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José Luis Ortega encara la escalinata imperial del Ayuntamiento de Valladolid con paso firme. No necesita mirar al suelo, tiene tomada la medida a cada uno de los peldaños de mármol diseñados por los hermanos Gargallo hace más de un siglo. Los ha subido miles de veces. Su idilio con el Consistorio vallisoletano comenzó «por casualidad» en 1975 y, por ahora, no tiene fecha de caducidad. «Tengo 67 años y no me planteo la jubilación», asegura. Hoy nos recibe de traje pero, en menos de un mes, el día de San Pedro Regalado, le veremos ataviado con la dalmática morada y con la maza de plata al hombro. Porque José Luis, además de oficial de protocolo a las órdenes del alcalde, Jesús Julio Carnero, es uno de los dos maceros de la ciudad. Y una buena persona. Abro hilo:
↓ La figura de los maceros de Valladolid viene de lejos, de cuando «la ciudad era villa», especifica José Luis Ortega, libreta en mano. Se sabe que era un cuerpo de élite para proteger a los monarcas y a su séquito, pero se desconoce el año exacto de su creación en Valladolid. Hay un documento que nos da una pista. Se trata del acta de sesiones de 27 de abril de 1589, donde el escribano del Ayuntamiento dejó constancia del encargo de las cuatro mazas de plata que se conservan en la actualidad. «Son de plata, miden 80 centímetros de altura, tienen cabeza en forma de jarrón y seis asas y pesan más de seis kilos», explica este veterano funcionario, que está a punto de cumplir medio siglo como empleado del Consistorio de Valladolid.
↓ Se sabe que antes hubo otras mazas. Así se recoge en el libro 'Historia de la muy noble y leal ciudad de Valladolid, desde su más remota antigüedad hasta la muerte de Fernando VII', escrito por Matías Sangrador Vítores (1819-1869), que relata cómo el 21 de mayo de 1559, en el Campo Grande, «dos maceros con mazas de oro en los hombros» asistieron al auto de fe en el que ejecutaron a catorce herejes luteranos. Y antes fueron de cobre, como se describe en 'El felicísimo viaje del muy alto y muy poderoso príncipe don Felipe', una obra que narra el periplo del heredero de Carlos I de España desde Valladolid hasta los Estados de Brabante y Flandes en 1551.
↓ Sea como fuere, mazas y maceros son una reminiscencia medieval que solo tuvieron algunos ayuntamientos privilegiados. Que una villa contara con esta figura era una decisión del rey. Valladolid contó en su día con el beneplácito de la monarquía y ha sabido mantener la tradición. Adaptándose a los tiempos. Si otrora los maceros tenían las funciones de protección y vigilancia, en la actualidad se trata de una figura que representa la autoridad y dignidad de la ciudad. Y ya no visten igual. Atrás quedó la levita de media gala, el calzón corto ceñido y la pajarita. La vestimenta actual se compone de tres piezas. La principal, la dalmática morada con el escudo de Valladolid en pecho, espalda y mangas, que fue confeccionada por las religiosas Adoratrices en 1946. Debajo de la túnica, que está abierta por los lados, el macero lleva calzón bombacho corto y jubón de terciopelo negro. Además de medias moradas, gorra con plumas y zapatos de hebilla. Una indumentaria que se coloca José Luis Ortega, como mínimo, cinco veces al año.
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↓ José Luis nació en Geria y llegó «por casualidad» al Ayuntamiento de Valladolid con solo 18 años, después de haber trabajado «en una tienda de ultramarinos y en talleres Wendi, en San Isidro». «Un día, se me ocurrió venir al Ayuntamiento, en esos años había mucho trabajo y la gente prefería las obras privadas que el Ayuntamiento porque se ganaba más», recuerda. «Me presenté en la sección de Vías y Obras, me pidieron el teléfono y la dirección después de advertirme de que la faena era dura y, una semana después, me llamaron». Empezó el 1 de septiembre de 1975. Era lunes. Y hasta hoy. La friolera de 48 años y siete meses. «Llevo aquí más tiempo que el Conde Ansúrez», bromea mientras rememora esos primeros años en Obras: «Fueron estupendos. Siempre he dicho, que si me mandaran de nuevo, allá que voy».
