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Delibes en dos momentos de su discurso de ingreso en la Real Academia Española. El Norte
Delibes, la RAE y la naturaleza

Delibes, la RAE y la naturaleza

«Los libros de Delibes habían servido a muchos como guías para aprender a escribir bien con palabras muy usuales, dispuestas en relatos con protagonistas humildes que viven su vida, aparentemente anodina, en ambientes rurales»

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:50

Miguel Delibes leyó su discurso de ingreso en la Real Academia Española el 25 de mayo de 1975. Había sido elegido para ocupar la silla e de la corporación dos años antes. Se recuerda todavía en la Academia aquella toma de posesión a la que acudió un público entusiasta que llenó el salón de actos de la casa tan pronto como se abrieron sus puertas. La crónica del acto que publicó en 'ABC' Santiago Castelo contaba que el pasillo central del salón, que han de recorrer con solemnidad el recipiendario y sus padrinos, estaba atascado de personas, de modo que no pudieron utilizarlo y tuvieron que acceder al estrado por una puerta lateral. Presidía el acto, como es habitual, el director de la Academia, que era entonces Dámaso Alonso. No pudo don Dámaso, dice la crónica, acallar del todo el suave rumor que los que no tenían asiento, situados en el salón de actos y las estancias vecinas, produjeron incontinentes durante toda la ceremonia.

Esta desbordante expectación se debía a la extraordinaria popularidad del escritor, forjada a lo largo de muchos años con sus artículos periodísticos y con libros que narran hechos, situaciones y aventuras fáciles de reconocer. Los libros de Delibes habían servido a muchos como guías para aprender a escribir bien con palabras muy usuales, dispuestas en relatos con protagonistas humildes que viven su vida, aparentemente anodina, en ambientes rurales.

«Como también recordó Marías, la literatura a la que asociamos el nombre del escritor vallisoletano es la impregnada de un intenso 'matiz costumbrista y una predilección por los tipos populares, elementales, toscos y a la vez entrañables, y un uso a fondo del lenguaje coloquial, sobre todo del habla rural'»

Santiago Muñoz Machado

Este tipo de relatos fue el que más caracterizó la literatura de Delibes, como afirmó, al contestar su discurso de ingreso en la RAE, Julián Marías, amigo y paisano del nuevo académico, asumiendo una valoración muy reiterada por la crítica. Es cierto que Delibes fue un escritor versátil, que demostró su capacidad para brillar en otras clases de literatura, haciendo gala de una gran técnica y facilidad narrativa, como sus libros demostraron (señalo las dos primeras novelas, 'La sombra del ciprés es alargada' (1948), la segunda, 'Aún es de día' (1949), también la cuarta, 'Mi idolatrado hijo Sisí', y la más celebrada, 'Cinco horas con Mario', de 1966). Pero, como también recordó Marías, la literatura a la que asociamos el nombre del escritor vallisoletano es la impregnada de un intenso «matiz costumbrista y una predilección por los tipos populares, elementales, toscos y a la vez entrañables, y un uso a fondo del lenguaje coloquial, sobre todo del habla rural». Esta tipología de libros irrumpe a partir de 'El camino' (1950) y se mantiene vigorosamente durante muchos años: 'Diario de un cazador' (1955), 'Diario de un emigrante' (1958) y todas sus novelas en las que el discurso de ingreso en la RAE trascendió de ese argumento para pronunciar un alegato apasionado contra el progreso. Digo bien contra el progreso porque a Delibes lo habían tildado de reaccionario por complacerse en sus escritos con situaciones sociales ancladas en el pasado, con muchachos que prefieren su aldea a las promesas de la gran ciudad, como le ocurre a Daniel, el Mochuelo, en 'El camino', o con personajes que hacen gala de costumbres, como la de cazar, que empezaban a calificarse de retrógradas, o individuos que parecen más inclinados a la petrificación de sus modestas formas de vida que a la aceptación de la ideología del desarrollo, que estaba empezando a empapar todos los discursos políticos, cuando aparecen las primeras novelas rurales de Miguel Delibes.

El discurso de ingreso en la Academia Española del gran escritor lleva por título 'El sentido del progreso desde mi obra'. Lo que en él defiende es que ese llamado progreso no es tal, sino el camino marcado por un capitalismo despiadado, sin más moral que la explotación del hombre ni más fe que la del lucro insaciable, cuyas acciones están conduciendo inexorablemente a la destrucción de la Naturaleza. «El control de las leyes físicas –sostiene Delibes– ha hecho posible un viejo sueño de la Humanidad: someter a la Naturaleza. No obstante, todo progreso, todo impulso hacia adelante, comporta un retroceso, un paso atrás, lo que en términos cinegéticos, jerga que a mí me es muy cara, llamaríamos el culatazo». Su discurso ante los académicos consistió en explicar las variadas formas que reviste ese culatazo, para establecer la conclusión última de que «El hombre de hoy usa y abusa de la Naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro. La Naturaleza se convierte así en el chivo expiatorio del progreso». La idea de progreso ha encandilado tanto al hombre que no ha caído en que no puede conseguirse sino a costa de algo, y hemos caído en la trampa de inmolar la Naturaleza a la tecnología. La demanda interminable y progresiva de la industria «no puede ser atendida sin detrimento por la Naturaleza», que es «desvalijada» y «envilecida».

«El apasionado texto de Delibes es un documento esencial para entender toda su obra. Es una explicación de las preocupaciones que subyacen en todos sus escritos, incompatibles con el inmovilismo o con el pensamiento reaccionario»

Santiago Muñoz Machado

El apasionado texto de Delibes es un documento esencial para entender toda su obra. Es una explicación de las preocupaciones que subyacen en todos sus escritos, incompatibles con el inmovilismo o con el pensamiento reaccionario. Al mismo tiempo es un ensayo, pionero en España, que sitúa al escritor entre la élite de los intelectuales que cambiaron la manera de ver las relaciones del hombre con la Naturaleza. Su discurso en la Academia pertenece a la estirpe de los relatos que nos dejaron David Thoreau ('Walden', 1847), y George Perkins Marsh ('Man and Nature', 1864) o de los admirables ensayos, coetáneos a su alegato, de Rachel Louise Carson ('Primavera silenciosa', 1960) o de Peter Singer ('Animal Liberation', 1975). O merece figurar, en primera línea, entre los escritores que han favorecido la actual y creciente inclinación hacia las obras que versan sobre la Naturaleza y sus prodigios: Robert Seethaler ('Toda una vida', Salamandra, 2017, prólogo de Ian McEwan), Elisabeth Strout ('Todo es posible', 2017), Sue Hubblel ('Un año en los bosques', con prólogo de Le Clézio, Ed. Errata Naturae), Corine Pelluchon ('Manifeste animaliste', 2018).

El acto de entrada de Miguel Delibes en la Real Academia Española hizo justicia a un extraordinario escritor pero, además, dejó una cosecha memorable de enseñanzas al explicar el sentido último de su obra, entonar una alabanza de la vida sencilla y dejar para siempre retumbando en los ambientes literarios el eco de una defensa de la Naturaleza que no ha vuelto a oírse, formulada con tanto vigor, ni en la literatura española posterior ni dentro de los muros de la Docta Casa.

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