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Así que la pregunta es que por qué. Por qué esta afición por las setas, por los hongos, por perderse en montes y pinares con una cesta y la esperanza de que la cosa se de bien. «La micología es un mundo fascinante que oscila entre la buena comida y la mala muerte». El micólogo «se acerca al precipicio» (porque hay setas venenosas, mortales), pero lo hace con la seguridad de que gracias a su conocimiento las sabrá diferenciar. Lo cuenta Aurelio García, una institución en el mundillo, el presidente de la Asociación Vallisoletana de Micología, la red social que agrupa a los apasionados por esta afición en Valladolid.
La Asociación Vallisoletana de Micología se fundó en noviembre de 1986 cuando un grupo de personas vinculadas a Fasa-Renault decidieron compartir su afición en una entidad debidamente reglada. José María Goyenechea y Pedro Carbajo fueron dos de sus impulsores. Sus primeras reuniones se convocaron en el bar del Pinar (junto a las piscinas de Fasa)y en el centro social que Renault tenía en la calle Hípica. Desde hace años, su sede está en el centro cívico Zona Sur. Cuentan con 285 socios.Todos los años celebran salidas, exposiciones, talleres y conferencias.
«Yo empecé en Valderas, en el pueblo.Iba con mi padre a recoger setas en bici. A mí me tocaba ir montado en la barra, porque en la parte de atrás estaba la cesta donde metíamos lo que encontrábamos», recuerda García. Un día, mientras veía en la tele 'Un millón para el mejor', descubrió a Ramón Menal, un naturalista que llegó a ser el primer presidente de la Sociedad Catalana de Micología. «Yo era un chaval y me sorprendió lo mucho que aquel hombre sabía de setas. Una eminencia. Así que empecé a investigar, a buscar libros...».
Y aquel joven que recogía hongos con su padre, que veía a sabios micólogos por la televisión, se convirtió con el tiempo en un experto. De los mejores. Sus publicaciones inspiran hoy a nuevas generaciones micológicas. Como Rubén Martín, vicepresidente de una entidad a la que llegó en 2008. «Mi afición viene del colegio. Se lo tengo que agradecer a mi profesor de Ciencias Naturales, que en otoño nos sacaba a los pinares de Montemayor, mi pueblo, para buscar setas. Íbamos a por níscalos, pero volvíamos con un montón de especies diferentes. Con eso montábamos una exposición. Y yo me iba a la biblioteca municipal a buscar más datos, a aprender por mi cuenta, de forma autodidacta».
Aquellas salidas al campo, aquel peregrinaje con cestas y navajilla, conquistó a Rubén, micólogo devoto de las setas como fenómeno naturalista, pero no culinario. «No soy comedor de setas. La única que me gusta es el níscalo», dice alguien que, curiosamente, fichó por la asociación en unas jornadas gastronómicas. «Fue en una de las ediciones que organizaban en el restaurante La Martina», recuerda. Como complemento a los menús, Rubén preparó una exposición micológica en el restaurante.
Aurelio, el presidente, fue a impartir una charla a Montemayor y se fijó en esa colección de setas. «Se me acercó y me dijo:'De todas las que has identificado, solo has fallado una. Y eso no es habitual. Necesitamos a gente como tú en la asociación'». Rubén es hoy el vicepresidente. «Para mí la micología es una vía de escape. Me gusta salir al monte, buscar y encontrar algo nuevo. Porque eso es lo bueno de la naturaleza. Puedes pasar durante veinte años por el mismo sitio y, de pronto, ahí está una especie que nunca antes había salido. O que nunca antes habías visto». Y todo descubrimiento es un paraíso para el micólogo.
Bien lo sabe David Herrero, uno de los veteranos de la asociación. Raro es no verlo en alguna de las salidas que organizan sin sus cámaras en el petate. «Una Nikon grande y luego otra más pequeñita, compacta, por si se acaba la batería. Ahora con los móviles es más sencillo hacer fotos, pero yo prefiero la cámara. Tiene mucha más calidad». Siempre con trípode. «Te tienes que acercar mucho, que tumbar en el suelo. Cualquier movimiento indebido hace que la foto salga movida. Así que hay que disparar con mucho cuidado», cuenta Herrero. Muchas de sus imágenes han ilustrado los pósteres del colectivo y han sido premiadas también en concursos nacionales sobre un mundo, el de las setas, que descubrió en su pueblo (Villamoronta, Palencia) de la mano de sus abuelos. «Íbamos a las eras a coger, sobre todo, la de cardo y la senderilla», indica David, quien añade que la asociación organiza actividades en los colegios, con charlas en las que explican a los chavales la riqueza micológica del territorio.
«Muchas veces se dice, y no es verdad, que Valladolid es un secarral. Que qué va a salir aquí, si no tenemos los bosques de Soria o del norte de Palencia. Pero la riqueza micológica de nuestra provincia es enorme», dice Rubén. Aurelio García la ha estudiado y ha identificado más de 1.300 especies en la provincia. Algunas, exclusivas. Uno de sus trabajos más recientes fue el estudio de las variedades que surgen en las riberas del Pisuerga. Hay mucha diversidad y eso hace que, tal vez, cada vez haya más adeptos. Aunque el gran empujón al mundo de las setas ha venido, lo tienen claro, desde la gastronomía, desde esa apuesta de los restaurantes de la provincia (y la región) por los platos elaborados con productos micológicos. «Se ha puesto de moda, sí», evidencia José Luis Alonso, quien ingresó en el grupo en octubre de 1997.
Sus primeras recolecciones fueron las «cuatro setas» (de cardo, pie azul, platera) que cogió en su pueblo burgalés, Santa Cruz del Tozo. «Cuando vine a Valladolid a estudiar Historia del Arte, me acerqué por aquellas jornadas que se organizaban en Ruiz Hernández». Así entró en contacto con un colectivo que reclama más mimo por parte de la Junta. Con el programa de montes acotados, ahora es necesario sacarse permisos de recolección. «La ley autonómica reconoce la labor divulgadora de asociaciones como la nuestra, pero luego no se ha desarrollado. Así que nos ponen muchas dificultades para montar exposiciones como las que cada año instalamos en el centro cívico Zona Sur», apunta García. La de este año ha alcanzado su edición número 32. Con 262 especies distintas.
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«Y eso que no podemos salir tanto como quisiéramos porque nos obligaría a sacar tantísimos permisos. Somos una asociación que difunde las ventajas de la micología, así nos reconoce la normativa, pero luego no se ha concretado eso que figura en el texto legal», lamentan. Entre esas labores de divulgación se encuentra el consultorio que todos los lunes atienden en el centro cívico Zona Sur. Allí, expertos de la asociación identifican las setas que les llevan los particulares, sobre todo para ver si es una especie comestible o no.
«Aquí les sacamos de dudas. Pero la norma fundamental es que si no estás seguro al 100%, no hay que comerla», dice César Lomas, quien recuerda que incluso hay especies que, aunque comestibles, provocan intolerancias (como las senderuelas) por lo que hasta en esos casos hay restaurantes que prefieren evitarlas. La asociación, como explica Félix Ares, colabora también con el concurso de pinchos y organiza conferencias, salidas al campo y, en diciembre, una comida de hermandad.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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