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Baila como si nadie te estuviera mirando», grita con sus letras rojas (y en inglés)el mensaje escrito en una de las paredes de este local subterráneo que todos los lunes por la tarde se encomienda a la feliz vorágine de la música swing.
Sobre este suelo de parqué («podemos resbalar mucho mejor») , alrededor de cuatro estilizadas columnas y en una sala con fotos de bailes frenéticos en el Savoy de los años 30, varios pares de pies se dejan llevar por una música contagiosa que no solo se baila de zapatos para abajo. Tan importante como el movimiento de las piernas, tan crucial como los brazos y su posición, es lo que ocurre en el rostro del bailarín.
Nunca puede faltar la sonrisa. Ahí están los labios como un arcoíris inverso. Las bocas llenas de dientes alegres. Los gestos disfrutones de quienes no pueden dejar de bailar.
«Es que es un baile superdivertido», dice Amaia Diez. Y habla desde la experiencia de quien ha probado mil ritmos y alguno más. Atención a la lista:«Danza del vientre, flamenco, sevillanas, salsa, cumbia, bachata, tango, pasodoble... Lo he bailado todo Y nada comparable a lo que sientes cuando bailas swing».
Amaia es una de las cerca de cien personas que forman parte de Lindy Monkeys, un grupo de apasionados a esta música con raíces afroamericanas, alma de jazz, esplendor hace casi un siglo (nació en Harlem a finales de los años 20 y en los 30 era la música comercial hecha por y para bailar). Ahora, disfruta de una vida más que prometedora en Valladolid.
La asociación Lindy Monkeys es un grupo que reúne a un centenar de apasionados vallisoletanos por la música swing. El colectivo nació en 2016 a partir de unas clases extraordinarias de lindy hop en un gimnasio. A partir de ellas, un grupo de alumnos quiso convertir esas sesiones en algo permanente y así nació un grupo que debe su nombre a uno de los estilos del swing y a los monos de 'El libro de la selva'. Todos los lunes, bailan en La Milonga, una sala de la calle Nogal. Y además, organizan festivales, quedadas y bailes clandestinos en plazas de Valladolid.
No hay más que ver el interés que suscitan las clases semanales. Antón Arias y María Casares son los profesores. Él descubrió un universo mucho más apasionante y disfrutón que el latino y la salsa. Ella estudiaba danza contemporánea en Barcelona cuando se cruzó en el paseo de Gracia con varios espontáneos que se lanzaron, en mitad de la calle, a bailar algo de swing. Y una vez que lo has probado, dicen, no lo puedes dejar.
Trastean en la caja de los adjetivos para definir un sonido «rítmico, enérgico, creativo... y, sobre todo, libre». «La base está en el jazz, que es muy juguetón, donde importa mucho la improvisación. Y eso también se nota a la hora de bailar», cuenta Antón.
Para empezar, suelen elegir canciones con un patrón de ritmo claro, porque eso facilita los primeros pasos. Pero, a medida que se avanza en la afición, nada como dejarse llevar. «Si tienes un buen sentido del ritmo, mejor que mejor. Pero si no, no hay problema. Se puede empezar de cero», aseguran. Y desvelan que hay ejemplos claros de eso en la asociación.
«Nosotros no hemos nacido para el baile... pero no podemos dejar de bailar», dicen María Sánchez y Pablo Martín. El matrimonio conoció también en Barcelona el swing, durante una sesión clandestina en la playa. «Nos dimos cuenta de que la gente no se moría por hacerlo perfecto. El objetivo era pasar un buen rato. Y ese buen ambiente es lo más importante. Y además, bailar es un gran deporte», asegura una pareja enamorada de las canciones con evocaciones francesas, como 'La mer', de Charles Trenet, o 'Formidable', de Charles Aznavour.
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Pero, un momento, había una palabra extraña en el párrafo anterior. ¿Qué es eso de clandestino?«Así es como llamamos a esas citas que hacemos para salir, sin previo aviso, a bailar en espacios públicos. Aquí en Valladolid lo hemos hecho en Portugalete, en Cantarranas, en la plaza del Salvador... Es una forma de dar a conocer este baile y la asociación», cuenta Raquel Arranz, presidenta de Lindy Monkeys.
El nombre nació de una conversación juguetona entre amigos. «Lo de Monkeys tiene que ver con los monos de 'El libro de la selva', que eran muy aficionados a estos ritmos», cuenta Alberto Blanco, tesorero de la asociación.Y lo de lindy hace referencia a lindy hop, una de las variantes (tal vez la más conocida)del swing. «El nombre se acuñó en un concurso en el Savoy Ballroom de Harlem y hace referencia al vuelo transatlántico de Charles Lindberg, el salto 'hop'».
Pero además del lindy hop están el shag, el charlestón, el balboa. «Este último es más rápido, con el agarre más cerrado y pasos más cortos», explican, antes de hacer una demostración del momento estrella de la coreografía. El 'swing cut'. «Es el paso más representativo y también uno de los más difíciles de hacer. Nunca se termina de aprender. Pero lo bueno de este baile es que todo el mundo te puede enseñar, que por mucho que sepas, siempre vas a aprender algo nuevo de tu pareja». Sobre todo, porque en el swing los roles no están tan definidos y encorsetados como en otros bailes. «Hay un 'leader', una persona que propone, y un 'follower' que se suma a la fiesta. Pero no hay un rol de chico y de chica. Y sobre todo, se está muy abierto a la improvisación».
La música manda.
El ritmo manda.
Y los pies solo tienen que dejarse llevar.
«Yo recuerdo que cuando bailaba salsa todo era más selectivo:estaba el grupo de los que sabían mucho y luego, todos los demás. Era un poco intimidatorio», dice Amaia. Pero con el swing, asegura, todo fluye de otra manera. «Es superbonito sacar a bailar o que te saque a bailar alguien que no conoces. Y no importa el nivel que tengas, porque todos nos adaptamos. Lo importante es pasárselo bien». Ya dijimos que tan relevante como los pies es la sonrisa.
Amaia recuerda que comenzó a recibir clases junto a su hijo Izan, que entonces tenía 13 años. «Él lo dejó, pero ahora he enganchado a mi hermana Ana y a mi marido, Manuel. Bailar me da la vida, me quita las penas», asegura. «Es que después de clase o de una sesión de baile te vas a casa con un subidón tremendo. Esto engancha, es adictivo», dice May Oporto, quien comenzó en el lindy hop en el año 2018.
En realidad, ella había escuchado este tipo de música desde bien pequeña. «Me he criado con las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers y yo creo que ahí ya me empezó a gustar», asegura. En esta clase tiene a Isabel Domingo como pareja. Y también para ella la alegría es clave en esta red social hilvanada con música.
La asociación nació en septiembre de 2016, cuando un grupo de amigos –compañeros de gimnasio– encontraron un filón disfrutón en esas clases de lindy hop que unos profesores de Madrid impartieron de forma temporal en Valladolid.«Aquello nos enganchó tanto que buscamos profesores para recibir clases regulares», explica Blanco, quien no solo baila, sino que también toca este tipo de música en el quinteto Hot Club Valladolid.
Esas clases ya consolidadas se completan en la asociación con clandestinos, una cita todos los viernes en El Desván (Francisco Suárez), un festival en mayo y una fiesta de aniversario en diciembre, donde celebran esa alegría cotidiana que han encontrado en bailar con una sonrisa en los labios.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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