Fotos y manuscritos del escritor catalogados por la fundación que lleva su nombre. Gabriel Villamil

Por otros cien años más

«Gracias a la generosidad de la familia Delibes de Castro, y como resultado de todos aquellos meses de duro y minucioso trabajo, hoy, podemos disfrutar del Archivo Miguel Delibes, una excepcional herramienta que nos permite adentrarnos, desde múltiples puntos de vista, en la vida y la obra del autor»

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:50

Cómo me hubiera gustado conocer a Miguel Delibes en persona. No fue así. Sin embargo, la vida me ha dado la oportunidad de conocerlo de otra forma, a través de su familia, de su entorno más cercano y de su trabajo (en realidad, de sus múltiples actividades profesionales). He tenido el orgullo, el honor y la responsabilidad de llevar su figura, y de mostrar y dar a conocer su obra por una gran parte de la geografía española, y del mundo.

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Parece que fue ayer cuando entré por primera vez en su casa, y allí, estaba Pepi, su nuera, recibiéndome. Sentía ese runrún en el estómago mezcla de curiosidad, expectación, ilusión… Era una casa que, como tantos otros españoles, había visto en la televisión, siempre coincidiendo con algún acontecimiento importante en torno al escritor: la publicación de una nueva novela, la recepción de un nuevo premio o, lamentablemente, la noticia de su fallecimiento unos años antes.

Fue muy emocionante traspasar la puerta cual si de un templo de la cultura se tratase –así lo veía y sentía yo–. Tenía la misión de asesorar a la Fundación Miguel Delibes sobre lo que se debía hacer en relación con su archivo personal. Nunca podré olvidar el momento en que comencé a ver sus 'papeles', que se encontraban distribuidos a lo largo y ancho de la vivienda, y la emoción que me causó ver los manuscritos de sus novelas, escritos a mano, con pluma estilográfica, en cuartillas de papel de periódico que le cortaban del sobrante de las bobinas de El Norte de Castilla –como luego me explicaron, ya que yo entonces lo desconocía–. Asimismo, la sorpresa de que estuvieran guardados en aquellas carpetas de cartón azul, con dos gomas que las cerraban, lo que trajo a mi memoria las que tanto había usado durante mi niñez. Aún se me eriza la piel al echar la vista atrás y recordarme hojeando aquellos papeles amarillentos, con una letra pequeña, difícil de leer que, a pesar del paso del tiempo, se encontraban en buen estado de conservación.

«Aún se me eriza la piel al echar la vista atrás y recordarme hojeando aquellos papeles amarillentos, con una letra pequeña, difícil de leer que, a pesar del paso del tiempo, se encontraban en buen estado de conservación»

Javier Ortega

Como si fuera aquel día, siento muy viva la impresión que me causó contemplar su biblioteca, sus objetos personales, su despacho –presidido por el cuadro 'Señora de rojo sobre fondo gris', obra de García Benito–, y su mesa. Una mesa desgastada por el uso y el paso de los años, en la que imaginaba, y aún sigo haciéndolo, a Delibes escribiendo sin cesar, rodeado de sus sonidos cotidianos, de su familia y su intimidad. Esta mesa ocupó un lugar de honor en la excepcional exposición conmemorativa que, hasta el pasado 15 de noviembre, pudimos ver en la Biblioteca Nacional, 'Delibes. 1920-2020' (debo confesar que asistir como consejero a su inauguración en Madrid –una exposición en cuya planificación, preparación y diseño trabajé directamente– fue un enorme motivo de alegría y de satisfacción personal). Unas sensaciones que continúo experimentando cada vez que vuelvo de nuevo a esa casa, contemplo su mecedora de enea, u hojeo alguno de los libros encuadernados en piel que le regaló Ángeles, su mujer, con su habitual dedicatoria.

Ante mí, además de los manuscritos y demás documentos relacionados con sus obras, pasaron carnets de identidad, libros de familia, cartas, fotografías, contratos, títulos y certificados, documentos relacionados con premios y distinciones… En realidad, pasó su vida entera; una vida que se me revelaba completamente diferente a lo que yo, hasta entonces, podía siquiera atisbar. Me sentía un privilegiado adentrándome, despacio, casi de puntillas, y con total impunidad, en una intimidad celosamente preservada. Su revisión y análisis, además de las lecturas, conversaciones y el asesoramiento de su familia (sobre todo de Elisa Delibes y Pepi Caballero, a las que tanto debo), me permitieron conocer no solo al personaje sino, sobre todo, a la persona. Una persona, como no tardé en comprobar, querida y respetada desde todos los ámbitos, y toda una referencia intelectual y moral.

