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Durante sus 17 años como voluntario en el proyecto de la Fundación Hombres Nuevos en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), el sacerdote castrense jubilado Germán García González estuvo al lado de los necesitados, de los enfermos y agonizantes, aliviando su sufrimiento con sus visitas, esas que llevaba a cabo día tras día desde que se levantaba de madrugada hasta bien entrada ya la tarde. Y paradojas de la vida, él, que aferró sus manos a las de tantos que las necesitaban en el final de sus vidas, no tuvo en el inicio de la pandemia la opción de estrechar las de sus familiares cuando, hospitalizado en el Río Carrión como consecuencia de la covid, falleció el pasado 6 de abril solo, sin tener el aliento de sus seres queridos en el adiós.
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Germán García González, de 84 años y natural de Autilla del Pino, vivía en la Casa Sacerdotal de Palencia desde hacía un año. Almorzaba todos los días junto al obispo, Manuel Herrero, en la misma mesa, y fue hospitalizado el 31 de marzo, diez días después de que el prelado ingresara con covid. «El día 30 empezó a notar síntomas, no me cogía el teléfono y cuando pude hablar con él, me dijo que qué me iba a decir, que le dolía la cabeza y que estaba mal», señala su sobrina María Asunción, hija de una hermana del fallecido, que tenía además otro hermano (un tercero murió a los 12 años).
«El día 31 llamaron de la Casa Sacerdotal y por la tarde ya fue ingresado. Desde el Río Carrión nos llamaban todos los días, nos decían que estaba reaccionando bien, pero la noche del 4 al 5 de abril nos comentaron que había tenido un estancamiento y el 6 falleció. Fueron días muy duros, yo no sabía si había comido o no, en qué estaría pensando él allí solo... Lo peor fue que no dejaron ni despedirnos de él, precintaron el féretro sin que pudiéramos ni cerciorarnos de que era él», añade María Asunción, que no entiende a aquellos que se relajan en el cumplimiento de las medidas de seguridad sanitarias.
«Hasta que a uno no le toca de cerca, no se lo cree. Parece que nos creemos dioses, que la covid no va con nosotros, que eso es una mentira. Cuando veo cómo se comporta la gente, siento una gran impotencia», subraya María Asunción, que recuerda cómo el 6 de julio tuvo una eucaristía su tío en la iglesia de Autilla, donde a punto se quedó de celebrar los 60 años de haber cantado allí misa, en la que se dieron cita 35 sacerdotes para acompañar a la familia, incluidos su sobrino Daniel (hermano de Asunción, sacerdote diocesano y delegado de Misiones), el obispo de Palencia y el emérito de Tarija (Bolivia), Javier del Río Sendino.
Germán García González nació el 24 de noviembre de 1935 en Autilla del Pino, en el seno de una familia de agricultores y muy joven fue a estudiar al Seminario del Santuario de Lebanza. «Mi tío tenía mucha manía a las lentejas porque en el seminario debió pasar mucha hambre, decía que allí comía lentejas con sapos. Lo pasó mal, con la nieve y el frío, aislado, oyendo los aullidos de los lobos por la noche», señala María Asunción.
«En Autilla fue la primera misa de ordenación de mi tío, que tuvo su primer destino en San Martín del Monte. Allí estuvo cuatro años y de ahí se fue a Villerías. Por esa época marchó a Madrid a estudiar a la academia militar, aprobó y fue destinado después a Canarias, Melilla, Mallorca y el Sahara, donde le pilló la Marcha Verde en 1975, allí lo pasó muy mal», subraya María Asunción.
Germán García González estuvo después en Medina del Campo y en Quintana del Puente, donde trabajó tres años con la colonia infantil. «Luego se fue al Hospital Militar de Valladolid, donde se dedicó a cuidar enfermos, y yo creo que allí le entró el gusanillo de ser misionero. Se prejubiló
antes de los 65 años y se marchó en 1997 a Bolivia de voluntario, allí estuvo hasta 2014. Fue al Plan 3.000 de Santa Cruz de la Sierra, con el obispo emérito de Palencia Nicolás Castellanos y el proyecto de Hombres Nuevos. Su misión allí fue aliviar con sus visitas el sufrimiento de los necesitados, de los enfermos y los agonizantes y, cosas de la vida, mi tío murió solo», incide la sobrina de Germán García González, que ascendió en el Ejército hasta el rango de comandante. «Era una persona muy paciente y que tenía mucha empatía, no era el típico militar de ordeno y mando», apostilla.
«Mi tío era muy querido allí en Bolivia, también en la parroquia de Copacabana, donde donó una campana en memoria de mi madre, Estefanía», recuerda la sobrina de Germán, que cuando volvió a su tierra, colaboró como voluntario con los franciscanos de Valladolid.
«Para mí era como un padre, él tenía mucho cargo de conciencia porque mi madre murió joven en un accidente de tráfico en el que conducía él y se creía responsable e intentó cubrir esa falta», añade María Asunción, que quería que su tío viviera con ella en Autilla, pero Germán solo estuvo un mes.
«Siempre habíamos dicho que se iba a venir a vivir conmigo, pero solo estuvo un mes antes de irse a la Casa Sacerdotal. Me dijo que interiorizaba mucho cualquier problema y que sufría mucho cuando se retrasaban mis hijos, que andaba pendiente de la hora y de la puerta de casa. Me dijo que nos queríamos mucho pero que igual nos íbamos a querer si se iba a residir a Palencia», afirma María Asunción, que comió por última vez con su tío el 12 de marzo.
«Me remuerde la conciencia de no haber llevado a mi tío a casa antes de que nos confinaran», asegura Asunción, que recuerda cómo su bisabuela y abuela de su tío murió por la pandemia de gripe española de 1918.
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