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El último tren de los veteranos interventores de Renfe en ValladolidSomos la cara amable de la Renfe», aseguran. «Los relaciones públicas del tren», resume Jesús Zapico, uno de los catorce interventores ferroviarios que la pasada semana celebraron su jubilación, su despedida de las vías, su adiós a miles de kilómetros entre vagón y vagón. Cerca de noventa personas, entre compañeros y familiares, acudieron a una comida de hermandad en la que estos históricos trabajadores de Renfe se bajaron del tren. Si es usted usuario habitual y se fija en la foto de ahí al lado, tal vez le suenen sus caras.
Ellos han sido, durante años, algunas las personas encargadas de picar los billetes, de revisar las instalaciones, de comprobar que todo está en su sitio en el tren.«Somos el contacto directo con el viajero, quienes resuelven los problemas durante el viaje, quienes gestionan cualquier tipo de incidencia que se pueda generar». Son, también, los que revisan los baños, que los asientos estén orientados en el sentido de la marcha, quienes comprueban que ningún pasajero se ha dejado nada olvidado, que nadie se ha intentado colar, «y de estos hay muchos, más de los que imaginas». «Cualquiera de nosotros, con apenas seis meses de trabajo, tiene anécdotas para aburrir», dice José Luis Rioja, que saca un buen puñado de chascarrillos a pasear. Ya llegarán, ya.
De momento, constatemos que en la foto son todo hombres. ¿Por qué? «El trabajo en Renfe y en el mundo ferroviario ha estado siempre muy masculinizado», constata María Jesús Pérez, una de las compañeras del grupo. En la actualidad, trabajan 35 interventores en Valladolid. De ellos, diez son mujeres. Hubo pioneras en 1986, 1991, 1996 y 2007, pero la presencia femenina, de forma continuada, no se produjo hasta que Conchi desembarcó en 2017. O sea, ayer mismo, como quien dice. «Tuvieron que adaptar baños, taquillas y vestuarios para que pudiera trabajar», recuerda Conchi, quien intuye que tal vez la baja presencia histórica de mujeres se deba a que el de interventor es un trabajo que genera «desarraigo». «Tienes que pasar muchas horas, incluso noches, fuera de casa. Y durante años, no se vio a la mujer como una figura de autoridad (aunque desde mediados de los 90 este principio ya no esté reconocido como tal)», cuentan varias de las mujeres que ahora desempeñan este trabajo, como Conchi, como María Jesús. Esto ha empezado a cambiar y ellas cada vez son más en un trabajo que se ha transformado mucho.
Las redes sociales que tejemos los humanos pueden ser familiares o de amistad, enlazadas a partir de una afición en común o por compartir trabajo.Es el caso de los interventores de Renfe, que la semana pasada se reunieron para celebrar la jubilación de catorce compañeros. El interventor es el enlace del viajero con el servicio ferroviario. La persona que se encarga de revisar sus billetes y atenderlos durante el viaje (todos han recibido, por ejemplo, cursos de reanimación en caso de urgencias).Comprueban además que el tren esté en perfecto estado de revista.
«Cuando empezamos, a principios de los 80, íbamos con la libreta, el boli y la gorra, apuntando quién entraba y bajaba del tren. Ahora todo está informatizado y lo llevas en la tablet», aseguran Antonio Nogueira y Félix Palmer, interventores que acudieron al homenaje de sus compañeros desde Bilbao.Ellos forman parte de la nutrida promoción del 82, conocida en el gremio como la de 'los naranjitos'. «Fue el año del mundial de fútbol en España. Se crearon muchísimas líneas, se abrieron nuevos trayectos, y hacía falta gente para atenderlos. Ese año entramos muchos en Renfe. Casi se duplicó la plantilla. Y somos los que ahora nos hemos empezado a jubilar», recuerdan Nogueira y Palmer.
Ellos, como sus compañeros, han pasado muchas horas fuera de casa. Sobre todo, si les tocaba algún tren de largo recorrido.«Estaba el Irún-Alicante, que tardaba 17 horas. Salía a las siete de la tarde y llegaba a las diez de la mañana del día siguiente. Depende de donde cogieras el tren, se llamaba de una manera. Casi todos le decían 'el alicantino', aunque en el País Vasco le llamaban 'el biquini' (porque lo usaban para llegar a la playa) y en el sur le decían 'el etarra'», explica Nogueira. Yrecuerda otros trenes de largas jornadas laborales, como el Picasso (Bilbao-Málaga). O el Bilbao-La Coruña, que también se prolongaba durante más de quince horas. «Este tenía muchas paradas, muchísimas. Y encima de noche.Así que a veces se hacía muy difícil controlar quién entraba y bajaba de cada estación».
