«No tenemos nueva fecha, no tiene sentido sin saber cómo irá todo»

El día marcado en el calendario era el Viernes Santo. Ese día Carmen Calle y Julián Marco se casaban ante todos los suyos, ante sesenta invitados en la localidad valenciana de Beniarjó para celebrarlo en Moli El Canyisset, un antiguo molino reconvertido para acoger celebraciones.

Y el día llegó (y pasó) sin que pudiese celebrarse el feliz enlace, pero Carmen tuvo una sorpresa, la primera de su vida a sus casi cuarenta años, de sus amigas. «Fue algo realmente chulo. Llega el coronavirus, te hace posponer cosas, pero también te llegan otras muy bonitas», reconoce la palentina. Cuando se conectó, como todos los viernes, para tener una charla virtual con sus amigas de Palencia, todas estaban vestidas para la ceremonia, esa que no se había podido celebrar, esa que aún no tiene fecha. «Cuando me conecté, estaban todas con carteles que ponían 'Estéis donde estéis, os deseamos que este día sea un día muy especial. Vivan los novios», relata. La sorpresa la pilló en pijama y rápidamente se fue a buscar su traje de ceremonia del armario, que no era vestido ni era blanco, sino una falda de tul rosa con cola y una camisa de lunares de Carolina Herrera. «Mi hija ofició la boda, parece raro pero fue muy divertido. Luego cada una de mis amigas compartió una canción y luego un recuerdo conmigo», rememora Carmen, cuya hija, Lola, fue la encargada de dirigir la boda virtual en su día.

Carmen y Julián esperaron hasta el último momento para anularla. «Esperamos hasta el final porque teníamos muchas ganas de celebrarlo con familia y amigos», reconoce. Y eso que Carmen ya comenzó a tener dudas el día de la prueba de menú, aunque todos le dijesen que estaba loca por pensar algo así. «Le pregunté al director que, si todo fuese a peor y se produjera una pandemia por el coronavirus, cómo arreglábamos el tema de la celebración y eso. Él en dijo que no me preocupase, que nos devolvían la señal, descontando solo la prueba», narra.

Comenzaron a preparar la boda en enero, a contrarreloj. Por eso escogieron el Viernes Santo para casarse, porque sabían que ese día no había enlaces religiosos y tendrían sitio para celebrarlo. «Nos casábamos así de rápido porque nos íbamos a vivir a Canadá. Me lo habían ofrecido en mi trabajo y queríamos marcharnos ya casados, pero con el coronavirus es otra cosa que no vamos a poder hacer este año», relata Carmen, que trabaja en una empresa canadiense diseñadora de softwares.

El plan tenía dos fechas claves, la boda en mayo y en verano el viaje a Canadá para que Lola comenzase el curso ya allí. «En una reunión de trabajo a principio de año me dijeron que había pocos desarrolladores de softwares allí y me lo propusieron. Lo comenté en casa, porque a mí me daba un poco de miedo, pero mi chico puso toda la ilusión y nos lanzamos. La idea era vivir esa experiencia y estar allí un par de años», explica.

No saben cuándo van a poder viajar a Canadá ni tampoco cuándo podrán juntar a los suyos para celebrar su enlace. «No tenemos nueva fecha porque creemos que no tiene sentido ya que no sabemos cómo va a ir todo», comenta. Por eso, el traje de Julián sigue en la sastrería, mientras que los de Lola y Carmen esperan en el armario. Decidieron, desde el primer momento, no hacer invitaciones. «Considerábamos que era un gasto superfluo y pensábamos ahorrar ese dinero para cuando fuésemos a Canadá. En cambio sí que estábamos pensado en hacer cosas más cercanas, detalles más íntimos para todos nuestros familiares y amigos», narra.

«Este coronavirus ha aplazado alguna de nuestras grandes ilusiones. Pero bueno, es un aplazamiento nada más», concluye Carmen, con optimismo.