Ahora ya que podemos decir eso de «mal de muchos epidemia» sin que suene exagerado, aunque sí a chistecillo ramplón, ¿lo es, pero qué queréis? Pasaos vosotros más de quince días encerrados. Ah, es verdad, que también lo estáis. Bueno, que eso, que el confinamiento ... ya es tendencia mundial y nos queda el entretenimiento /consuelo, de ver cómo afecta el encierro allende nuestras fronteras (qué ganas de colar esta expresión, que evoca tiempos pretéritos de ridícula solemnidad con camisas bordadas en rojo ayer).
Resulta divertida una de las ocurrencias de un país con el que nos unen tantos lazos que a veces más que hermanos pareciéramos cuñaos, México, donde en lo que rezan para que su presidente AMLO se quede un rato callado, se han inventado una heroína de dibujo animado a la que han llamado Susana Distancia (véanme moviendo en giros circulares pulgar e índice) para que los más pequeños –y a la vista de las edades de los que detienen en la calle por incumplir el confinamiento los más mayores también–, aprendan las reglas básicas para prevenir el contagio.
Y al rescate de la curiosidad de confinado, y con toda ese despliegue de medios que siempre exhibe, acude ese país que –hasta que China diga otra cosa y está a punto de decirlo–, es la primera potencia mundial, los 'otros' –si tenemos en cuenta a los de nuestro hermano México–, Estados Unidos de América. Una república que eligió hace cuatro años como presidente a un hombre hecho a sí mismo –lo que no le impide a uno hacerse un patán cuya única fortuna sea el dinero–, se ha incorporado un poco más tarde al club de los países en clausura, pero aderezándolo con detalles de su genuino estilo de vida.
Diario de un confinamiento
Sirva de ejemplo el de esa doctora de Brooklyn que cita The New York Times y que comanda un batallón de médicos y enfermeras y los guía en oración bajo una carpa antes de ingresar al hospital, medida que, con todo el respeto para la fe de cada uno, podría no invitar al optimismo en la capacidad de la medicina para librar esta batalla. «Eso es todo lo que podemos hacer: solo orar, mantenernos unidos, darnos ánimos y no paralizarnos por el miedo», argumenta la doctora, sin que haya transcendido si entre los facultativos bajo su mando alguno, de nombre Eugenio para más señas, pidiera la palabra para preguntar «¿hay alguien más?».
Otra de las novedades del anecdotario mundial de manías que nos entran cuando pensamos que el mundo se va a acabar y que en España se ha sustanciado en un curioso afán por acaparar papel higiénico como si no fuera a haber mañana –al menos un mañana con episodios de astringencia–, es también 'made in USA'.
No es que los estadounidenses no se hayan preocupado de llenar los garajes de sus viviendas unifamiliares de papel tisú enrollado, que también, ellos no se privan de nada, es que además en algunos estados sus habitantes han descubierto una forma de combatir las penalidades de la reclusión comprando... ¡pollitos! Las granjas no dan a basto, se los quitan de las manos, oiga.
Ojo, que no es un fenómeno nuevo, que allí ya tienen estudiado que en tiempos difíciles, convulsiones bursátiles, recesiones, años de elecciones presidenciales (como el presente, por cierto) la gente quiere gallinas.
La explicación es doble, al decir de los testimonios recogidos en la información de NYT. Por un lado, los que dan el paso pretenden así garantizarse el abastecimiento de los primeros productos que han empezado a escasear, pollo y huevos –el precio de estos últimos creció hasta el 50% en los primeros días de la alerta–. Por otro, y según una de las granjeras de vocación sobrevenida, «por la esperanza que supone comprarlos como pollitos y verles crecer», según Annelle, que reconoce que adquirió cuatro gallinas y un gallo cuando eran crías, por lo que tardarán aún medio año en dar sus primeros huevos. Mientras y en tanto mascotas, podrá llevarlas a pasear por la calle para hacer más llevadero el confinamiento.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.