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No quiero retractarme de nada, porque no es honrado actuar contra la propia conciencia». Miguel Delibes recoge la famosa cita de Lutero en el Preludio de su última novela, 'El Hereje', y siempre he pensado que, consciente de que es su última obra, hay ... en ella algo de íntima confesión del propio autor, de resumen de su trayectoria vital y literaria, en la que nunca actuó contra su propia conciencia.
La pandemia maldita ha puesto sordina a la celebración del centenario del nacimiento de Miguel Delibes, obligando a reducir, cuando no a aplazar o anular, las expectativas de algunas de las actuaciones previstas para rendir homenaje a quien sin duda es una de las grandes figuras de la literatura y el pensamiento español. Una conmemoración para ensalzar su figura y, sobre todo, poner sobre la mesa una relectura profunda de su obra, porque ese es, aunque suene a tópico, el mejor homenaje que se debe hacer a un escritor.
Y es que es a través de sus novelas, especialmente de sus personajes, como aprenderemos a conocer mejor a Miguel Delibes. No en vano, él mismo cerraba su discurso de aceptación del Premio Cervantes señalando «yo no he sido tanto yo como los personajes que representé en este carnaval literario. Ellos son pues, en buena parte mi biografía».
Conrado Íscar
Siguiendo este planteamiento, podremos convenir que Miguel Delibes es el resultado de mezclar al viejo Eloy y la Desi, a Menchu Sotillo, al Nini, al Azarías, al señor Cayo, a Cecilio Rubes, a Daniel el Mochuelo, a Pacífico Pérez, a Cipriano Salcedo, a Gervasio García de la Lastra… Una multiplicidad de personajes, antihéroes en una sociedad que acosa al individuo, y que tienen en común una inmensa humanidad y que nos transmiten una profunda ternura.
A lo largo de sus más de 60 años de actividad literaria, y a través de estos personajes, Miguel Delibes nos ha enfrentado a realidades que estaban transformando nuestra sociedad no necesariamente a mejor. Nadie como él vio la agresión permanente a nuestro entorno natural en favor de un desarrollo basado en una «tecnología desbridada», como él mismo lo definió en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, hace ahora ¡45 años! Es necesario releer una pieza esencial en la que denuncia, como en toda su obra, que el desarrollo mal entendido conlleva la destrucción de la Naturaleza, el abandono de nuestro mundo rural, y en consecuencia de toda una cultura ancestral. «¿Qué será de un paisaje sin hombres que en él habiten de continuo y que son los que le confieren realidad y sentido?». Ahora lo llaman España vaciada y, más allá de declaraciones más o menos retóricas, sigue sin haber una política de Estado que frene esta sangría abominable.
Humanidad, ternura, naturaleza, mundo rural. Son parte de las esencias de su obra. Como lo son también, en el ámbito de su expresión literaria, la precisión, la sencillez o la claridad. Son virtudes heredadas, según confesión propia, del Curso de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate, de quien siempre alabó su claridad y concisión en la exposición de los contenidos, el uso de las frases justas y el empleo de los adjetivos adecuados. Y junto a ello, ese lenguaje que aprendía de la gente de nuestros pueblos, en sus excursiones para cazar o pescar, en sus veranos en Sedano o en sus paseos en bicicleta.
Delibes utiliza ese material con precisión de perfumista para destilar su esencia en las novelas que componen su universo literario centrado siempre, además de la ya referida defensa del mundo rural y de la Naturaleza, en la muerte, la infancia, la tolerancia, la crítica social. «En el fondo, todos los que escribimos disponemos de pocas ideas: escasos temas y escasos personajes… por mucho que barajemos, las cartas siguen siendo las mismas». Su maestría a la hora de mezclar esas cartas y la profundidad de su pensamiento hacen de Miguel Delibes uno de los autores imprescindibles en la historia de la literatura española.
Pero Delibes era más que un escritor. Era un intelectual. Una figura relevante en el mundo de la cultura en su más amplio sentido. No es solo un escritor aislado en su estudio. Partiendo de su labor periodística y de la influencia que ejerció como director en El Norte de Castilla, compartiendo experiencias y alentando a figuras como Manu Leguineche, Francisco Umbral, José Jiménez Lozano, José Luis Martín Descalzo o César Alonso de los Ríos. Sumémosle sus vinculaciones familiares, como su primo Jaime Gil de Biedma. O sus amistades y relaciones con figuras de la talla de Julián Marías, Francisco Pino, Carmen Laforet, Camilo José Cela, José Vergés, su editor y gran amigo, Carlos Barral o Manuel Lara. O su pasión por el cine y su relación con directores como Antonio Giménez-Rico o Mario Camus… En definitiva, Miguel Delibes no solo era un cazador que escribía, sino que fue parte activa y muy importante del universo cultural de la segunda mitad del siglo XX en España.
Conrado Íscar
Una importancia que, lamentablemente, los vallisoletanos nunca hemos valorado en su justa medida. Puede que la facilidad para encontrarlo saliendo de su portal en la calle Dos de Mayo o paseando por la Acera de Recoletos, nos hayan 'normalizado' tanto su figura que no hemos sido conscientes de su extraordinaria dimensión. Algo a lo que ha ayudado también su concepto de la fidelidad. «He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos, a todo con lo que me he sentido bien. He sido fiel a mi pasión periodística, a la caza... Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche. Siempre he hecho lo mismo». Una fidelidad que siempre le hizo huir del oropel de la fama.
Por ello, ahora, al cumplirse el centenario de su nacimiento, no es un tópico decir que el mejor homenaje que podemos hacer a Miguel Delibes es releer su obra y profundizar en su figura que, un siglo después, siguen de plena actualidad. No en vano, ya dice Jane en 'La sombra del ciprés es alargada', que «al tiempo lo miden las circunstancias, no los relojes».
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