↓ En la década de los noventa, durante el último mandato de Tomás Rodríguez Bolaños, le propusieron junto a su compañero Serviliano Redondo dejar las obras y convertirse en ordenanza. Después llegó la oportunidad de optar al puesto de oficial de protocolo. «Al principio –recuerda– dudé. Me imaginaba en la puerta de la Alcaldía y pensaba que no era un trabajo para mí. Como no se presentó nadie, me decidí y con los años solo puedo decir que estoy encantado». «Atiendo Alcaldía, preparo los salones, acudo a los plenos, a las ruedas de prensa, a las bodas civiles...», enumera. Una tarea que le ha llevado a trabajar codo con codo con los últimos cuatro alcaldes. «Bolaños era una persona muy buena, igual que Javier León de la Riva que, como bien dijo él cuando le hicieron cofrade de honor, no es el león tan fiero como le pinta», asegura. De Óscar Puente ha recibido un «trato excepcional» y para Jesús Julio Carnero, «que ya le conocía de cuando estuvo de concejal» solo tiene buenas palabras. Porque si algo destaca José Luis de su trayectoria profesional «es la gente maravillosa que he encontrado en el Ayuntamiento, en todas las categorías».
↓ Por eso le cuesta decir adiós. Tiene 67 años y no ha perdido la ilusión. «Puedo trabajar hasta los 70 y, por ahora, no me planteo la jubilación», dice con naturalidad. La misma sencillez que le lleva cada día a recorrer el kilómetro y medio que separa el consistorio de su casa, en la avenida Ramón Pradera. La misma franqueza con la que habla de su «maravillosa hermana», de su barrio –Huerta del Rey– y de su parroquia, la de Nuestra Señora del Henar, donde le conoce todo el mundo. Y la misma llaneza con la que se acuerda de su amigo Eusebio Orrasco, promotor del 'Museo del Ayer' de Cogeces del Monte. No es de extrañar que el Ayuntamiento haya cargado sobre sus hombros el peso de representar la dignidad de la ciudad durante los días más importantes del año.
↓ Porque los actos más suntuosos que celebra el Ayuntamiento vallisoletano van acompañados de maceros. Salen en fechas fijas, como el pregón de Semana Santa, la procesión general del Viernes Santo, la de San Pedro Regalado, el 13 de mayo, o la de Nuestra Señora de San Lorenzo, el 8 de septiembre. Los maceros están cuando se constituye el Ayuntamiento, cuando la corporación realiza visitas institucionales –como la que cada 23 de abril gira a la casa de Cervantes– o cuando se recibe a personajes relevantes o se vela algún ilustre fallecido.
↓ Como el 12 de marzo de 2010, cuando se instaló la capilla ardiente de Miguel Delibes en el salón de actos del Ayuntamiento o, sin ir más lejos, el pasado 3 de diciembre, cuando los maceros se sumaron a la comitiva que dio el último adiós a la actriz Concha Velasco en la catedral. «En la despedida de Miguel Delibes recuerdo que había colas que llegaban hasta la calle Santiago y lo de Concha Velasco fue emocionante. En estas ocasiones, aunque estés a pie firme, ni siquiera te cansas», asegura José Luis, que en la actualidad tiene como compañera a Olga Barredo, la primera mujer macera del Ayuntamiento, y que aprendió mucho de lo que sabe de su «maestro y una bellísima persona»: Darío del Valle Perlines.
↓ Darío del Valle –«un gran amigo que nos dejó en 2014»– le enseñó a portar la maza medieval con la integridad que se merece. Durante muchos años salieron juntos delante de la corporación «cuando se trata un desfile» y al lado de la presidencia «si el acto es un local cerrado, como la toma de posesión del Alcalde», explica José Luis. También aprendió de Darío que el macero debe descubrirse, con la maza bajo el hombro y bajo el brazo, cuando se entra a un templo y que el macero «que se sitúa a la derecha de la presidencia tiene que sostener la maza a la derecha y el que está a la izquierda, a la izquierda«. Si el acto dura mucho, como en las procesiones, nos miramos y nos cambiamos», desvela José Luis, que destaca otra singularidad de la tarea de macero: «En la procesión del Viernes Santo, como señal de luto, llevamos la maza con un crespón negro y debajo del brazo».
↓ Solo una curiosidad más. También la tiene anotada José Luis Ortega en su libreta: «Las mazas de plata que se conservan en el Ayuntamiento fueron encargadas en 1589 a cuatro orfebres vallisoletanos –Bernando Muñoz, Antonio López, Diego de Portillo y Pedro Vázquez– cuando Valladolid no tenía el título de ciudad, un reconocimiento que fue concedido por Felipe II en 1596». Y tienen un valor incalculable, casi tanto, como nuestro protagonista.
En la siguiente entrega de 'El Hilo', la periodista Berta Muñoz recuerda la inauguración, hace veinticinco años, de la escultura 'Columna forma de sonido' de Lorenzo Frechilla en la glorieta situada junto al centro comercial de Vallsur. Es una pieza en acero cortén de 15 metros de altura y se instalón en julio de 1999.
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