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Marcos Esteban, ya asomado a la ventana de su domicilio en Valladolid con un dibujo de su hija. Ramón Gómez

Del confinamiento en Perú al confinamiento en Valladolid, ¡14 días después!

Marcos Esteban, Rubén Villanueva y Raúl Domínguez, atrapados en Cuzco tras decretarse el estado de excepción allí, regresan en un vuelo de Iberia desde una base militar

Antonio G. Encinas

Valladolid

Miércoles, 1 de abril 2020, 22:08

Hace catorce días, Marcos Esteban y sus dos compañeros de viaje, Rubén Villanueva y Raúl Domínguez, hablaban desde la habitancioncita de un hostal en el centro histórico de Cuzco, Casa Gabriela, con la desazón de no saber qué hacer para volver a casa. Hace catorce ... días temían que el asunto empeorara y que empezara a aflorar un sentimiento de rencor hacia los de fuera, hacia quienes habían llevado al coronavirus hasta Perú. Hace catorce días llamaban infructuosamente a la Embajada en Lima, rellenaban formularios que saltaban automáticamente al enviar un correo de auxilio y esperaban una respuesta que no llegaba. Hace catorce días pedían ayuda a los medios de comunicación para difundir su situación y poder volver a casa desde un país en estado de excepción, «con los militares con ametralladoras y los policías armados en las calles», a otro en confinamiento.

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Hace catorce días Marcos Esteban imploraba: «Quiero volver con mi familia, mi mujer y mi hija». Hoy, pasadas las nueve de la mañana, ha conseguido abrazarlas tras pasar por un 'cautiverio' de doce días en la pensión, un viaje en bus de 24 horas, un incidente xenófobo y un vuelo de once horas desde una base militar hasta Madrid. «Nos han hecho un pequeño control de temperatura en el aeropuerto. Me he quitado toda la ropa, hemos lavado todo, desinfectado maletas, y ha sido un momento de sonrisas y de lágrimas», dice. Bueno, y una nueva 'prohibición' de salir de casa, la que le ha puesto su hija. «Me han puesto los grilletes del tobillo, mi hija tiene 8 años y lo vive de otra manera, pero sí me ha dicho 'no te vayas nunca más'», cuenta Marcos ahora ya con una sonrisa. También porque, después del plato de macarrones con tomate en once horas de vuelo, le tenían preparado en casa «un cocido vallisoletano», que es como el de Madrid pero con sabor de hogar.

«La situación aquí tampoco es la normal, el planeta entero vive una película», explica quien ha podido viajar en AVE desde Madrid hasta Valladolid y ver las dos ciudades desiertas, en una panorámica inusual. «Me imaginaba que iba a estar muy chunga la cosa, que lo está, sobre todo desde el punto de vista sanitario, pero en cuanto a la calle el tema es muy suave. Allí, en Perú, está el Ejército con ametralladoras por la calle, la Policía armada y con cara de pocos amigos. Es mucho más serio y grave. Cuando hemos llegado al aeropuerto decíamos ¿y cómo vamos a Valladolid? Y ha sido fácil, aun con el recorte de horarios. Y allí no podías coger ni un taxi. Hemos visto aquí cierto movimiento, había como veinte vuelos a lo largo de la mañana. Y pocos AVE, pero habría 20 a Segovia, al norte, a Barcelona, a Sevilla. En Perú era cero total».

Un grupo de Whatsapp ha mantenido a todos los españoles unidos. El día que les reunieron a todos para llevarlos de Cuzco a Lima se juntaron siete autobuses. «Aunque se metía también algún ciudadano europeo, portugueses, italianos, polacos, ingleses... Las plazas que quedaron libres las rellenaron con ciudadanos europeos. Este billete lo pagamos de nuestro bolsillo, como todo lo que hemos hecho para la repatriación. Todo ha sido pagado por cada ciudadano y nos costó 140 dólares, el doble o triple de lo que vale. Salimos de la estación de Cuzco el sábado a las 10:30 de la mañana y 24 horas después, el domingo llegamos a Lima». El trayecto es de 1.107 kilómetros por la ruta más corta, según Google Maps.

El hotel pactado por la Embajada era demasiado caro para unos bolsillos ya maltrechos, así que buscaron acomodo por Internet en unos apartamentos. Y ahí llegó el miedo. La temida paranoia que lleva a la xenofobia. «Cuando llegamos al hostal los vecinos se atrincheraron en la puerta, en una valla de acceso, y nos impidieron la entrada. Incluso algún exaltado amenazándonos. Cuando vimos eso, con un agobio enorme, nos fuimos, y al ir a coger un taxi el primero se fue, el segundo ni nos habló, el tercero nos dijo que no tenía maletero y se marchó. Nos tocó volver andando al punto de partida. A través de un contacto telefónico conseguimos un hostal barato y ya nos alojamos». Pasaron miedo, admite. «Pero sobre todo pena, bajón, que no tenemos la peste. Nos llamaron apestados». En Perú se han contabilizado 1.065 casos y 30 muertos por coronavirus.

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«Ayer salió un vuelo desde una base aérea militar, Callao, como vuelo humanitario, aunque también tuvimos que abonar los billetes de avión. A las cinco de la mañana nos convocó el agregado de la Embajada en el vestíbulo del hotel Meliá y un convoy de tres autobuses nos dirigió hacia la base militar. De película, en un país en estado de excepción, con militares controlando, sentados en una carpa, como unas 480 personas. Nos hicieron los controles de aeropuertos y a las dos horas nos embarcaron y vuelta a España, un vuelo de once horas». Después, ya en Madrid, un AVE a las ocho de la mañana con cinco viajeros y rumbo a casa.

La experiencia, aunque dura, le deja algún atisbo positivo. Sus amigos de viaje ya no son amigos. «Somos hermanos», matiza. «Una de las pocas cosas buenas que he sacado es la exaltación de la amistad, el rollo humano no solamente de Rubén y Raúl sino de todo el mundo, mis amigos llamando, mis familiares se deshacían, los medios de comunicación, gente que nos ha mandado mensajes personales de apoyo todo el rato. He visto que tenemos esperanza en el ser humano, y eso es bonito».

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