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El Paseo de Zorrilla de Valladolid amanece sin las terrazas de los bares. Ramón Gómez

Valladolid, en su primer día sin hostelería, centros comerciales y gimnasios

La ciudad amanece con menos actividad en las calles en la primera de las catorce jornadas de cierre total de estos sectores

Antonio G. Encinas

Valladolid

Viernes, 6 de noviembre 2020, 07:26

Último café de charla con mascarilla, quitar, sorber, poner, mientras la tele sigue con Trump a vueltas y la camarera atiende las cuatro mesas ocupadas desperdigadas por el local. Hace siete días de un café en la terraza de al lado para entrevistar al eurodiputado ... Luis Garicano. Seis días desde otro café, en este mismo local pero fuera, que hacía mejor tiempo, para rematar los detalles junto a Susana Escribano de la entrevista al presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco. Mañana, que es hoy, toca otra. Escribe un whatsapp el fotógrafo, Alberto Mingueza. «¿Tomamos un cafetín antes?».

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Será que no.

Hoy no. Hoy, hace apenas un suspiro desde ayer, la camarera que ha servido el café a dos mujeres que no se han puesto la mascarilla ni un minuto en una hora, estará en su casa, puede que de ERTE. O despedida. Quizá haciendo cuentas. 35.000 locales como ese, como tantos, como esos bares en los que te ponen nombre de pila y el café a tu gusto sin que lo pidas, como esos restaurantes que aliñaron recuerdos felices, amanecen hoy cerrados en Castilla y León. Será el primer día de los 14 en los que el paisaje urbano volverá a lucir irreal. Las cafeteras solo sonarán desde hoy en las cafeterías de centros de trabajo, facultades, algunos organismos oficiales. Tampoco estos están de celebración. Otro café con políticos, este de hace un mes, llevó a una charla en el bar de una Consejería. Poco trabajo, mucha mesa desierta. Más incertidumbre.

«No somos el problema, somos parte de la solución», decían los cartelones de los hosteleros que ayer pidieron auxilio ante las Cortes de Castilla y León. Y la consejera de Empleo, que hace siete días aseguraba que era inviable una ayuda 'a la alemana' para tantos establecimientos, le enviaba una carta a la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, a ver si por ahí hay más suerte. Francisco Igea, vicepresidente, diana de insultos de frustración en las redes sociales, contaba poco después en la sala de prensa que hace poco le preguntó a una camarera de un restaurante que por qué no llamaba la atención a un cliente sin mascarilla. Igea, dicen los que trabajan con él, lleva muy mal eso de la no-mascarilla. Ha tenido demasiado cerca el virus como para que no sea así. «Porque el otro día me amenazaron, me riñeron a mí», le respondió la trabajadora.

No es una respuesta aislada. No hace tanto que el restaurante Niza se ganó como clienta a la periodista Julia Otero, de Onda Cero. Ser escrupulosos con las normas les había supuesto una crítica lacerante en el dichoso 'tripadvisor' o algún tribunal internáutico similar y 'la Otero' defendió al hostelero micro en mano y lo recomendó como lugar antipandémico garantizado.

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Ayer la camarera que hoy estará en el paro, la que atendió a dos mujeres sin mascarilla, también le puso un vinito y una caña a una pareja madurita que lucía, ella, mascarilla higiénica tipo fular, anudada al cuello, bajo la barbilla, y él, cara lavada, barbita recortada, ni mascarilla ni puñetas, para qué. Se la pusieron para salir a la calle.

Decían ayer los de los supermercados que las colas de estos días eran propias del puente, del inicio de mes… Pero los productos sin gluten, cuenta un amigo con dos hijos celiacos, empezaban a escasear como en la primera ola. El Corte Inglés aún no habrá abierto cuando colguemos este texto en la web. Cuando levante la verja, lo hará para que se pueda acceder al supermercado, a la sección de papelería, droguería o Informática. Y ya. Hace 3 meses y 26 días los dependientes se agolpaban en la planta Baja del centro del Paseo de Zorrilla y aplaudían a quienes entraban. Cinco minutos antes, alguien se dio cuenta de que las flechas del suelo que indicaban el acceso a las pocas zonas abiertas hasta entonces aún estaban allí, y las quitaron a toda prisa. No sabían que hoy volverían a pegarlas.

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Los que se apuntaron al gimnasio y además iban, que no son todos, tampoco podrán acudir hoy. Sí a las piscinas, pero con un aforo reducido a un tercio. Los que regentan y trabajan en centros deportivos también saldrán a protestar. Será mañana. Hoy seguramente tendrán que resolver ERTE y hacer cuentas.

Hoy, noviembre es en cierto modo marzo. Es una durísima vuelta a empezar, un golpe de KO al ánimo, un horizonte entre niebla densa y gris. «El toque de queda ha mejorado algo la tendencia de la enfermedad», decían ayer Casado e Igea, sin atreverse siquiera a sonreír. Hospitales a rebosar, bares cerrados, ciudadanos en casa desde las diez de la noche, los confines del mundo ceñidos al terruño de Castilla y León, centros comerciales desiertos. Esta película distópica ya la hemos visto. «Los hogares de la región elevan su ahorro en casi 3.000 millones por la incertidumbre de la pandemia», titulaba Ángel Blanco en esta web hace un mes. Habrá que recordar que muchos restaurantes ofrecerán su comida para llevar o recoger; que hay comercios que siguen abiertos; que funciona la venta electrónica y que en ese canal, aunque sea global, también hay vecinos a los que comprar, que no todo va a ser Amazon. Y pensar que la historia dice que las pandemias, y más esta, sitiada por la investigación y la ciencia, acaban por pasar. Y que entonces habrá que quedar a tomarse un café, haya que hacer una entrevista o no.

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