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Al recibir el 10 de septiembre, un mensaje de El Norte de Castilla requiriéndome el texto sobre Miguel Delibes para el número especial que preparan sobre el escritor con motivo del centenario de su nacimiento, mi primera reacción fue de indignación. Es cierto ... que en pleno confinamiento solicitaron mi aportación y respondí negativamente porque si su pretensión hubiera sido más modesta –contestar a unas preguntas sobre mi padre o escribir un texto sobre Delibes y los animales, o sobre Delibes y los niños, o sobre Delibes y la meteorología…–, quizá hubiera podido complacerles, pero un artículo cuyo tema era Miguel Delibes, así, en general, se me antojaba imposible para una persona que convivió con el escritor 59 años, que ha leído todas sus obras varias veces, ha sido profesora de Literatura Española… Yo pensaba, remedando a Sabina: «¡Cómo van a caber tantos besos (vivencias) en una canción!».
Pero al escribir esto hacía exactamente diez días que había muerto inesperadamente Pancho Corzo, mi marido durante 46 años, y el regreso a nuestro hogar después del verano resultó especialmente doloroso y me llevó a recordar los comienzos de nuestra vida juntos, que tan relacionados están con la vida de Miguel Delibes, mi padre.
Elisa Delibes
Nos casamos en octubre de 1974. Mi madre, enferma de un tumor cerebral, nos animaba a dar ese paso; seguramente intuía que si las cosas no salían bien, mi destino sería quedarme a vivir para siempre con mi padre, joven aún, y con mis hermanos menores de edad. Ella no debía de querer para mí ese destino y quizá imaginaba que, una vez casada, esa situación no era posible.
Las cosas no salieron bien y, efectivamente, un mes después de nuestra boda, mi madre murió. Decidí quedarme unos días acompañando a mi inconsolable papá y a mis hermanos pequeños. Ahora pienso que ¡yo también era pequeña! Los días se convirtieron en 35 años. Quiero hacer constar el magnífico talante con el que Pancho, mi marido, aceptó, en principio, mi decisión y después una situación que suponía convivir con su suegro, no un suegro cualquiera, un suegro famoso y difícil. Tengo que reconocer, sin embargo, que la relación fue excelente: cada uno dio lo que pudo, que fue muchísimo por ambas partes, para lograr un equilibrio que nos permitió vivir sin sobresaltos muchos años. Pancho fue una constante, lógicamente en mi vida y en la de nuestros cuatro hijos, pero también en la de mi padre, que le inmortalizó en alguna de sus obras.
En 1982, en el 'Diario de un viaje por los Países Bajos', incluido en 'Dos viajes en automóvil', escribe Miguel Delibes:
«24 de marzo de 1981
Viaje de conferencias a diversas universidades de Bélgica y Holanda. Me acompañan mi hija Elisa –embarazada de ocho meses– y Pancho, mi yerno, hábil y frío conductor, resistente, rápido de reflejos».
«Mi yerno Pancho y yo –se lee en 'Tres pájaros de cuenta'– salíamos con Adolfo y, ¡durante horas!, coloquiábamos con él [el cárabo], le enfocábamos con la linterna y le retratábamos sin que el animal se espantase de los fogonazos del flash. Su carita de viejecita escéptica llegó a hacérsenos tan familiar como el frágil petirrojo que baja cada tarde a picotear las migas de pan bajo la mesa de piedra donde comemos».
A finales de los años ochenta Pancho comenzó a trabajar en El Norte de Castilla, así que las relaciones y conversaciones con Miguel Delibes eran tanto familiares como laborales. Hoy, puedo decir que las condolencias más sentidas, tras la muerte de Pancho, proceden de sus compañeros del periódico. La opinión generalizada es la de que se ha marchado, nos ha dejado un hombre bueno, sociable, afectuoso.
Elisa Delibes
Juntos, mi padre, Pancho y yo, disfrutamos y sufrimos momentos decisivos de nuestras vidas. En un principio lidiamos con la adolescencia de mis hermanos y el nacimiento e infancia de nuestros hijos… Luego los Delibes, pequeñitos cuando muere su mamá, crecieron y se fueron marchando, Delibes, acostumbrado a una vida con niños, pasó a participar intensamente en la vida de nuestros hijos… hasta que poco a poco también se fueron marchando y prácticamente todo se acabó. Nos quedamos solos Pancho, mi padre y yo. Mi padre muere en 2010; Pancho y yo continuamos juntos hasta hace diez días.
Quizá sí sea el momento, pero desde luego no es el lugar, para lamentar lo que pude hacer y no hice o lo que hice y nunca debí hacer, pero sí sé que es el momento de agradecer a Pancho todo lo bueno que nos dio –¡muchísimo!–, lo fácil que nos hizo la vida y los genes maravillosos que sin duda han heredado nuestros hijos.
Ayer, tras tres meses fuera, regresé a casa, a Valladolid… Los recuerdos apenas me dejaban respirar… Fui cerrando puertas mientras por mi cabeza pasaban millones de imágenes que conformaban nuestras vidas: la de mi padre, la de mi marido, la de mis hermanos, la de mis hijos… Me había quedado sola.
El Norte de Castilla, finalmente, tendrá el texto requerido porque me parece la mejor plataforma para homenajear a Pancho, mi marido, y por supuesto para celebrar el centenario del nacimiento de Miguel Delibes, mi padre.
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