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Poesía de América… Él es América. Con estas pocas palabras definía Ezra Pound a Walt Whitman, enfatizando la filiación del poeta con el espíritu de la nueva democracia estadounidense tras la guerra civil. Una identificación para la que fue suficiente un solo libro. Un libro ... permanentemente corregido y en ocasiones empeorado a lo largo de casi cuarenta años. Una obra, 'Hojas de hierba', en cuya primera edición el propio Whitman aportaba su autorretrato casi como fenotipo de aquel ciudadano medio estadounidense: «Americano, uno de los duros, un cosmos, desordenado, carnal y sensual, no sentimental, no por encima de hombres y mujeres o aparte de ellos, no más modesto que inmodesto».
Por encima de los valores literarios de su obra, la compenetración de Whitman con el sueño americano fue absoluta. Lo fue, además, desde la infancia, cuando su padre decidió bautizar a tres de sus hijos con el nombre de tres grandes presidentes de los Estados Unidos: Andrew (Jackson), George (Washington) y Thomas (Jefferson). Y aún más desde que el 4 de julio de 1825, cuando Walt tenía seis años, el mismísimo marqués de Lafayette le levantó en sus brazos para celebrar el día de la Independencia.
En la forja de esta leyenda patriótico-literaria, mucho tuvo también que ver, desde los orígenes, la participación del poeta en la opinión pública a través de la prensa. Antes y después de fundar su propio periódico, 'The Long Islander', del que fue redactor, editor y hasta repartidor, alternó de continuo los oficios de maestro y tipógrafo con el de periodista. Con once años ya trabajaba como aprendiz en un semanario, 'The Patriot'. A los 29 fue expulsado del 'Brooklyn Eagle' por alinearse, dentro del Partido Demócrata, con el ala contraria a la de su editor. Desde las páginas de los periódicos, Whitman opinó sobre los grandes asuntos de su época, posicionándose, por ejemplo, a favor de la enmienda Wilmot, que prohibía la esclavitud en los territorios ganados por Estados Unidos durante la guerra con México; acusando a los abolicionistas radicales de entorpecer la democracia, y advirtiendo después a los hombres del Sur: «O abolen la esclavitud o ésta les abolirá a ustedes».
Cuando Whitman costeó de su propio bolsillo, en 1855, los primeros 795 ejemplares de 'Hojas de hierba', trabajaba como comercial. El libro no obtuvo el éxito que esperaba, y el poeta no tuvo otro remedio que regresar a los periódicos. Sólo la guerra mudaría de un modo definitivo el oficio y el estilo de vida del escritor. Primero, como enfermero voluntario. Después, como empleado estatal. Cuando un cambio en el gobierno propició que el nuevo secretario de Interior –al que escandalizaban los excesos de 'Hojas de hierba'– le expulsara de su empleo en la oficina de Asuntos Indios, su amigo el poeta William Douglas O'Connor escribiría el panfleto 'El buen poeta gris', defendiendo tanto la poesía como la figura de Whitman, y contribuyendo a reforzar el mito del poeta patriota. Un icono que se consolidaría con la publicación del célebre poema '¡Oh, capitán! ¡Mi capitán!', escrito tras el asesinato de Abraham Lincoln.
El éxito del libro en Inglaterra, donde se publicó en 1868, y los años de estabilidad y creatividad tanto en casa de sus hermanos como en su propia casa de Candem, ayudaron a extender la fama de Whitman. Cuando murió, en 1892, era ya un personaje venerado. Mucho tiempo después, la generación Beat, con Ginsberg y Kerouac a la cabeza, terminaría por aclamarle como el auténtico creador de la poesía moderna americana. Esa poesía que mudaba del trascendentalismo al realismo filosófico para representar a la nueva América de la cultura de masas, que se impondría con el final del siglo XIX. Casi cuarenta años antes, en el prólogo de la edición de 'Hojas de hierba' de 1855, había escrito: «La prueba de un poeta es que su país lo absorba sentimentalmente de la misma forma que él absorbió a su país». En la salud como en la enfermedad, eso fue exactamente lo que ocurrió a Walt Whitman.
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