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La corporeidad 'Mortal y Rosa' de Francisco Umbral

Literarte

La corporeidad 'Mortal y Rosa' de Francisco Umbral

Así es por dentro la obra cumbre del hijo adoptivo de Valladolid

Domingo, 8 de diciembre 2024, 08:27

Recuperando las palabras del autor, que revive en sus labios las del propio Heidegger, el hombre es un ser de lejanías. Por ello, nos hemos tomado el tiempo de volver sobre Francisco Umbral y dejar una distancia entre el análisis de la anterior obra y la presente, recuperando las reflexiones más profundas de uno de los escritores, hijo adoptivos de Valladolid, que marcaron un antes y un después en la literatura.

Hoy nos diluimos en la poética de 'Mortal y rosa', el núcleo de la obra de Francisco Umbral y estrella alrededor de la que gira su universo. Son decenas de libros los que antes escribiría antes del citado, pero la belleza que obtiene de un suceso trágico como el vivido, nos hace comprender que ésta es, si no la obra cumbre de la literatura española contemporánea, sí la del escritor Francisco Umbral. El literato es lamentablemente más recordado por su disoluta actitud y sus salidas de tono en los programas televisivos que por su extravagante sensibilidad y su elevada prosa poética.

Francisco Umbral, en el patio de su casa en 1999. H. Sastre

A través del título encontramos un Umbral derrumbado que admite el dolor, lo abraza y coge su mano para nutrirse de los sentimientos que de él emanan. 'Mortal y rosa' es un diálogo constante entre las dos personalidades que habitan en Umbral, la ternura y la familiar forma de abrazar lo efímero, escondido en la rosa, y, por contraposición, la irremediable e inevitable marcha hacia lo oscuro y lo mortal.

Esta reflexión inicial, como ya nos tiene acostumbrados el autor, no proviene de sus inventivas, sino de un poema en el que Pedro Salinas explora lo intangible solicitando a la realidad la explicación de lo caduco. Estos son sus versos: «Y su afanoso sueño / de sombras, otra vez, será el retorno / a esta corporeidad mortal y rosa / donde el amor inventa su infinito».

Sin pretender entrar en aspectos biográficos, pues lejos estamos de menguar ese dolor del padre que pierde a su hijo, la narración nos acerca episodios de Pincho que nos obligarán a reflexionar acerca de la paternidad y del miedo a la pérdida.

«Hablemos del esqueleto, de mi esqueleto, que es el que mejor conozco, y aun así no lo conozco nada, pues el esqueleto es el gran desconocido. 'El muerto que seré se asombra de estar vivo', escribió un poeta francés. 'Qué vocación de muerto en mi esqueleto', entrevé un poeta español. Si los filósofos nos han hablado siempre del alma, los poetas han preferido hablar del cuerpo, y por eso han acertado más».

Francisco Umbral trabaja en una máquina de escribir. El Norte

Umbral habla en este caso de Paul Éluard, quien fuera uno de los representantes del surrealismo literario junto con Breton o Aragon. Estos introdujeron, en el panorama cultural de la época, vanguardias que sirvieron a los escritores para expresarse sin necesidad de acudir a lo lógico y lo normativo. Umbral nos recuerda que poco remane de su corporeidad, más que el alma que un día lo habitó y que hoy descansa al lado de su hijo, Pincho.

«Mas no pertenezco a esto. La naturaleza, tan soñada de lejos, tan leída, sólo me da, aquí, la dimensión de mi soledad. Es del tamaño de lo que no soy. Puedo escribirlo todo, pero la literatura es la distancia definitiva que perpetuamos entre nosotros y las cosas. (La literatura ya no es para mí, como antaño -ay- una manera de posesión y fornicación con el mundo, sino la secularización de mi aislamiento.) Rías, cielos, vidas, lluvias, mares, montes, bosques donde nunca fui ni soy ni seré libre. Respiro hondamente y el mundo me traspasa.

Luego tristemente, se retira de mí.

Estoy oyendo crecer a mi hijo».

Imagen -

Esta aporía sensorial nos acerca al cambio que se produce en Francisco Umbral y su literatura. En ella, ya no encontraremos risas, ni reflexiones sentenciosas sobre aspectos banales, sino aforismos sobre la grandeza de estar vivo y la maldición que eso supone para el ser sensible. «Estoy oyendo crecer a mi hijo» será un lema que se repita, incluso cuando el recuerdo persiga a Umbral y el silencio se haga más doloroso que nunca.

Por otra parte, también admite la suerte de haber vivido, en sus momentos congelados, junto a su hijo durante tantos (aunque siempre escasos) años. Esta versión existencialista, como no podría ser de otra manera, conduce a Umbral a mostrarnos lo verdaderamente hiriente, aquello que acompaña a la vida y que siempre está ligado a la despedida.

«Y escribo, cada mañana, me siento a la máquina, dejo que fluidos oscuros, luminosidades de la noche asciendan a mí, y todo el torrente del idioma pasa a través de algo, de alguien, porque escribir es una cosa pasiva, receptiva, contra lo que se cree, así como leer es algo activo, creativo, voluntarista.

Sólo una cuestión de trance. Dicen los modernos lingüistas que no hablamos una lengua, sino que la lengua habla a través de nosotros. Es el río del idioma lo que se pone en movimiento cuando me siento a la máquina. El mundo se expresa a través de mí. (p.85)»

Pero el acicate vital aún permanece en él y, aunque sienta la parálisis de la pérdida, siempre aúna fuerzas y consigue aplacar el dolor mediante la escritura. No habla de reflexiones vacías, sino que permite que el mundo, aquello que le rodea, se exprese a través de él, como canal y como elemento modulador de las emociones de los seres humanos.

«O salgo a la calle, en el día quieto, y el presente es una hoja nueva de árbol o, con el sol frío, y el día resplandece, pero el dolor arde en su centro, duele en su entraña. Hoja tierna del cielo, presagio de primavera, hielo alegre del domingo, vida mortal y rosa.

Es el frescor germinal de una historia, el viento matinal que todavía busca algo por el mundo, y que luego, a la tarde cansado y vencido, ya no buscará. (158)»

Por último, Umbral explora el mundo de la mortalidad, y advierte que, en realidad, se puede vivir indefinidamente en el terror pues el trozo de vida que ahora le falta una vez estuvo adherido a su dolor. Hoy ya no lo siente más que en el congelado recuerdo que nos ofrece esta maravillosa obra de arte.

Sin lugar a dudas, la mayor creación literaria de Francisco Umbral, un madrileño enamorado de Valladolid, que realizó una incursión en el mundo onírico de la melancolía y la nostalgia para hacernos llegar un pedazo de su dolor. Hoy este descansa en cada una de las páginas de sus libros, que loan a Pincho y que nos recuerdan sobre la perennidad de nuestras vidas.

Sobre la firma

León (1996). Graduado en Educación Primaria por la Universidad de León. Realizó el Máster en Arte, Literatura y Cultura Contemporánea en la Universidad Oberta de Catalunya. En Leonoticias desde 2023. Articulista de opinión. Responsable en Leonoticias de 'El Odonista' y 'Edificios Emblemáticos de León' y en El Norte de Castilla de 'LiterArte'.

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