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La Reina Isabel II, antes de ser expulsada de España a finales del siglo XIX, decidió realizar un viaje con múltiples paradas a lo largo y ancho de la Península Ibérica que le condujo, en 1858, a la ciudad de Valladolid.
En su paseo por la provincia descubrió secretos y lugares maravillosos con los que se deleitó y fue siempre recibida con honores y con fuertes vítores de alegría. El día 23 de julio de 1858 llegó a la ciudad, con un itinerario que discurrió del Campo de Mariano Lino de Reinoso hasta la Estación de Ferrocarril del Norte. Allí, la Sociedad del Crédito Mobiliario, según los estudios de Martín de la Guardia, hubo levantado una frugal tienda decorada para el evento.
Muchas fueron las personalidades que acompañaron a la reina a su paso por Valladolid. En el presente caso, encontramos la figura de Leopoldo O`Donell como Presidente del Consejo de Ministros y diferentes gobernantes de provincias entre muchos otros.
Una vez arribaron a la catedral, se profesó el culto convenido y se alabó la figura de Dios a través de un 'Te Deum', himno litúrgico de acción de gracias que se recita en ceremonias solemnes dentro de catedrales o lugares de culto. «Te Deum laudamus» significa «A ti Dios, te alabamos» y es un tipo de oración que se le atribuye comúnmente a San Ambrosio y San Agustín.
La Plaza Mayor se encontraba abarrotada de prosélitos reales que danzaban y cantaban al son de la felicidad que les brindaba la visita real. Mientras esto ocurría, las personalidades regias se sentaban a la mesa del palacio para disfrutar de una pantagruélica yanta.
Poco puede entenderse de la situación de Valladolid durante la época citada sin la presencia de los escritores y cronistas coetáneos, que pudieron ver el resurgir de una ciudad en la sombra que, gracias a la luz de Isabel II, salió a flote y recuperó el harto esplendor del que un día hizo gala.
Blas López Morales escribía en las páginas de El Norte de Castilla del 24 de julio de 1858 las siguientes líneas:
«La ciudad se encontraba en estado de decadencia y atraso y amenazada- como todas las demás poblaciones de España- de las consecuencias de ese marasmo que las consume, cuando la nueva forma de gobierno representativo y el advenimiento de Isabel II al trono de España vieron como dos astros a alumbrar y a dar vida y calor al yerto cadáver de la patria. Desde entonces cambió por completo la forma de su existencia. De aquella fecha data su transformación.»
Durante dos días se celebró la presencia de los reyes en Valladolid, y, finalmente, el día 26 a última hora, la reina y su séquito abandonaron Valladolid por Medina de Rioseco en dirección a la capital de España. Podemos observar el recorrido de la Reina de España gracias a los cronistas y fotógrafos de la época; en especial, debemos sacar a relucir la dedicación y diligencia de Charles Cliford, que acompañó a la reina en cada uno de sus viajes documentando sus paseos, sus visitas, sus saludos y su atónita mirada sobre las calles de Valladolid, donde la oscuridad, el hambre y la pobreza dieron paso a la algarabía y al regocijo.
Hay mucha fuerza en sus imágenes, tanto en las de las calles como en sus rostros, que, según Serrano Ruiz en su estudio sobre el daguerrotipista, no comienza a introducir en sus imágenes hasta 1856, tan solo dos años antes de la visita de la reina.
Cientos de versos se dispensaron aquellas tardes por las avenidas lustradas de Valladolid, engalanadas para la ocasión; muchos de ellos, incluidos en la portada del ejemplar del 24 de julio de 1858 de El Norte de Castilla. Otros, como el siguiente, fueron distribuidos en octavillas y en panfletos para que perdurasen hasta nuestros días, cuando Martín, Torremocha y Cabeza, concluyeron su recopilación y publicación en 1997.
A la gran Isabel, la bondadosa
Y a su excelso Consorte y Real Familia,
Esta paloma cándida y sencilla
Conduce cual ofrenda respetuosa
El amor de las hijas de Castilla.
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Por último, y ya como un apunte curioso también recogido en el citado artículo, el alcalde de Valladolid publicó, cuarenta y ocho horas después de partir la reina de la ciudad, un discurso en agradecimiento al pueblo por su comportamiento ejemplar:
«Convecinos: por especial encargo, que al partir S.M. tuve el honor de recibir de tan Excelsa Señora, en su nombre debo repetiros las gracias por vuestro leal comportamiento, y aseguraros que, de hoy en adelante, Valladolid y toda Castilla, será uno de los pueblos predilectos de nuestra Augusta y benéfica Reina Doña Isabel II. Correspondamos y seamos fieles y constantes con su maternal cariño, y nuestros hijos recogerán el fruto de la conducta que sigamos».
El celebérrimo artista Peter Paul Rubens visitó Valladolid en 1603 acompañando a la docena de pinturas con las que el duque de Mantua quiso agasajar al duque de Lerma en época de Felipe II. Las obras se estropearon en su traslado, lo que obligó a Rubens a trabajar durante semanas para repararlas.
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