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Gracias a la generosidad de la familia Delibes de Castro, y como resultado de todos aquellos meses de duro y minucioso trabajo, hoy, podemos disfrutar del Archivo Miguel Delibes, una excepcional herramienta que nos permite adentrarnos, desde múltiples puntos de vista, en la vida y la obra del autor.

Dos operarios de una empresa de mudanzas durante el traslado del escritorio de Delibes a la gran exposición de Madrid con motivo de su centenario, donde ocupó un lugar destacado. G. Villamil

Nada hacía presagiar –ni podía imaginar– que unos años después sería el responsable de dirigir la fundación y de impulsar el programa de actividades del centenario del nacimiento de Miguel Delibes. La vida me proporcionó un nuevo regalo, la oportunidad de conocer, con un mayor grado de profundidad, a la familia del escritor, sus siete hijos. Unos hijos que rezuman humanidad, inteligencia, generosidad y la humildad que, sin duda, les inculcaron sus padres y que hacen de ellos su mejor legado. Me siento un privilegiado por el estrecho vínculo de cariño y amistad que hemos ido tejiendo a lo largo de los años, y que sé que seguiremos haciendo.

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Dada la relevancia de los valores defendidos en la obra del escritor vallisoletano que, entendíamos, a todos nos conciernen como sociedad, desde el primer momento contemplamos la declaración del centenario como Acontecimiento de Excepcional Interés Público (en este punto, como en tantos otros, es de justicia e imprescindible reconocer la labor de Emilio de Palacios, patrono de la fundación, por su dedicación, tesón y esfuerzo a la hora de proponerlo y materializarlo). Tras meses de gestiones, de idas y venidas, ya que el proceso se complicó dadas las circunstancias políticas por las que estaba atravesando el país, felizmente, y cuando todo presagiaba lo contrario, conseguimos nuestro objetivo: ver publicada la declaración en el Boletín Oficial del Estado. ¡Qué día tan maravilloso! Lo vivimos como un verdadero éxito.

Su publicación, lejos de suponer un punto de llegada, significó todo lo contrario, el pistoletazo de salida para toda una serie de cuestiones que se nos planteaban y que debíamos abordar con la mayor celeridad: creación de la Comisión Interadministrativa, definición del Plan de Actividades, búsqueda de patrocinios… A partir de aquí, la vida en la fundación –ya de por sí vertiginosa, dada la intensa actividad ordinaria que desarrollábamos– se aceleró en orden a que todo estuviese perfecto para la ocasión. Algo que tampoco resultó fácil: convenios, contratos, retrasos, y un sinfín de contingencias nos obligaron a realizar un esfuerzo adicional que todo el equipo de la fundación acometimos con nuestra energía habitual y con el mayor de los entusiasmos.

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«Esta nueva situación profesional me ha permitido corroborar, esta vez desde el ámbito de la gestión pública, lo que verdaderamente representa Miguel Delibes para esta tierra: ser considerado el mejor embajador de Castilla y León, de sus paisajes y de sus gentes»

Javier Ortega

En esas cuitas andaba cuando una llamada provocó un giro profesional en mi vida, al ser nombrado consejero de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León. Esta nueva situación profesional me ha permitido corroborar, esta vez desde el ámbito de la gestión pública, lo que verdaderamente representa Miguel Delibes para esta tierra: ser considerado el mejor embajador de Castilla y León, de sus paisajes y de sus gentes. Desde la consejería, como no puede ser de otra manera, vamos a seguir apoyando todas las acciones que contribuyan a mantener vivo su legado –un legado que no podemos permitirnos el lujo de que desaparezca–. Buena muestra de ello es la obra realizada por el prestigioso escultor vallisoletano, Eduardo Cuadrado, instalada en la ciudad de Valladolid.

Dirigir, en un primer momento, los trabajos de organización y digitalización del archivo personal del escritor y, posteriormente, la Fundación Miguel Delibes, e impulsar los actos conmemorativos de su centenario han sido las vivencias personales más bonitas y satisfactorias que he experimentado a lo largo de mi vida profesional, además de todo un honor y un privilegio. Estar asociado a la figura de Miguel Delibes es un regalo por el que siempre estaré en deuda con la familia Delibes de Castro y con el Patronato de la fundación. Escribir o hablar sobre Miguel Delibes en el año de su centenario no deja de ser una impagable oportunidad para expresar mi eterna gratitud, cariño y respeto a quienes, con tanto amor, entusiasmo y profesionalidad llevan a cabo la conservación y difusión del legado del autor. Un legado y un autor que, hoy, siguen más vivos que nunca y tan necesarios como siempre.

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Por otros cien años más.

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