Sobre todo, porque no todos los viajeros lo ponen fácil.«La picaresca es enorme», constatan todos ellos. Están los que se cuelan sin billete en el tren(«te encuentras a muchos escondidos en el baño o entre los asientos»), los que intentan usar descuentos de forma fraudulenta (tarjetas doradas, bonos nominales que no son suyos)y quienes intentan aplicarse tarifas infantiles cuando hace tiempo que dejaron de ser niños. «Los hay hasta que se han puesto peluca para parecerse al que tiene la tarifa de descuento», dice Rioja, en una de esas anécdotas prometidas. Y habrá más.
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«Hay gente que se monta en el tren y piensa que está en un estadio de fútbol, donde todos son gritos. Y con esto también tienes que lidiar. Deberíamos pensar todos que el tren es un espacio público en el que no solo tenemos derechos, sino también obligaciones. Y donde es importante el respeto a los demás», cuentan Rafael Delgado y Juan Carlos Araque, quien durante los últimos años ha cubierto el trayecto Valladolid-Madrid.«Si lo haces en alta velocidad, bien. Pero si te toca por el otro lado, entonces es la guerra. Lo de la sierra de Madrid –con sus infinitas paradas– es tremendo». Vicente Gay, por el contrario, prefiere los trenes regionales que el bullicio de la alta velocidad.
Luis García 'Campas' (casi todos los compañeros tienen apodo y el suyo viene de Campaspero, su localidad) tiene una ruta preferida. «A mí me gustaba mucho la Valladolid-Puebla de Sanabria. Era un trayecto tranquilo, con viajeros amables y un horario prudencial. Salía después de las 17:00 y llegaba sobre las 21:00 horas, así que te daba tiempo a cenar. Al día siguiente, el tren salía a las 7:00 y poco después de las 10:00 estabas de vuelta en Valladolid». Si les toca hacer noche fuera de casa, les pagan en hotel.«Pero habría que mejorar mucho otras condiciones laborales», aseguran aquellos que se han jubilado, mientras piensan en quienes ejercen todavía esta imprescindible labor. A veces complicada. Por ejemplo, cuando son fiestas en algunas de las localidades donde para el tren.«Lo notamos mucho en el Valladolid-Medina del Campo, cuando te entran muchos chavales, en Viana o Valdestillas, cargados de alcohol».
«Pero hay momentos inolvidables», recuerda Rioja. Y aquí viene otra anécdota. «Un día, en el tren Valladolid-Salamanca, vi a una pareja.Ella le daba un codazo a él mientras no dejaba de señalarme. Me acerqué y me contaron que nueve años antes estuvieron en ese tren y que yo estaba de interventor. Que había dos grupos, cuatro chicos y cuatro chicas, y que les tuve que recolocar en los asientos. El caso es que empezaron a hablar y luego salieron de fiesta. Nueve años después, dos de esos jóvenes se estaban a punto de casar. Y les había presentado yo».
Pero claro, junto a las anécdotas agradables, las que no lo son tanto: como quien hace sus necesidades entre los coches del tren o los que practican sexo en el baño. También les toca a los interventores recoger los objetos que los pasajeros se olvidan.Teléfonos, bolsos, abrigos, carteras. Se llevan al servicio de atención al viajero de la estación, aunque hay veces (cuando hay grandes cantidades de dinero de por medio, por ejemplo)en los que se recurre a la Policía Local. «En una ocasión –cuenta Rioja– había 2.000 euros en billetes enrolladitos». En otra, cerca de Santander, recogieron un documento clave para una jubilación por enfermedad. «La mujer que lo perdió, al día siguiente, fue a la estación a regalarnos unos sobaos pasiegos», rememora. «Y los hay que hasta se olvidaron un portátil con el trabajo de una tesis doctoral en él».Son recuerdos y anécdotas de los interventores de Renfe, los rostros que atienden al viajero en su trayecto en tren.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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