Secciones
Servicios
Destacamos
A veces se llega a la bandurria porque la tocaba el padre, se acerca uno al laúd porque era tradición en el pueblo, se empieza con la guitarra por simple curiosidad. Y a veces, toda la culpa la tiene una gotera.
Es lo que le pasó a Ángel García Sobrino, 73 años, antiguo analista químico en los laboratorios de Nestlé. «De soltero, yo hice mis pinitos con mis hermanos, que tocaban en el grupo Ara Pacis. Pero para mí era casi un juego, nunca lo aprendí en serio», dice Ángel, que muy pronto abandonó la guitarra, con las cuerdas mudas en su funda, en el fondo de un armario. Hasta que, muchos años después, llegó lo de la gotera. Una vecina les provocó humedades y aquella vieja guitarra se resintió.
«¿Qué hago yo ahora con ella?», se preguntó Ángel. La idea inicial era repararla para que alguno de los jóvenes de la familia se animara con los arpegios y la digitación. Pero, al final, quien se atrevió fue él. Reverdeció aquellos acordes aprendidos durante la juventud y Ángel es hoy uno de los integrantes de la rondalla del centro de vida activa de Delicias.
Todos los martes, un grupo de personas, todas ellas jubiladas, se reúnen durante dos horas para compartir aquella afición que aprendieron de sus familias, de las fiestas de su pueblo, por culpa de una gotera en el piso de al lado.
«Tocar solo en casa está bien, pero lo mejor es tener amigos con los que compartir tu afición. Es muy gratificante sentirte parte de un grupo, que lo que tú tocas es una pieza para que luego todo suene mejor», cuenta Ángel, con las partituras desplegadas en el atril.
Noticias relacionadas
En el repertorio de la rondalla hay piezas clásicas (de Bach a Shostakóvich), canciones populares (de 'Amparito Roca' a 'Islas Canarias'), bandas sonoras (de 'El golpe' a 'La vida es bella'). También jotas castellanas. Y de Aragón. A Javier Muñoz (81), extransportista y 'fasero', le gustan especialmente. «Yo procedo de Soria, y allí había tradiciones parecidas a las de Aragón», rememora. Por ejemplo, que al terminar el baile, los chavales cogían los instrumentos para ir a rondar a las mozas del pueblo. «Mis abuelos, mis tíos y mi padres tocaban. Y esa música sonó siempre en mi casa», rememora Javier, quien recuerda que, en los años 60, «con los tocadiscos, se soltó la bandurria para agarrarse a la cintura de la pareja». Por eso, dice, numerosos jóvenes dejaron de aprender unos instrumentos que hasta entonces habían compuesto la banda sonora de muchos municipios.
«En mi pueblo fue así», dice Juan Antonio Pérez (72), funcionario jubilado. Cuenta que él aprendió a tocar el laúd con siete años, después de ver cómo su padre, Joaquín, le daba con virtuosismo a la púa. «Tenía muchas partituras de valses y polkas, pero yo tocaba de oído», afirma Juan Antonio, quien evoca aquellas jornadas en las que salía a la puerta de la casa de su abuela para amenizar las veladas de amigos y vecinos.
«Yo formé parte de la rondalla de Montejo de Arévalo, que era una de las más importantes de la zona. Y además, tocaba en familia», recuerda Juan Antonio, quien ha ganado para la causa a un antiguo vecino.
Jesús Sanz (71) aprendió a tocar la bandurria, con 17 años, gracias a Juan Antonio, allí en Tolocirio. «Pero luego lo dejé». Trabajó en Educación. Y una vez jubilado, con más tiempo libre, aquella pasión musical de la adolescencia regresó con fuerza... y con la forma de una guitarra. Ahora Jesús es uno de los músicos que siguen la batuta de Salva Núñez, el director de esta rondalla... y también de la de Puente Colgante y La Victoria. Hay varios de sus integrantes que repiten en las tres formaciones. Nunca hay música suficiente para ellos.
