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Que haya muerto así, distanciada de todos, en la soledad de una habitación cualquiera y sin entender nada pero sabiendo que estaba muy enferma, es una pesadilla que nunca pensamos que podría sucederle, pues siempre habíamos estado con ella, menos en este final impuesto. Esta ha sido una lección brutal para todos nosotros, algo que no ha querido ahorrarnos el destino. Mi madre no se merecía esto. Toda su vida fue sacrificio y amor para todos, y en su último momento la sociedad la abandonó y decidió por nosotros, nos abandonó a todos con esa mala gestión de las residencias y restricciones estatales». A María y a sus hermanos, María Luisa, César y Purificación, la pérdida en esas condiciones el pasado 15 de abril de su madre, Nemesia Fernández Gregorio, de 93 años y nacida en Villacalabuey (León) les pesa «como una losa», igual que su entierro, «tan fugaz como absurdo», en el que se les negó ir a los cuatro hijos porque solo tres familiares eran los permitidos. Acabó con su vida esa «guerra silenciosa» que es el coronavirus, una vida en la que Nemesia Fernández fue «una referencia de amor, de alegría, de trabajo y aceptación» para sus hijos, a quien les dio «un amor único e incondicional, con una generosidad infinita».
Coronavirus en Valladolid
Nemesia había ingresado el 3 de febrero en la residencia La Arbolada, en el Camino Viejo de Simancas. «No entendía muy bien por qué la habíamos llevado allí y quería volver a su casa en la calle Mateo Seoane Sobral de Parquesol, pero no era posible porque se había caído varias veces y era peligroso. Creíamos que eso iba a ser lo mejor para ella, sin saber que allí no la íbamos a poder proteger y que perderíamos toda decisión sobre mi madre, e incluso ella sobre sí misma», señala María, que incide en cómo, pasada la primera quincena de marzo, ya con el confinamiento, «nos hacían videollamadas cada cinco días y para nosotros era una alegría desbordante poder verla de nuevo cinco minutos a través de una pantalla».
A María y sus hermanos, el 1 de abril, les informó la directora de que una residente estaba enferma con fiebre y la habían aislado por si fuera la covid-19. Yel 3 de abril les dijeron que era compañera de mesa de su madre, y que a ella y a las otras compañeras con las que había tenido contacto las habían aislado por habitaciones. El 11 de abril, Nemesia comenzó con febrícula y el 12, con 40 grados de fiebre, a María y sus hermanos les dijeron que estaba muy enferma y que estuviesen preparados. «Preguntamos si podían llevarla al hospital y nos dijeron que, según las últimas órdenes que tenían, a los enfermos de residencias se les debía tratar en ellas. Nos informaron de que si seguía empeorando, nos dejarían ir a verla un rato corto a uno de sus hijos para despedirnos de ella», señala María, que indica cómo a su madre le comunicaron el 13 de abril que había dado positivo en el test.
«El día 14 nos informó la médico de refuerzo del Hospital Río Hortega de que estaba muy enferma y llamamos a la directora del centro para concertar una cita para esa tarde para poder ir a verla», añade María, que fue la afortunada entre sus cuatro hermanos para ir a despedirse de su madre.
«Me proporcionaron un EPI y tuve que permanecer en la distancia al extremo de la cama, sin tocarla, sin besarla, sin poder aliviarle en tu dolor... Oía un poco mal y con el EPI mío, su mascarilla y lo débil que estaba, fue muy difícil la comunicación, pero me hablaba y me contestaba, aunque no entendí muchas de las cosas que me decía. Pensaba que iba preparada para lo que me iba a encontrar, pero un hijo nunca está preparado ante la muerte de una madre, iba a ser nuestro último contacto. Aunque le dije mucho y lo aproveché al máximo, me quedó tanto por decir y hacer que cada día recuerdo esos momentos como puñales», afirma María, que no se dio cuenta de que su madre no le conocía así, tan tapada, casi hasta el final.
«El día 15 nos llamaron temprano para decirnos que acababa de fallecer, agrega María, que subraya cómo su madre tuvo un final tan duro como lo había sido su vida . Y es que Nemesia, hija de padres labradores (Narciso y Adelaida) , nació en años de crisis agrícolas, hambre y desigualdad. Era la mayor de siete hermanos (seis chicas y un chico, el menor) y la persona que cuidó de todos ellos, una segunda madre para cada uno. Desde muy pequeña, Nemesia fue apoyo de sus padres en las labores del campo y del hogar, incluso ayudante de su padre en la construcción de la casa de adobe que aún perdura.
«Era inteligente y buena estudiante. El maestro habló con mi abuelo para que se formara como maestra, pero él le dijo que la necesitaba para trabajar y que sin dinero no podía enviarla a estudiar», destaca María. Durante esos años, sus hermanos fueron creciendo y abandonando el pueblo para servir en las ciudades y ninguno regresó (dos de ellos formaron su familia y las otras dos, se hicieron religiosas), pero Nemesia siguió fiel al lado de su padre sacando adelante las labores agrícolas, que dependían mucho de ella con un padre enfermo desde muy joven.
«Hacía los veranos con su padre y después iba como temporera a pueblos cercanos para ayudar con el jornal a la escasa economía familiar. Decían que trabajaba como un hombre», añade María, que explica cómo Nemesia vivió con sus padres hasta los 32 años, cuando se casó con Daniel Carbajal, un labrador del mismo pueblo.
Con Daniel formó una familia, y con 48 años ella dejaron el campo y se fueron con sus cuatro hijos a Valladolid, donde pasaron años con trabajos precarios pero sin dejar de trabajar para poder sacar adelante a su familia y dar a sus hijos unos estudios que ella no tuvo hasta que su enfermedad entró en un deterioro tal que le concedieron la invalidez absoluta a los 57 años y los últimos 14 estuvo alimentada solo con batidos proteicos.
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Jon Garay e Isabel Toledo
J. Arrieta | J. Benítez | G. de las Heras | J. Fernández, Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras y Julia Fernández
Josemi Benítez, Gonzalo de las Heras, Miguel Lorenci, Sara I. Belled y Julia Fernández
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