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Su Mediterráneo. Sus noches de dry martini. Su velocidad de crucero con dos dedos sobre el teclado, sin la 'd' ni la 'e', de la ... Olivetti. Sus cinco en punto de la tarde. Su manera de construir el artículo siempre desde la actualidad, siempre desde la intemporalidad, siempre desde el brillo de la palabra. Desde el chispeo de la frase, como el repicar del fuego sobre los espetos del Rincón de la Victoria. La mitología completa del maestro Manuel Alcántara. Una vida que cabe, tal vez, en un puñado de sus versos:
«Ponte a vivir como un loco:
ama, ríe, bebe, olvida.
Puesto a vivir todo es poco
por más que dure la vida».
Resulta imposible olvidar aquellos originales suyos de los años ochenta. El motorista los traía cada día, dentro de un sobre, a la redacción. En letras negras, marcadas con fuerza sobre el papel amarillento, el artículo terminaba exactamente donde acababa el papel. Y al pasarlo a galeradas no cabían sorpresas: encajaba milimétricamente en el hueco de la columna. Ni una palabra de más. Ni una de menos. Farmacias de guardia, cartas al director, premios y becas…, y la puesta en página diaria de los artículos de don Manuel Alcántara y don Emilio Romero. Ése era mi trabajo como ayudante de redacción en el 'Ya'. A don Manuel, con la osadía propia de mis veinte años, le llamaba con familiaridad cuando me parecía que bailaba una coma. Él tardaba un segundo en convencerme de que en su texto no bailaba nada. A don Emilio sólo le llamé una vez. Fue suficiente. «El problema no es la coma –me dijo–. El problema es que es usted un poco insolente. Y un poco gilipollas». Estilos distintos.
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Alcántara estaba a punto, en aquel momento, de convertirse en el articulista más leído de España. Un acuerdo entre 'Ya' y 'El Correo' permitiría, unos años después, que su 'Vuelta de hoja' se publicara en todas las cabeceras del grupo. Entre 1989 y 2019, sin interrupción, se ganó a pulso el decanato del columnismo diario. Con toda naturalidad, los lectores de El Norte de Castilla le hicieron llegar a Málaga, en 2016, el Vocero del periódico. En agradecimiento a tanta y tan buena compañía en la contraportada.
Antes que articulista, sin embargo, Manuel Alcántara fue poeta. Antes, durante y después, porque nunca lo dejó de ser. La poesía, de hecho, fue la que le llevó a las páginas de los diarios. También la que alimentó sus lecturas y conformó su criterio. La que le convirtió en maestro de periodistas. Pasada la guerra, que para él fue decisiva en su manera de interpretar y de sentir el mundo, se trasladó con 18 años a la capital de España. Y no tardó en dejarse seducir por los encantos de la bohemia madrileña. «El hígado me ha salido bueno», repetía con sorna hasta el final de sus días. Se estrenó en 1951, a los 21 años, en el ciclo de Versos a Medianoche del Café Varela, Y cuatro años después ganó el Antonio Machado con su primer libro, 'Manera de silencio'. Un despegue que tuvo continuidad con 'El embarcadero' y 'Plaza Mayor'. Hasta que en 1961 obtuvo el Premio Nacional de Poesía, con su extraordinara 'Ciudad de entonces'.
«Gacetillero y aprendiz de poeta». Así es como se presentaba el joven Manuel Alcántara en el Madrid de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. Ganar el premio de la revista 'Juventud' le permitió obtener, con treinta años, su primer trabajo serio como columnista. El director de 'Arriba', Rafael García Serrano, se fijó en él y le propuso colaborar en el periódico. Unos años después, en 1961, llegaría a la dirección del rotativo Rodrigo Royo, a quien no le gustaba demasiado el aire liberal de sus artículos. Cuando Royo suspendió la publicación de las 'Greguerías' de Gómez de la Serna, Alcántara aprovechó para marcharse.
No le faltaría trabajo. En el 'Ya', que entonces era el periódico de mayor difusión en Madrid, se hizo famoso. Escribió también en 'Pueblo' y en la revista 'Época', y colaboró con la Cope y con Radio Nacional de España. Su lenguaje poético, su humor, su agudeza, sus citas cultas sobre un mensaje aparentemente sencillo, le convirtieron en una referencia inexcusable. Y los grandes premios se le fueron acumulando. El Luca de Tena, el Mariano de Cavia, el González-Ruano.
En la televisión comenzaron sus retransmisiones deportivas. Pero su verdadero pulso literario afloró más tarde, con las crónicas pugilísticas. Fichó por 'Marca' en 1959, pero no empezó a escribir de boxeo hasta unos años más tarde. Legrá versus Winstone. Los 15 asaltos de Evangelista frente a la furia de Mohammed Alí. Las peleas épicas de Urtain o de Mando Ramos… A zaga de la huella de Hemingway o de Norman Mailer, Alcántara reconcilió entonces el mundo de la literatura con el del deporte, algo que no sucedía desde la Generación del 98. Su relato del mítico combate entre Pedro Carrasco y Miguel Velázquez en junio de 1968, por el título de campeón de Europa de peso ligero, comenzaba por ejemplo así: «Destrozados y enteros, abatidos pero firmes, con tanta sangre por fuera como por dentro, Miguel y Pedro se abrazaron en el centro del ring. Empezaba el asalto número quince. No parecía un Campeonato de Europa sino una lucha a muerte. El público estaba en pie, como los afanes gladiadores, y la mágica pelota de la victoria, en el tejado. Carrasco y Velázquez llevaban ya cuarenta y dos minutos de salvaje pelea. Del combate más dramático que hayamos presenciado en muchos años…»
En los tiempos de la Transición, mientras los periódicos tomaban posiciones ante la nueva realidad democrática, Alcántara no dejó de escribir artículos. Pero necesitó también regresar a la poesía, veinte años después de sus primeros libros. En 1983 apareció 'Anochecer privado', y al año siguiente 'Sur, paredón y después'. Más tarde irían llegando 'Este verano en Málaga', 'La misma canción' y 'Lo mejor del recuerdo'. En 2007 Mayte Martín, con su voz profunda, emocionó cantando los versos de Manuel Alcántara en la bienal de Flamenco de Málaga. El germen de lo que después sería el disco 'alCANTARa MANUEL', donde el poema 'Carnet de identidad' ocupa el espacio central.
«Me dijeron vivir a
quemarropa:
siglo XX -acordaron-, en
Europa,
en Málaga, en enero y en
Manolo.
Todo lo dispusieron:
hambre y guerra,
España dura, noche y día,
tierra
y mares… luego me dejaron
solo».
A partir de los 90, todo fue acumular reconocimientos y batir récords de permanencia. «Tengo ya edad de esquela», decía cuando cumplió cincuenta años al pie del cañón. Para entonces ya era hijo predilecto de su ciudad y su provincia, doctor honoris causa por la Universidad de Málaga o Medalla de Oro de Andalucía. Como Machado, Alcántara dejó también unos últimos versos. Y se los dedicó a su amigo José Luis Garci: «Yo no sé qué voy a hacer / cuando se me vaya el tiempo / y no pueda irme con él»
El tiempo fue siempre una de sus grandes obsesiones. Un pasado de niño de la guerra que nunca terminó de superar. Un presente que supo detener cada día en el momento exacto de la actualidad. Una inquietud por el futuro que, entreverado de chispa malagueña, cuajó quizás lo mejor de su escritura poética.
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