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Las costureras de Cigales que llegaron a EstocolmoEl listado de actividades de la asociación Fray Antonio Alcalde es tan extenso que se podrían llenar estas dos páginas tan solo con la enumeración. Cogemos aire y empezamos: clases de gimnasia, juegos autóctonos, un bingo con chupachuses (la línea) y piruletas (el cartón completo), cursos de danzaterapia, paseos saludables, talleres de sexualidad. Carrozas en la cabalgata de Reyes, disfraces y chirigotas en Carnaval, acciones en el 8-My el día contra la violencia hacia la mujer. Tertulias, viajes y excursiones, encuentros de costura, festivales, comidas de hermandad... «Aquí no paramos de hacer actividades», dice Maribel Pinacho (70 años), desde el año 2011 presidenta de este colectivo que dinamiza la vida cultural y social de Cigales.
Y entonces, llegó la pandemia.
«Estábamos tan acostumbradas a vernos tan a menudo, a hacer tantas cosas, que estar encerradas en casa fue un mundo para nosotras», cuenta Maribel. Un mundo apagado, especialmente, para las mujeres más activas de la asociación, aquellas que se apuntan a un bombardeo, que rara vez dicen que no. ¿Qué hacer, pues, con tantas horas encerradas en casa?¿Cómo mantener viva la llama de la asociación cuando sus integrantes no pueden quedar, no se ven ni siquiera en la cola del supermercado?
La primera respuesta estaba al alcance de la mano:el móvil. «Formamos una cadena de teléfono para llamarnos las unas a las otras», explica Maribel. Cada vez se encargaba una de hacer la ronda para preguntar qué tal, para saber si había alguna noticia, para comprobar que todas estaban con buena salud o necesitaban algo en lo que las otras pudieran ayudar. «Pero en esas llamadas empecé a notar que los ánimos decaían. Cada vez era más semanas encerradas. La gente echaba de menos a los hijos, a los nietos, salir con las amigas... Así que se me ocurrió una cosa», apunta Maribel, quien propuso un reto. Y aquí está la segunda respuesta a esas preguntas de ahí arriba. ¿Qué hacer para no aburrirse en el largo confinamiento? Manualidades.
«Nuestros padres fundaron este grupo de amigos», dice Maribel Pinacho, presidenta hoy de la asociación fray Antonio Alcalde, una agrupación que reúne a 140 socios de Cigales en torno a la figura de este fraile, nacido a principios del siglo XVIII en la localidad y que llegó a ser obispo de Mérida y Guadalajara. La asociación, legalmente establecida en 1991, organiza actividades a lo largo de todo el año, con bingos, competiciones de juegos autóctonos, talleres o chirigotas. Durante la pandemia tejió una red telefónica para que los socios no se sintieran solos en lo más duro del confinamiento.Celebran su día grande el 7 de agosto, con una misa y ofrenda a fray Antonio Alcalde, seguida de una multitudinaria comida de hermandad.
Maribel propuso a sus amigas entregarse a aquello que mejor supieran hacer. Pintura, puzles, costura, ganchillo... «Les animé a hacer este tipo de labores en casa para que luego, una vez que todo eso pasara, pudiéramos organizar una exposición». Y todo aquello comenzó a pasar. Llegaron las vacunas, la desescalada, la salida a la calle y las segundas y terceras olas.
Pero durante esos meses, esa cadena de mujeres de Cigales, esa red social que se estrechó en pandemia, hizo las labores suficientes para montar la primera exposición. Fue el 8 de marzo de 2021 en el vestíbulo del teatro Las Peñuelas. Antes, hicieron un gigantesco árbol de Navidad de croché (con 720 cuadros). Después, vinieron más exposiciones. Y una de ellas fue la que les llevó a Estocolmo.
El educador Aitor de Diego, del Instituto para el Fomento del Desarrollo y la Formación, conoció el proyecto y les invitó a participar en 'Los seniors perciben una Europa común', una suerte de Erasmus para mayores, un proyecto que reúne a veteranos de varios países para compartir experiencias.La primera idea era llevar al encuentro de este año –en junio, en Estocolmo– una muestra de ese proyecto de costura.