«Son muy aplicados. Y durante estos años hemos avanzado mucho. Es muy satisfactorio ver cómo sale adelante una pieza que, en principio, parece complicada», cuenta Núñez, quien junto a Javier Vidal es guitarrista en el dúo Carpe Diem.
«¿Quieres un consejo? Cuando la gente se jubile, que toque un instrumento. Si ya sabía, mejor. Y si no, que se ponga a ello y aprenda», recomienda Benito Rozas (71), quien no ha dejado de sumar experiencias a su currículo.Ha trabajado en la construcción, en la compra y venta de apartamentos en Benidorm, ha sido teniente de alcalde en Peñafiel, es jugador de billar a tres bandas... y ahora, desde hace nueve años, también toca la bandurria. Cuenta que siempre le había llamado la atención («tiene un sonido muy fino»), pero nunca había encontrado el momento para coger la púa.Hasta que se jubiló. Yahora no quiere soltarla.
Lo mismo le ocurre a Teresa García (67), extrabajadora en la editorial Lex Nova. Ella aprendió a tocar la bandurria con doce años, en su colegio en Plasencia, pero la abandonó cuando empezó su vida laboral. Retomó la afición hace diez años y se dio cuenta de lo mucho que tenía todavía por aprender. «Yo pensé que sabía algo, pero cuando te pones en serio te das cuenta de que es más difícil de lo que parece». Y se pone en serio. Ensaya seis horas a la semana con los diversos grupos a los que pertenece. Y luego, también en casa.
Todo esfuerzo es poco para que los tresillos salgan a la perfección. A su lado se sienta Ángel Martín (80). Recuerda con emoción aquellas navidades de hace más de 70 años, cuando escuchó una bandurria tocar en la misa del gallo de la iglesia de la Soterraña, en Olmedo. «Aquellas vacaciones, me regalaron una bandurria», rememora.
Desde entonces ha estado vinculado a varias formaciones y ha inculcado la música a sus dos hijas, a sus cuatro nietos. Pero tiene una espinita clavada:«Nunca he conseguido que los siete nos pongamos juntos a tocar una canción. A ver si se me logra».
Anastasio Galán (81) regaló, sin mucha fortuna, una guitarra a su hijo. El instrumento buscaba manos que se paseasen por él. Así que Anastasio puso las suyas en cuanto se despidió de Renault. «Vi a unos chicos por la calle que iban con la guitarra a clase y decidí que yo también me iba a puntar». Sandalio Alba (78) empezó con el trombón de varas. Pero se cansó de soplar.Así que se pasó a la bandurria.
«A mí me gustaba el violín, pero mi mujer me dijo que les hacía falta una bandurria en el grupo de folk y ahí me metí». La decisión fue acertada, explica, porque la música le sirve como medicamento. «Estoy operado del corazón y llevar el ritmo, marcar la respiración, no sé, pero me viene estupendamente», asegura. «Es que la música es sanadora», tercia Lola Cormojo, una de las pocas mujeres de la formación. «La mayoría son hombres, sí. A ver si alguna más se anima, porque esto es muy gratificante», asegura Lola, con raíces gallegas («el acento no lo pierdo») y orígenes musicales en la parroquia de Santo Toribio, en Delicias, donde escribió los primeros compases de una partitura que requiere «constancia y compromiso».
«Al principio te asustas, tocar parece complicado, pero en realidad no lo es tanto», explica José Antonio Ferrero (74), quien empezó en la música en una fecha más tardía que Luis Labajos Asua (74), exprofesor en el colegio El Salvador y guitarrista desde los diez años (hoy tiene hasta canal de Youtube). «Tocar es siempre muy agradecido. Pero siempre es mucho mejor cuando puedes hacerlo en compañía», asegura Luis Ángel Mier (73) mientras termina de afinar su bandurria en este ensayo de la rondalla del centro de vida activa de Delicias. «Y pon bien lo de vida activa, no digas centro de jubilados. Porque no hay vida más activa que la nuestra», resume Jesús Sanz.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.