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Cuando me dicen que soy positivo lo primero que hago es llorar. Me parece increíble y a partir de ahí, empiezan las preguntas: ¿Cómo ... puedo ser positivo? ¿Quién me ha contagiado? No entiendes nada porque si has mantenido medidas de seguridad, te has cuidado bastante, cómo es posible».
Ese es «el primer disgusto» que Paloma Gutiérrez tuvo que enfrentar, la confirmación de su positivo en covid. «Empecé un miércoles por la tarde que me encontraba más cansada de lo habitual. No pensé que pudiera ser la covid, cuando empecé a ponerme mala estaba convencida de que era una gripe, en el cole había mucha corriente; pero mi marido no pensaba lo mismo, que tuviera fiebre ya era una cosa muy rara». Un viernes por la mañana, dos días después de empezar con los síntomas, la hicieron la prueba «y a las diez de la mañana ya sabía que era positiva».
Esta profesora de música en un colegio público de Ciudad Rodrigo y que además hace las veces de secretaria del centro, relata que «el segundo de los disgustos es el de los contactos, cuando empiezas a dar nombres. Por suerte, desde que empezó todo habíamos restringido nuestra vida social, pero mi hermana tuvo que cerrar la tienda diez días por contacto y desde que sabes que eres positivo, te pasas contando días por si se lo has contagiado a alguien».
Paloma forma parte de una familia numerosa que componen seis hermanas y un hermano, «el contacto solo había sido con la pequeña, por suerte con mis padres y con mis suegros no nos habíamos vuelto a reunir». Tampoco con el resto de la familia.
La baja laboral se extendió durante 37 días, «estuve con síntomas unos 30 días por lo que no me podían dar el alta; di tres pcr positivas, la primera serología también y hasta la segunda no me dieron el alta».
A pesar de que se aisló en su casa nada más empezar a estar mala, los siguientes positivos fueron sus dos hijos, un día después de que su caso estuviera confirmado; y, por último, su marido. «Desde que empecé a estar mala nos aislamos cada uno en una habitación porque por suerte, podíamos hacerlo», indica, «mi marido hacía la comida y cuando los niños dieron positivo yo la repartía a cada uno en su habitación. Una vez que ya dimos todos no llegamos a hacer vida normal, me daba miedo que pudiera complicar la recuperación de los demás porque mis hijos eran asintomáticos».
Fiebre, fuerte dolor de cabeza o pérdida de olfato fueron algunos de los síntomas que Paloma sufrió durante los peores días de la enfermedad que dio la cara un 5 de noviembre. «Jamás me imaginé que esto fuera así, hay gente que te cuenta que es como una gripe y no, yo he estado mal».
Entre las secuelas está el cansancio o el dolor muscular, «secuelas muy comunes para las que te dicen que tengas paciencia». Pero para ella, «casi la peor secuela son las vueltas que le sigues dando a la cabeza, piensas en que puedas ir retomando la rutina y esperar a que pase sin que se complique más».
Reconoce que esa parte psicológica «te deja tocada sobre todo por la familia, por los posibles contagios, luego estaba la culpa de que nos encontráramos todos metidos en casa». Cómo llegó la covid a su familia es algo que siempre quedará como una incógnita: «Yo voy del colegio a casa, no había salido con nadie y los niños igual. ¿Lo traje o yo o lo trajeron los niños? Nunca sabremos quien fue el primero».
Paloma reitera que «siempre hemos tenido toda la precaución con la mascarilla, gel, pantalla, todo lo posible», y todavía a día de hoy y desde que todo empezó, «seguimos limpiando la compra, la mayor parte de las veces es mi marido el que la realiza porque es mucho más cuidadoso, es sanitario y siempre ha tenido mucho cuidado, sobre todo por la responsabilidad».
Esta mujer de 43 años, dice que entró en esta historia «sin comprar papeletas y como ves, también te toca. No sabes cómo te va a entrar y el miedo nunca fue por mí, fue por los demás, a pesar de que no lo he pasado nada bien».
En su caso, «el médico me dio mucha tranquilidad, solo me trataron por teléfono pero muy bien, seguí las indicaciones que me dieron, aunque la historia se alargó más de la cuenta». La profesora se reincorporó al trabajo en su centro educativo el pasado 14 de diciembre, por lo que todavía está todo muy reciente.
Paloma recuerda esos días encerrada en la habitación, «no te apetece hacer nada, das muchas vueltas a la cabeza, y cuando a los 20 días ya me apetecía tocar un poco el piano o pintar, empecé a ver un poco la luz, ya no estaba tan mal». Los indicios de mejoría llegaron con los antibióticos, «pero luego empezó a tos y el dolor muscular, así que ibas sumando días, otros diez». El miedo a que finalmente la ingresaran «también estuvo ahí, con todo lo que suponía para la familia», concluye.
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