, como si hubiera ocupado el lugar del Palacio Pimentel. Y desde la última planta, las vistas son inigualables. Una panorámica total de toda la ciudad donde, en un día bueno se llega a ver hasta Cigales. Alrededor la Cistérniga, Zaratán, Parquesol y hasta más allá de Laguna de Duero. Desde la azotea, que tiene unas dimensiones de 15 metros por 55, un simple vistazo sirve para ver hasta dónde abarca Valladolid.

Y todo lo que sube, baja. Es curioso como en el ascensor incluso se taponan los oídos en el descenso desde la cima. En los elevadores residenciales todo es más rápido. A 1,6 metros por segundo. Una velocidad que recorre todas las plantas del Duque de Lerma en apenas medio minuto, no hay ni espacio para llenar un silencio incómodo con una pregunta sobre el tiempo. Por cierto, en la calle hace apenas dos grados mientras que en la sala de calderas, que da calor a través de calefacción central a todas las viviendas, el termómetro alcanza los 30.

La ocupación del Duque de Lerma está casi al completo. Hay apenas cinco viviendas disponibles para su compra o alquiler. En internet se pueden encontrar anuncios para las de dos y tres dormitorios con precios que oscilan entre los 226.000 y los 550.000 euros. La oferta total es de cuatro tipos, las superficies de las casas más grandes alcanzan los 175 metros cuadrados, con tres estancias y dos baños, además de salón -con ventanas orientadas al sur y a uno de los lados del edificio en función de cada vivienda-, cocina y un vestidor.

La vivienda más pequeña es de 102 metros cuadrados de un solo dormitorio y orientada hacia el río Pisuerga. Se suman dos medianas con una superficie de 139 metros cuadrados con dos habitaciones y dos baños y una más amplia de las mismas características, que llega a los 141 y que mira a la avenida de Salamanca. En total, son seis viviendas por planta que hacen el total de 120.

Parece que el Duque de Lerma ha estado siempre acompañado de la mala suerte, un edificio que estuvo a punto de ser derribado antes de su inauguración. La planta número 23, donde durante un periodo de tiempo hubo un estudio de arquitectura, espera un nuevo uso. En los últimos años se ha hablado de un restaurante mirador, una idea que por el momento está parada. No se quiso tampoco ser gafe el día de su inauguración, como refleja una placa conmemorativa en la entrada principal. «Este edificio fue inaugurado el día 12+1 de diciembre de 1999», se puede leer en la misma. No vaya a ser. De momento, el bloque sigue en pie y el año que viene cumplirá un cuarto de siglo.

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