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Pero, ¿de veras quiere usted ver la casa de Whitman mejor que la de Roosevelt?», le dijeron a Juan Ramón Jiménez cuando pidió que le llevaran a ver la casa del poeta. Una casa que nunca olvidó, blanca y amarilla, al lado de la ... vía del tren. Años después, en una carta a Luis Cernuda, explicaba cómo la lectura de los poetas norteamericanos, Whitman, Dickinson y Browning «me parecieron más directos, más libres, más modernos. Lo de Francia, Italia y parte de lo de España e Hispanoamérica se me convirtió en jarabe de pico». En 1916, cuando viajó con Zenobia a Estados Unidos, la combinación entre el amor, el mar y Whitman transformó su sensibilidad, pasando de ser un sombrío melancólico, heredero del simbolismo francés, a ser un poeta entusiasta, asombrado de la luz desbordante que en vez de cegarle le descubría nuevos horizontes de la realidad. Una realidad que ya no encajaba ni en el endecasílabo ni en el alejandrino, que necesitaba el verso libre para expresarse con holgura. Es entonces cuando Juan Ramón escribe 'Diario de un poeta recién casado' y cuando reconoce al mundo visible como objeto y sujeto poético del canto y no como muro contra el que choca el cantor. La naturaleza parece concertar con su entusiasmo y se ofrece a sus ojos con una voluntario asentimiento: «Parece, mar, que luchas /–oh desorden sin fin, hierro incesante!– / por encontrarte o porque yo te encuentre», dice el poeta de Moguer, en comunión panteísta con la inmensidad oceánica que Whitman ya había expresado en 'Hojas de hierba': «Mar arrullador, mar escultor de las tormentas, mar delicado y caprichoso/ Formo parte de ti, soy uniforme y multiforme como tú lo eres». Pero es años después, en 1942, cuando Juan Ramón escribe su libro más enteramente Whitmaniano. Me refiero a 'Espacio', que comienza con esta frase inconcebible: «Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo». A su lado el «Me celebro y me canto a mí mismo» de Whitman, que tanto ha escandalizado a los humildes del mundo, parece también jarabe de pico. Ambos textos, sin embargo, esconden tras su aparente soberbia una generosidad hacia sus semejantes que solo los lectores atentos sabrán comprender. «Y soy un dios sin espada, sin nada de lo que hacen los hombres con su ciencia; solo con lo que es producto de lo vivo», continúa Juan Ramón, definiendo así al «dios deseado y deseante» de sus últimos libros, un dios democrático, creado cada día por el deseo y la conciencia de cada uno de los hombres, de esos hombres corrientes que pueblan también la poesía de Whitman y a los que hubiera podido dedicar este verso de 'Hojas de hierba': «Sé tú mi dios».
Whitman declara también en el 'Canto de mí mismo': «Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,/ porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también», y sus palabras podrían estar dedicadas a Juan Ramón Jiménez, como un hombre más, despierto, con oídos y ojos para sentir lo magnífico de la existencia. Esta es la intersección en la que ambos coinciden, más allá de una posible e inevitable influencia. Coincidencia, más que influencia, porque como afirmó Cortázar: «El poeta es ese hombre que escribe nuestros poemas. Descubrirle es hallar nuestra verdad dicha por alguien que es nuestro doble, el doble sin nombre ni impedimentos ni renuncias». Sin duda, J. R. Jiménez se reconoció en W. Whitman ¿Se hubiera reconocido también Whitman en los versos de Juan Ramón? Yo creo que sí.
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