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Finalmente, las mujeres de Cigales contribuyeron a esta iniciativa con un taller de economía circular, con ideas para ahorrar en el hogar a través de productos naturales de limpieza. Allí se encontraron con otros grupos de mayores de Italia (hablaron de huertos ecológicos), Bulgaria (cómo hacer pan), Alemania (cocina sostenible)o Suecia. «Ha sido una experiencia increíble», cuenta Maribel, la presidenta, quien estuvo acompañada en el viaje por Blanca y Lola, integrantes de la junta directiva.
Lola Pizarro (73 años) es conocida entre sus amigas como 'La piconera'. El apelativo nace de su afición por la copla, «el flamenquito». «Me encanta cantar», dice esta mujer, nacida en Mérida y residente durante los años más duros de ETA en el País Vasco (su marido es guardia civil), hasta que finalmente llegó a Cigales. Blanca Santamaría (75) fue la tercera integrante de la expedición a Estocolmo. Florista jubilada, hace unos años se aficionó a los bolillos gracias a los talleres que se imparten en Barrio España. «He hecho bolsos, abanicos, baberos, toallas de bautizo...», cuenta para explicar todas esas piezas con las que colabora en las exposiciones que organiza la asociación.
Belén Esteban (64) contribuye con bufandas y gorros. Conchi Sastre (61)tiene que animarse porque acaba de llegar. «Soy la nueva. Vine en enero a vivir a Cigales, desde Zamora. Un día, cuando pasé por la plaza, vi algunas de las actividades que hacían y me dije:te tienes que apuntar. Yme han aceptado tan bien que me he adaptado muy fácil a esta nueva vida». La acogida también fue calurosa para Eloísa Tomé, quien llegó hace seis años a la localidad.
Pero, junto a ellas, están auténticas instituciones en el pueblo. Como Basi Arias (79). Sus manos están entre las más diestras y habilidosas de Cigales. Cuenta que con apenas 12 años no podía apartar la mirada de la labor que a diario hacía la suegra de su hermana. «Yo me quedaba mirando cómo se manejaba con los bolillos. Era fascinante. Así que un día me preguntó:¿quieres aprender? Yyo contesté:si me enseñas...». Lo primero que aprendió con los bolillos fue a hacer puntillas para combinaciones que regalaba a las amigas y hermanas. Luego siguió con el ganchillo y ahora es feliz con dos agujas paseando por sus dedos. Gran parte de sus tardes están reservadas para la tarea. «Yo me siento a las cuatro y estoy así hasta medianoche, con la tele de fondo y un descanso para cenar». El resultado es una colección de vestidos para las hijas y las nietas, de trajecitos para las muñecas («¡menudo armario tiene la Barbie!»).
Cuando Catalina (72 años) era pequeña, ya compartía labor con Basi. «Yo era la niña del barrio y las vecinas, también Basi, salían a la calle a coser y bordar», cuenta Catalina, «una máquina con la aguja de gancho», como dicen sus amigas. Si Basi es ave vespertina, a Catalina le gusta madrugar. «Alas seis de la mañana me despierto, me siento en la cocina y ya empiezo». Cuenta que después sale a andar (por el camino de la ermita) y que luego le dedica más horas a la labor. También la casa de Goya Merino (78) está llena de todo aquello que sale de sus manos dedicadas al ganchillo y al punto. Y en la de Reyes Herráiz no hay paredes suficientes para colgar los cuadros en los que enmarca los puzles que ensambla. Casi todos, de 1.000 o 1.500 piezas. El que más le gusta, «uno de un unicornio». Estos puzles, estas piezas ganchillo y bolillos, son el resultado de una afición que se convirtió en salvavidas durante la pandemia y que es parte de las muchas actividades que organiza la asociación Fray Antonio Alcalde en Cigales.
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